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Atacar (rechazar) un concepto, es mucho más fácil que defenderlo (aprobarlo); ¡Ah!, por cierto, ¿y el voto de los desconocidos de siempre?

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Las balas de tinta en nuestro país son tan peligrosas como las de plomo, porque la mentira acompañada de odio hace más daño que las balas.

(Hebe de Bonafini, presidenta Madres Plaza de Mayo, Argentina)

 

 

Tomemos, por ejemplo, el concepto Estado: “expresión abstracta de los medios, formales y substanciales, de unificación, regulación y control de la sociedad humana desunida. Como tal, el Estado es el producto de relaciones y condiciones que son específicas al seno de determinadas sociedades”.

“Estado: es una abstracción en tanto tiene que ver con muchos agrupamientos humanos concretos, como tal, no está localizado en ningún tiempo y lugar particular. Al mismo tiempo, tiene un inicio histórico real, habiendo una época anterior en la cual el Estado no existía, ni abstracta ni concretamente”.

“Esta relación constituye el conjunto de condiciones bajo las cuales el Estado llega a ser y desaparece. Como expresión es únicamente forma, tiene un aspecto teórico en su relación inmediata, pero no tiene un aspecto inmediato en su relación práctica” (Lawrence Krader, 1980).

Entonces, cuando, ya desde el primer artículo, se ataca la propuesta de la nueva Constitución, que estipula que “Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”, con el argumento de que se va a dividir el país en varios Estados o que la cultura indígena va a primar sobre la tradición y la historia de Chile, estos ataques no necesitan más que una frase para expresarse, ¿cómo explicar, entonces, en el poco tiempo que da un debate televisivo, cada uno de esos conceptos totalmente tergiversados y expuestos, además, con total mala leche?

Pero, además, en una campaña televisiva, tampoco se puede expresar de forma didáctica un concepto de esta naturaleza. Es más, cuando decimos un Estado social democrático de derecho, tenemos que tomar en consideración que, incluso esta caracterización, no es unívoca, pues comparemos, por ejemplo, un Estado de derecho como el que existe en Finlandia, con el que existe en Ucrania. No hablo de Chile, pues el Estado de Chile es un Estado de facto, aunque la casta política nos quiera hacer creer que vivimos en un Estado de Derecho.

Y aquí surge un gran problema: no se trata solamente de informar, sino de convencer (“Venceréis, pero no convenceréis”, Miguel de Unamuno), y esto demanda un doble esfuerzo de comunicación.

La convicción es la impresión que tiene el receptor del mensaje, del valor o veracidad de éste. ¿Cómo se logra convencer al receptor?: mediante un mensaje con alto contenido persuasivo, pues la convicción, es un razonamiento de la comunicación social. El proceso de persuasión-convicción, puede ser de naturaleza racional o irracional.

Aristóteles fue el primero en estudiar el proceso de convicción; él hablaba de entimema como la fuerza o cantidad de convicción que origina un mensaje dado en el individuo, es decir, el grado de pregnancia del mensaje. (Retórica).

¿Y el voto de los desconocidos de siempre?

Como ha quedado demostrado, sin lugar a dudas, fue el voto de los que nunca habían concurrido a ejercer su derecho, el que permitió el holgado triunfo de la opción rechazo. Se les ha culpado de ser de derecha, tan es así que, la derecha, ni corta ni perezosa, se ha atribuido esos votos, incluso esos votantes. La alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei, los llamó al orden, que dejaran a un lado la soberbia y que respeten la palabra empeñada en cuanto a seguir el proceso constituyente.

Aunque ya algunos columnistas han expresado que esos votos no le pertenecen a ninguna corriente ni, menos a partido político alguno, deseo comentar algunas apreciaciones desde mi punto de vista. Lo que he denominado “los desconocidos de siempre”, pertenecen a una masa apolítica, pues no se interesan en lo que Aristóteles designaba como la polis, que implicaba todas las actividades de la ciudad, es decir, el ser social (zoon politikon); recordar que la democracia ateniense era un tanto exclusiva, pues estaba vedada a los esclavos. Los que no participaban en las actividades de la polis (mujeres, legos) se les denominaba como los idiotes (idiotikones), que tenían derechos sociales pero no políticos. Cabe hacer notar que los dioses no participaban en las actividades de la polis.

Dicho lo anterior, es menester indicar que, una de las razones para votar en el sentido que lo hicieron, fue el deseo de manifestar su rechazo a todo el sistema político, a la sociedad que los mantiene marginados, y que, además los obliga a votar por un proyecto de Constitución que les importa la nada misma y que pertenece al mismo sistema que aborrecen.

Es importante aclarar, también, que como idiotkones, no son un grupo homogéneo, no obedecen a una ideología política determinada, por lo que no se debe confundir con los anarquistas que sí la poseen y con gran conciencia política. De hecho, el que se autodenomina Pelao Carvallo, un ácrata de tomo y lomo, afirma, en una columna reciente, publicada en El Ciudadano que, como él, muchos anarquistas votaron apruebo.

Así mismo, los que también han estado expuestos a una acerba crítica por parte de algunos de los derrotados, ya sea políticos o ciudadanos, mismos que cayeron en una gran depresión, son los residentes de las ciudades o pueblos con graves problemas de contaminación, con graves carencias de agua, con depredación de sus territorios por invasión de las inmobiliarias, etc. a los que se les ha tildado de ignorantes por no entender lo que se proponía en la nueva Constitución y que iba en total beneficio suyo y de su propio hábitat. Y aquí vuelvo a lo que expresaba al principio de esta nota: ¿fue el mensaje del apruebo suficientemente persuasivo para lograr la convicción (pregnancia) en las personas que recibían el mensaje? Es cierto que los grupos más carenciados, no sólo carecen de los mínimos materiales para una vida digna, sino, además, se les ha mantenido durante 49 años, en la más absoluta privación del acceso a toda forma de cultura, de educación, de información veraz, etc.

Es preciso recordar, sobre todo para los más jóvenes, que durante la campaña que llevó a la presidencia de la República al doctor Salvador Allende, una de las mentiras más grandes, que se machacaba constantemente, era de que le iban a quitar su casa; incluso se hacía “un puerta a puerta” encuestando a los residentes sobre el número de piezas que tenía la propiedad, para saber si podían recibir a los “sin casa”, que habitaban en los campamentos de la periferia de las ciudades. Sin embargo, esa campaña de la derecha no le dio resultado, debido a la educación cívica del pueblo (con educación gratuita desde 1879), que no se tragó tal infamia.

Entonces, ¿podemos culpar a los ciudadanos que votaron rechazo, que no obtuvieron la información adecuada con el tiempo suficiente, y que, por la otra parte, recibían todas “las balas de tinta” y mensajes de mentiras y de odio por la televisión y las redes sociales?

Estimados lectores, ¿se han preguntado, alguna vez, por qué nos rige la Constitución ilegítima e ilegal de 1980, redactada por la dictadura cívico-militar? La respuesta no es otra que debido a que nosotros, los ciudadanos que teníamos derecho a voto en 1989, le dimos la bendición que necesitaba, para convertirse en una Constitución aprobada democráticamente.

Copio un párrafo del artículo publicado en Clarín con fecha 8/11/2017, cuyo título es: “Chile, del golpe de Estado fascista de 1973, al golpe de Estado blando de 1989”:

… “Al fin, el 30 de julio de 1989, Aylwin ve coronado su anhelo, consolidándose el Golpe de Estado Blando con la aprobación de 54 reformas (consensuadas) a la Constitución espuria, ilegal e ilegítima de 1980, a través del plebiscito convocado por la dictadura cívico-militar. Es importante recalcar que la campaña de propaganda para aprobar dichas reformas fue estructurada y auspiciada no sólo por la dictadura, sino también, por la Concertación. La ciudadanía no tuvo oportunidad de debatir sobre las reformas, pues fueron conocidas y consensuadas por los que fueron designados para su discusión, al margen de los ciudadanos. Es más, el Decreto con la firma de Augusto Pinochet que convoca al plebiscito, tiene fecha 15 de julio de 1989, es decir, sólo 15 días antes de su realización.

¿Tenemos derecho nosotros, los que fuimos como corderitos a refrendar la Constitución de la dictadura cívico-militar, a criticar a los que no votaron por aprobar la nueva Constitución, en la que el pueblo no tuvo ninguna  participación, puesto que en la Convención no se aprobó ninguna de las propuestas enviadas por la ciudadanía y que de aprobarse, iba a ser el Congreso Nacional (es decir la misma casta política de los 30 años), las que decidiera, en última instancia, la que aprobaría sólo el articulado de su propia conveniencia?

 

 

 Por Hugo Murialdo

 

 

Periodista, escritor, magíster en Ciencias de la Comunicación, y magíster en Filosofía Política

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