Aprendiendo de las derrotas
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(Mensaje de un anciano a mucha gente joven que comienza a participar en lides electorales desde una perspectiva progresista).
Quiero evitar la mirada del académico o intelectual progresista que enfatiza el poder y los medios del sistema que buscamos cambiar. Yo lo asumo como un dato de realidad, no como una variable sino como una constante. Está allí y seguirá allí, salvo que cambie abruptamente la correlación de fuerzas. Por eso creo más importante atender a nuestras debilidades, que es lo que podemos y debemos modificar.
El plebiscito recién culminado es una dolorosa experiencia de la cual tenemos mucho que aprender. Intentaré enunciar algunas reflexiones, un tanto apresuradas, que creo necesario compartir.
- El compromiso político es para quienes lo asumimos como parte de nuestras vidas algo que nos trae muchas alegrías, pero también grandes dolores. Y para quienes asumimos y nos identificamos con la búsqueda de cambios, llamémonos progresistas o izquierdistas, tenemos que aprender a convivir con la derrota y aprender en cada ocasión de ellas. Más aún cuando lo hacemos desde una condición privilegiada. O dicho en términos más sociológicos, cuando existe una contradicción entre nuestra opción y nuestra posición de clase.
- El ejercicio de la política como actividad humana por muy noble que sea en los propósitos que persiga, no puede nunca olvidar las formas. El diálogo es siempre mejor que la descalificación o el insulto. La ira nunca es una buena compañera, la indignación si lo es, como lo enseñó Hassel. Cuidémonos de la “aporofobia inversa”: el tránsito abrupto desde el elogio del pueblo sabio y generoso a la descalificación como “facherío pobre”. Recordemos que los pobres, por quienes luchamos no son mejores ni peores seres humanos, son pobres, personas privadas injusta e involuntariamente de los bienes esenciales de la vida digna. Entre ellos el carecer de la educación cívica y capacidad para discernir en la avalancha de información a la cual están expuestos. Estamos del lado de ellos por una cuestión de justicia.
- La política no es un quehacer aislado, es algo que impregna y trasvasa todas las dimensiones de la vida colectiva. Se hace política en la casa, en la escuela, en las plazas, en la calle o en el metro. Somos animales políticos y es algo que hemos olvidado e invisibilizado. Politicemos y democraticemos nuestros entornos, nuestro propio metro cuadrado.
- La despolitización de la población es algo que siempre favorece al statu quo, de modo tal que la crítica generalizada y al voleo de los partidos políticos, de la «clase política» y de la política en general, es algo que termina impidiendo los cambios. Recuperemos la condición republicana, el diálogo ciudadano, el escucharnos unos a otros en todo lo que dice relación a la vida en común, a los bienes comunes, a la cuestión pública.
- La tarea política consiste en construir mayorías, en sumar y no restar. Se resta cuando se instala el discurso de la superioridad moral, de la descalificación fácil del otro, incluso del que está a nuestro lado, del cálculo pequeño y de la exclusión fácil y mezquina. Se suma con acuerdos amplios e incluyentes. La inclusión suma y la exclusión resta. Quien transita hacia nuestras propuestas e ideas merece siempre nuestros aplausos y nunca insultos y cobradas de cuentas.
- Los legítimos discursos reivindicativos de causas particulares que pueden movilizar a grupos o sectores específicos pueden entrar en conflicto con el sentido y dirección del cambio y de los avances globales y no necesariamente pueden tener la misma capacidad de convocatoria o aceptación en el resto de la población. Pudiendo incluso generar rechazo si esto aparece como tozudez y no como convicción. Cuidemos entonces los mensajes y los énfasis puestos en ellos. No nos confundamos en hablar para convencer a otros del hacerlo para nosotros mismos, eso es auto aplauso y no nos sirve.
- El voto obligatorio, aunque favorece al statu quo, es un enorme avance democrático pues aumenta la legitimidad y por tanto la gobernabilidad del sistema político, en momentos en que la democracia experimenta enemigos íntimos como lo apuntó Todorov, pero eso nos plantea un desafío político aún mucho mayor, de educación cívica y de trabajo político para sumar estos grupos, los invisibles y los no considerados hasta ahora, al debate republicano.
- Honrar la palabra. La credibilidad es el gran activo o patrimonio de quienes dedican su vida al quehacer político. De allí la necesaria coherencia entre palabra y acción, entre lo que se dice y se hace, y el cuidar lo que dice es algo fundamental para un político. Un político es un eterno prisionero de sus palabras. Esto vale para todos y en todo momento.
- Los extremos se tocan. La forma tradicional de entender la política en términos ideológicos de tipo polar o de polos situados en los extremos de una escala que nunca se encuentran, debería transitar hacia una visión circular ya que las posiciones extremas terminan siempre coincidiendo, en actuaciones o valoraciones de la coyuntura similares, que si bien, difieren en términos estratégicos, en los aspectos tácticos o de beneficio inmediato, habitualmente antidemocráticos, coinciden.
- La política es el arte o técnica de conciliar voluntades y de evitar la tendencia a la concentración del poder intrínseca en su propia naturaleza, la búsqueda del poder absoluto mediante mayorías inamovibles. La alternancia es el antídoto a la adicción y propensión o tendencia a la omnipotencia del poder. Y asumir esto implica aprender a ganar y también a perder, con humildad y con autocrítica siempre.
Addenda
Sobre cómo evitar la paradoja del fuego amigo o del dispararse en los propios pies.
Un factor que siempre ha usado la derecha, y el periodismo que está a su servicio, así como la línea editorial de los medios que controla, es el uso recurrente de los errores y desaciertos de quienes militan en las fuerzas progresistas. Para ello hacen uso de ciertos criterios, respecto a conductas y actuaciones nuestras que creo que son necesarias de identificar a fin de no seguir regalándoles el terreno abonado.
- Cuidarse de la explotación sistemática y a ultranza de las actuaciones desatinadas de algunos personajes públicos que no tienen la mesura y el criterio necesarios para dedicarse al quehacer político ya que acostumbran a ventilar públicamente los dimes y diretes propios de cualquiera relación humana.
- Preocuparse de lo que se dice incluso en los espacios públicos de debate interno ya que hay un uso sistemático de fuentes que filtran hacia el exterior, información que debería mantenerse privada y circular sólo en los debates internos.
- Evitar y aislar a aquellas personas y grupos minoritarios que, en función de transformar correlaciones internas de fuerzas, no trepidan en emporcar su propio nido.
- Establecer alguna forma o dispositivo que permita un filtraje previo y revisión del historial de las personas que representarán públicamente al colectivo que busca acceder al poder político.
- Aprender a callar cuando sea necesario para evitar dañar al colectivo político al cual se representa y evitar hacer uso del «minuto de gloria» cuando aquello pueda dañar las posiciones que se defienden.
- Evitar andar dándose «gustitos» para alimentar egos o para tomarse revanchas de antiguos litigios u ofensas vividas.
En síntesis, propongo volver a aplicar y experimentar las tan importantes, aunque depreciadas virtudes de la moderación, del diálogo y del respeto al otro, de la prudencia, cordura o mesura, en el ámbito y quehacer de la política, para que esta pueda retornar a los carriles que nunca debió abandonar.
Por Antonio Elizalde
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