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¿Dueño de ti, dueño de qué?: ¡dueño de nada!

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Vemos que  la estabilidad del resultado de esta elección es precaria, al no ser un voto afirmado en una conciencia fundada. Es verdad que los temas simbólicos, los de la autonomía de los pueblos indígenas, de la justicia, de la regionalización y el desmembramiento  del territorio y la unidad del Estado, pueden haber desviado el voto más influenciable por una publicidad desinformativa o falseada hacia la opción “rechazo”. Pero esta inestabilidad se puede presentar igualmente de manera opuesta en su dirección si se redacta una nueva carta magna, y veremos por qué razón.

 

La consecuencia política del rechazo masivo fue mucho más allá del simple mensaje de rehacer otro texto constitucional, proceso que está teniendo problemas en su  emplazamiento, como se puede apreciar en las disputas entre Palacio y el Congreso, y también al interior de cada partido.

 

El problema que adelantábamos, es que, si ganaba el rechazo, no sólo se perdía el nuevo texto constitucional, sino que se acrecentaba la hegemonía del sector más conservador del país y, de paso, el gobierno de Boric quedaba en la estacada respecto a su programa de transformaciones, dada la falta de votos en el Parlamento y la anulación de su legitimidad para llevarlos adelante.

 

En eso teníamos razón, pues luego del shock, que sufrió todo el espectro político, los del apruebo quedaron estupefactos y los del rechazo rápidamente se llevaron para su hacienda toda la legitimación de ese voto popular que, siendo sinceros, no pertenece a nadie de manera exclusiva.

 

Intentan los conservadores, de manera prepotente, dictar la agenda del gobierno. El gobierno, por su parte, no logra  aquilatar la ambivalencia de este rechazo y se queda algo retraído, en una especie de complejo de perdedor, ante la experimentada jugada oportunista de una derecha acostumbrada a ganar y levantarse, como ave Fénix, desde sus cenizas.




 

La complejidad para un diagnóstico objetivo es enorme, más no imposible.

Ya lo decía en un artículo reciente titulado “La mala lectura”, que la derecha estaba sacando cuentas alegres de una situación que se puede transformar en un rebote de signo contrario en cualquiera de las próximas consultas que se vienen.

 

Esto lo afirmamos apoyados en una contabilidad aproximada de la voluntad del votante que se manifestó en la consulta de salida. Señalábamos que ahí quedó reflejado que el voto de rechazo ideológico (de derecha) equivale al 1/3 del voto efectivo; otro 1/3 corresponde al voto ideológico del apruebo (conciencia progresista, y el otro tercio corresponde a un voto  que se incorpora por primera vez, que fue obligado, más un voto “amarillo” que se pliega al de derecha y en parte a los que rechazan todo, como es la mayoría del voto obligado.

 

Por tanto, vemos que  la estabilidad del resultado de esta elección es precaria, al no ser un voto afirmado en una conciencia fundada. Es verdad que los temas simbólicos, los de la autonomía de los pueblos indígenas, de la justicia, de la regionalización y el desmembramiento  del territorio y la unidad del Estado, pueden haber desviado el voto más influenciable por una publicidad desinformativa o falseada hacia la opción “rechazo”. Pero esta inestabilidad se puede presentar igualmente de manera opuesta en su dirección si se redacta una nueva carta magna, y veremos por qué razón.

 

Porque si esa carta se redacta en términos que deja más o menos igual a la Constitución del 80 los elementos estructurales, la población que votó “apruebo” la votará, esta vez, “rechazo”.  El 30% del electorado conservador la votaría “apruebo” y quien dirimirá esta justa será ese tercio que vota obligatoriamente, que nunca le interesó la política ni la Constitución, sino que usa su voto como repudio, es decir “rechazo” al texto que le pongan por delante.

 

Ahora, existe un problema más, y ese problema radica en la incapacidad que ha demostrado nuestro elector para servir de juez de un proceso tan serio y complejo como es el de evaluar un texto constitucional. Y esto lo decimos porque mucha gente votó rechazo sin haber siquiera leído el texto; otros votaron “rechazo” porque no les gustó un par de artículos de todo el numerativo, no comprendiendo que los textos constitucionales deben ser evaluados en su conjunto, ya que se debe mirar en qué temas se avanza y cuán fundamentales son y cuáles temas quedan para ser avanzados mediante reformas posteriores, además que muchos temas pueden ser tratados en las leyes que se verán en el Parlamento, donde se perfeccionan necesariamente.

 

Ahora, si nuestros ciudadanos van a repudiar la totalidad de un texto constitucional simplemente por un par de artículos que no le satisfacen o le dijeron que eran artículos inconvenientes, entonces llegaremos a la conclusión que será muy difícil aprobar un texto, cualquiera este sea, si la disyuntiva es binaria: apruebo-rechazo.

 

Conversando con un amigo, más avispado que uno, me sugirió que hay dos salidas para este enredo: que no haya plebiscito de salida y lo dirima el Parlamento, cosa que es bien problemática, pues  los parlamentarios están lo suficientemente desprestigiados como para otorgar legitimidad a este mecanismo y a tal Constitución. La otra posibilidad es que se presenten dos o tres propuestas constitucionales y se sometan a una primera vuelta, donde las dos primeras mayorías pasan a una segunda vuelta y la que saque más del 51% queda como la aprobada.

 

En este contexto se obligaría a las dos opciones que pasan a segunda vuelta a dialogar posiciones para cuando una de ellas se imponga. Mi amigo me aventuró la idea de que si presentan nuevamente un solo texto, lo más probable que sea –dadas las condiciones de fervor hegemónico de la derecha conservadora- un texto muy parecido estructuralmente a la constitución del 80 y ese texto sería doblemente peligroso, pues será indefectiblemente rechazado, en porcentajes similares al que se rechazó el texto recientemente descartado; pero, además, un texto que deja las cosas tal cual estaban antes del 18 de octubre, va a adolecer de una repulsión y rechazo tan enorme que nos asegurará un tránsito violento, hasta que se agote y rinda en su propia inviabilidad.

 

La derecha conservadora, ahora se cree “dueña” del voto rechazo, pero ante este análisis podemos recordar la canción del Puma Rodríguez, ante un amor frustrante: “¿Dueño de ti, dueño de qué?: ¡Dueño de nada!”

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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  1. Renato Alvarado Vidal says:

    Una tercera posibilidad es que una nueva constitución pueda ser puesta en votación por partes, por capítulos suficientemente breves y acotados como para que puedan ser efectivamente conocidos, evaluados y juzgados por la ciudadanía en forma sucesiva, no todos a la vez.

  2. «La derecha conservadora, ahora se cree “dueña” del voto rechazo, pero ante este análisis podemos recordar la canción del Puma Rodríguez, ante un amor frustrante: “¿Dueño de ti, dueño de qué?: ¡Dueño de nada!’.
    Putas, lo que hace una pérdida importante en la conducción de un país para su futuro. Tal como el ensayista, se le pierde la brújula y se ubica en el terreno de las suposiciones para disminuir un poquito el dolor y desaire de la pérdida. Ahora, Don, ¿cómo nos hubieramos sentido si hubieramos ganado con el Apruebo? Putas, nos habríamos sentido dueños del destino de Chile, ¿si o no? Y la derecha no hubiera tenido argumentos para contrarrestarnos.
    Biueno, perdimos y perdimos por goleada, simplemente porque creímos que la mayoría de los chilenos querían y deseaban el cambio de rumbo, pero la realidad nos muestra que estabamos equivocados, la mayoría de los chilenos solamente quieren seguir con el sistemita y si hay algunos problemas, bueno, para eso tienen a una minoría de hue vones que van a saltar apenas les griten: UPA.

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