A conquistar el perdido romanticismo
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En la obra de teatro “El sí de las niñas” de Leandro Fernández de Moratín, la joven Francisca de 16 años está prometida en matrimonio a don Diego de 59 años. Ella, en cambio, vive enamorada del joven Carlos. Historia de divergencias, que tuvo en su época, un rotundo éxito teatral. Parece calcada a cuanto sucede hoy en nuestro país. Don Diego, viejo macuco, es decir Chile Vamos, hijo primogénito de don Palo Grueso y de doña Oligarquía, se jacta de ser dueño de Chile e insiste en casarse con doña Francisca. La obra, calificada de inmoral en su tiempo, estrenada en 1807 en Madrid, fue prohibida por la Santa Inquisición. Hoy, su contenido, ni siquiera asusta a las beatas del rechazo.
Durante esta semana, concluida la debacle del 4 de septiembre, don Diego, novio carcamal y pegote, se las ingenia para ser el marido de la desdichada Francisca. Posee fortuna, influencias, y sabe cómo burlar los impuestos. Abusa de su influencia sobre su novia, a quien sus íntimos llaman a menudo, doña Dolores de la Ingenuidad. Perdón, doña Concertación Babieca. Don Diego, amenaza, coquetea y se da mañas para erigirse en salvador de la institución del matrimonio, es decir, del actual gobierno. Como miembro de la rancia aristocracia, ha bajado de pedigrí, debido a infinidad de matrimonios de conveniencia. Jamás ha dejado de coquetear, a diestra y siniestra, mientras presume de Don Juan. Ha embaucado a viudas y solteronas, sin posibilidades de conocer el amor carnal. Ahora, en su aventura nupcial, no se encuentra sólo. Familias del medio pelo y otras que presumen de ser gente bien, apoyan sus pretensiones amorosas, a cambio de prebendas.
Este “Sí de las niñas” ha llegado a alborotar los escenarios, aunque algunos piensan que, viene a poner sal y pimienta, al aburrido ambiente político. Urgía agregarle especias a esta insípida cazuela, cocinada a la diabla. A Don Diego, como viejo zorro, le importa un comino doña Francisca. Aspira a quedarse con sus bienes terrenales, donde hay minas de litio, concesiones de agua y un largo etcétera. Como ella es mestiza y desciende de inmigrantes patipelados, a don Diego le incomodan estos antecedentes familiares, sin embargo, se hace el cucho. Aspira, como astuto y sinvergüenza carcamal, manipular a su amaño, el patrimonio de su futura cónyuge. Quitarle hasta el resuello. Ve negocios en marcha, especulaciones, lluvia en dólares, fraudes y la posibilidad cierta que, al cabo de cuatro años, herede a doña Francisca. Y ella, convertida en sumisa e ingenua cónyuge, dirá: “sí, sí, sí”, a cuantas pillerías se le ocurran al marido.
En esta aventura de conveniencias sociales, espían los novios de EVOPOLI —no confundir con necrópolis— quienes se hacen llamar Republicanos o arcanos. Ambas cofradías, alejadas por ahora de la institución del matrimonio, de esta fiesta interminable de conveniencias sociales, se mantienen al acecho. Sin conseguir reponerse de la derrota presidencial, donde su líder José Antonio Kast, no supo conquistar el corazón del pueblo. Las cartas de amor que le escribió, incluidas en su programa de gobierno, no lograron seducir a la mayoría. Semejaban ser marchas militares a lo Lili Marlene, en vez de poesía. Ahora, mira afligido, como don Diego se las ingenia para mantenerse como el único pretendiente de doña Francisca. A diario la corteja y a menudo, ambos concurren a las playas de Viña del Mar, a observar la puesta de sol. Él le obsequia cajas de bombones, ramilletes de rosas y le desliza el borrador amarillento y seboso de una constitución política, calcada a la de 1980. “Es el acta nupcial, querida esposa, de nuestro infinito e indisoluble amor”, le dice entre suspiros. En los próximos días se formalizará la boda, aunque se ignora, bajo qué cláusulas. A desempolvar las tenidas de etiqueta.
Por Walter Garib