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Epístola a los tripulantes

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Hermanas y hermanos en la fe (y en las ganas, espero), me dirijo a vosotros en esta hora de tribulación, en que se nos encalló la barca en las rocas y para colmo parece que la marea está bajando. Pero podríamos mariscar. Tengo la sospecha de que algunas de las estrellas por las que nos guiábamos no eran tales, sino satélites artificiales, pero podríamos mariscar, insisto.

Cuando se nos cayeron las catedrales por toda la vieja Europa, Kremlin inclusive, nuestra siempre mestiza cultura recibió una nueva fe ¡Se acabó la Historia y con ella todo “Gran Discurso”! Y nosotros abrazamos la nueva revelación con entusiasmo frenético; si ya habíamos sido los primeros en neoliberalismo ¡también podríamos serlo en post-modernismo! Nos lanzamos por este camino, como diría Paquetón: con más ganas que un elefante loco. (Ref.)  Partimos raudos construyendo capillas y capillitas en las que no hubiese sospecha alguna de que pudiesen estar aún contaminadas con el gran discurso,  y así fuimos feministas, animalistas, homosexualistas, ambientalistas, indigenistas, etc. Lo hicimos tan convencidos, que cada uno tomó la parte por el todo, por SU propio todo, y aquellos que discrepasen de mi evidente verdad serán funados en la plaza, porque yo soy más santo que tú y tengo todos estos likes para demostrarlo.

La nueva fe impregnó todo el ámbito social y cultural, incluyendo al mundo político parlamentario, el cual, aunque yo se que muchos de vosotros lo dudáis, algo de cultural tiene. Este hito o mojón en el alto vuelo filosófico de nuestro Parlamento quedó inmortalizado en las “leyes con nombre”, en virtud de las cuales, si le das un piedrazo al perro que está atacando al cabro chico, te castiga la Ley Cholito, o el caso que se dió hace unos años cuando, para instalar las fondas en la costanera de Puerto Montt, hubo que pedir la venia del Lonko de una fantasmal agrupación originaria, quien, amparándose en la Ley Lafkenche, demandaba dominio sobre dos tercios del Golfo de Reloncaví, y así.

El hecho es que fue en este espíritu que llegamos al Momento Constituyente, por lo que, fieles a nuestra fe, nos propusimos que en la Convención estuviesen representados, de verdad, los diversos componentes de nuestra sociedad; así, si somos mitad hombres y mitad mujeres, que así estemos representados ¡amén! si hay pueblos anteriores a Chile, que estén representados ¡amén también! y así. En esto hicimos bien, pero nos faltó; en esto es algo en lo que no podemos permitirnos retroceder: Cualquier entidad que pretenda redactar una nueva constitución debe ser, al menos, paritaria. Pero parece que nos quedamos cortos.

Tal vez por el temor sagrado al Gran Discurso, se nos quedó fuera un componente ¡y vaya qué componente! Uno que acompaña a la sociedad humana desde los albores de la Historia, hermanas y hermanos míos. Que la sociedad, toda sociedad, está dividida primariamente en clases sociales, es una realidad que ya era antigua en tiempos de Tutankamón ¡Y nosotros nos damos el lujo de ignorarla en forma olímpica, de saltarla a la torera! No había bancas para los trabajadores en nuestra Convención Constitucional, y por supuesto tampoco ni un solo trabajador.

Hemos pecado hermanas y hermanos míos, no podemos aceptar que en una futura entidad cuyo propósito sea poner por escrito el país que soñamos, dejemos fuera la voz justamente de aquellos que con su trabajo han de financiar ese sueño de vida digna, para regocijo de estos humildes mortales que en este valle de lágrimas van pelando el ajo.

¡Huija, canejo!

 

Quien filtra este documento confidencial, de circulación restringida a la oscura cofradía “Dalca Soberana”, de Puerto Montt, da fe de que es copia fiel del original.

 

Ref.- Pugilista. Revista Estadio

 

Por Renato Alvarado Vidal

 

Puerto Montt, 8 de septiembre de 2022-09-08

 

P.S.- No olviden que el 18 hay que jurar lealtad al Rey Fernando.

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