De la Soberanía Vacía, a la Debida Soberanía
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Hoy, en la autocrítica aprobacionista, la condescendencia, la sobre valoración del voto, y la auto indulgencia hacen suponer, sin explícita declaración, que la ignorancia y la crisis moral, son una suerte de debido proceso y el sustento de una dignidad soberana. El conservadurismo -apoyado en su propiedad casi absoluta de toda la infraestructura país- aplaude la “sabiduría” del pueblo chileno que le hace su agosto, luego de una sistemática y desvergonzada campaña del terror y festeja el haber logrado empujar la “claridad” de un pueblo “soberano”, que prefiere el continuismo constitucional que le llevó a un estallido (que hoy más parece haber sido un brote psicótico) a la expresión de una conciencia clara de cambio, hacia un nuevo marco político fundamental, que habilitaría por caminos más anchos, las reformas para la superación de su estado de insatisfacción.
La inconsciencia sobre la realidad, es un flagelo inoculado a través del diseño estratégico integral de la marginalidad contemporánea, con los dramas de la educación pública y todas sus aristas; con la concentración de medios de comunicación, con el uso tendencioso de los metadata, con el surco cerebral del consumismo y el señuelo de las líneas de financiamiento al “aspiracionismo arribista”, solo para citar algunos botones de muestra.
Afirmar que «el pueblo decide lo que decide, y que en ello radica su soberanía», sin considerar sus condiciones de contexto, da cuenta de un pensamiento sin herramientas críticas suficientes. Pero también da cuenta de una colonización de la conciencia de los sujetos que por circunstancias particulares han tenido acceso a instrucción, no obstante se les ha extraviado el deber de ponerse al frente y ocupar una posición de vanguardia que hoy se ve marginada ante el retroceso de la responsabilidad social del conocimiento y la conciencia, obnubilados y neutralizados por la auto referencia sistemática y el quiebre de los puentes solidarios. Es el flagelo que ha congelado y fragmentado al sujeto; que le ha encerrado en su soledad, mirando tras los visillos su vecindario; que hoy vive en la concesión simplista del soltar y dejar ser, del “no estar ni ahí” del espíritu posmoderno, porque al fin de cuentas avanza más rápido, abducido en el inmediatismo del que no tiene más futuro que su hedonista y superficial vida pasajera, que llegó tarde a las prácticas anticonceptivas, para no comprometerse con su descendencia.
Miren no más qué forma tan común de sumisión enmascarada en su antónimo. Miren cómo se manifiesta patológicamente la falta de compromiso con los marcos valóricos que nos hacen cargo; que nos hacen responsables del juicio y del acto sobre la realidad y sobre el otro. Es una construcción de la calidad humana que nos posiciona como supuestos «escrutadores imparciales», campeones del “morbodiagnóstico” para reposar la vida, sentados al borde de nuestras suficientes miserias umbilicales.
Aquí estamos ahora, después de la borrachera de la disputa por los guetos del Poder, como capataces mirando por siempre desde la mesa del pellejo, la opulencia obscena de los dueños de este fundo. Los partidos construidos durante las luchas del siglo XX tienen cuentas que rendir; mea culpas desde hace ratos vergonzosamente pendientes.
Una democracia que se funda en la ignorancia transversal, y en la participación universal puede ser la expresión de una, tal vez pobre, pero legítima voluntad soberana del pueblo. Pero una sociedad que cultiva, promueve y consolida la ignorancia y la pequeñez en quienes deben ser sometidos, no tiene esperanza alguna de soberanía popular, por el solo ejercicio de la razón, porque su voluntad estará condenada a caminar encandilada por señales que buscan mantener el camino de su condición dominada, seducida por la fantasía de una libertad y una dignidad muy diferente de aquella que goza quien le subyuga.
Existirá siempre el que te acuse de sostener una narrativa extemporánea, porque su única fuente de vida y juventud es la prolongación de todo aquello que ha aniquilado históricamente al otro; no faltará aquél que te diga que no hay otra forma de entender el mundo si no es con las categorías que aseguran el fundamento de su propia y particular existencia. No falta ahora la voz que te condena y te acusa de cancelar al otro, cuando el otro te ha cancelado y no quiere dejar de cancelarte como sujeto de derecho; cuando cancela para ti y para toda tu descendencia, desde los derechos sociales hasta los derechos biológicos.
Es verdad: la gente elige lo que elige. Pero en ello no hay más que una declaración tautológica; políticamente irrelevante, de una neutralidad pobre e insolente. Porque la soberanía no es solo elegir, pues en el acto de elegir, navega la dignidad y esta no es cualquier cosa. La dignidad no es solo lo que a nosotros se nos venga a la conciencia; no es solo el alcance de nuestros pequeños juicios atomizados. La dignidad se viste de la realidad concreta de nuestra existencia, porque si no es así, entonces, la dignidad en la historia, ha sido más el rostro de la esclavitud que el de la libertad.
Por ahora habrá que aplaudir en reconocimiento, el amasijo de esta panadería en que las elites preparan el pan corriente para el vulgo, para disfrutar de su baguette.
La iniquidad sostenida sigue y seguirá siendo sostenible. Con estallido social y todo, la injusticia social seguirá siendo un eje de peligro, pero con su condición de riesgo, bien administrada, con algunos traumas “necesarios” en el camino. La acumulación obsesiva de capital con el desprecio que supone hacia el ser humano y hacia su ecosistema, seguirá viento en popa con sus zonas de sacrificio. Seguirán intactos los fundamentos de la indignidad y la fuente de la indignación, porque los fantasmas que crecen en la ignorancia encierran las conciencias en el laberinto de sus tormentos hasta la autoagresión política. Mientras no se comprenda ni se asuma la valentía necesaria para hacerse cargo de un nuevo proyecto de valores que sustente una vanguardia, y sigamos en una narrativa de claudicación al absolutismo dominante, no será posible que quienes hemos vivido abusados, tomemos el control de una verdadera soberanía, que vaya más allá de la simple constatación de una voluntad sometida al efecto de esta burundanga.
Por Marcos Uribe Andrade
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