Eso que mata, tortura y desaparece
Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 8 segundos
El diputado De la Carrera es un síntoma del poder de la derecha luego de cincuenta años de hegemonía.
Ese poder que corrompe y enferma.
En un punto, el saberse dueño de todo y considerando a todo el resto una tropa de usurpadores, se comienza a parecer a un grupo de patologías superpuestas en las cuales la transfiguración de la realidad, la mitomanía, una extrema agresividad y un descaro a prueba de desmentidos, pasan a ser condiciones exigibles y legítimas.
Pues el odio que trasunta del diputado De la Carrera se parece mucho al que justificó lo hecho por la dictadura durante su despliegue.
Eso no está muerto. Eso está ahí.
Solo es aceptable que se extrañen de estas evoluciones de apariencia psicótica del diputado a las personas para quienes, efectivamente, creen que del año 1991 fue un tránsito democrático real.
De haber sido así, la ultraderecha que propició y ejecutó muchos de los crímenes del tirano o estarían cumpliendo cabal prisión, o despachados a la sentina de la historia. Y no estarían teniendo el protagonismo que tiene avanzados tantos años desde aquella fecha.
Estos hechos que no son nuevos deberían generar comprensible pavura en sectores democráticos.
Y en la izquierda, la necesidad de deshacerse de prejuicios, miopías, infiltrados y de la falta de visión que no sea la del corto plazo y la cosa poca.
Es de recordar que lo De la Carrera no es un caso aislado.
Obedece a un convencimiento puro de estos sectores respecto de quienes piensan de otra manera: que merecen castigos físicos, así sean propiciados en uno de los más altos y sacros altares de la democracia, como es la testera de la Cámara de Diputados, el lugar en que día a día se comulga con la constitución, las leyes y la patria.
Y cuando se dan las condiciones, y ya la democracia no sirve para sus intereses, entonces estos golpecitos provocadores, aunque no menos desprovistos de un odio reconcentrado, dan pasos a los corvos y las ametralladoras, a los vuelos de los helicópteros y las fosas clandestinas.
De la Carrera es un aviso y una alerta temprana.
¿Es que sujetos como él y los que lo siguen y emulan mirarán su derrota por la televisión el día cuatro de septiembre a las ocho de la noche?
¿Es que saludarán republicanamente a quienes aparecerán como las cabezas visibles del triunfo del Apruebo en la noche del triunfo y la algarabía?
Doble contra sencillo, se activará el plan E: Comenzar tempranamente a preparar las condiciones para conspirar contra la democracia que eventualmente se viene.
(Los anteriores planes fueron. A: Lograr un acuerdo; B: Ganar la mayoría de la Constituyente; C: Ante la derrota, desprestigiarla al máximo; D: Ganar el plebiscito de salida.)
Y a menos que creamos lo que creen muchos, demasiados: que la ultraderecha se va a comportar como legítimo, caballeroso y democrático opositor al proceso de cambios que, eventualmente, podría desplegarse con base a la Nueva Constitución y utilizará solo las armas que entrega la legítima discrepancia política, estaremos en peligro.
La historia de Chile es un continuo de buenas intenciones y traiciones en el que han perdido los de siempre: los que han creído y sus seguidores.
Ya se ha dicho que la Nueva Constitución no resuelve nada por sí sola: en el mejor de los casos debe ser entendida como el inicio real de la transición democrática que fue trampeada y falsificada luego de los militares.
Y, si la transición democrática debe traer la buena nueva de una real democracia y ese proceso es empujado y defendido por una vasta y necesaria movilización popular, organizado, consciente, decidido, entonces hay que tomar en cuenta la alerta que nos trae el diputado De la Carrera: eso que mata está aún ahí.
Por Ricardo Candia Cares