En una bizarra -pero no menos preocupante- reunión convocada por la Presidencia de la República para un grupo de embajadores a inicios de esta semana, el ex capitán insistió en realizar ataques a las urnas electrónicas y poner en duda la transparencia de las futuras elecciones que se llevarán a cabo en octubre. En una transmisión en directo por un Canal Oficial (TV Brasil), a la cual no tuvo acceso la prensa audiovisual o escrita, el presidente Bolsonaro no solamente efectuó acusaciones infundadas sobre la seguridad y confiabilidad del sistema electoral, como también acusó a tres miembros del Supremo Tribunal Federal (STF) y del Tribunal Superior Electoral (TSE) de estar propiciando un escenario en que los votantes serán defraudados.

A pesar de que diversos juristas y constitucionalistas señalaron que el cuestionamiento del jefe del Ejecutivo al sistema electoral constituye un crimen pasible de provocar una casación de su mandato, esta “afrenta” a las instituciones democráticas no ha tenido una respuesta a la altura por parte de las mismas instituciones y poderes del Estado que Bolsonaro insiste en denigrar. Aparte de algunas declaraciones y advertencias a sus palabras, los principales actores de la vida política y los medios en general no han denunciado la gravedad del aviso de Golpe que estaría incitando Bolsonaro en el caso de que las urnas no le sean favorables para obtener su reelección. En su discurso, que muchos han evaluado como el discurso de un perdedor, el mandatario cuestiona desde ahora el probable resultado que le daría la victoria al ex presidente Lula da Silva.

En su monumental biografía de Benito Mussolini (M. El hijo del siglo), el escritor italiano Antonio Scurati nos relata que luego del atentado con granadas perpetrado contra una multitud que marchaba por la Via San Damiano, en la que murieron algunos participantes, Mussolini y una parte de sus secuaces fueron arrestados al día siguiente bajo la acusación de “atentado a la seguridad del Estado y formación de un bando criminal”. Después de haber sido sometido a interrogatorios por su responsabilidad en el atentado, Mussolini es dejado en libertad, permaneciendo solo 24 horas detenido. A su favor intervino el Director del Corriere della Sera, Luigi Albertini, un connotado pensador liberal para quien el desastre electoral de los fascistas en esas recientes elecciones no ameritaba un tratamiento drástico contra ellos. En su argumentación Albertini señalaba: “Mussolini es un desastre, no hagamos de él un mártir”.

La experiencia histórica del nazismo y el fascismo deberían ser una clara advertencia para que las sociedades democráticas se mantengan en alerta y activen prontamente los frenos necesarios para contraponerse a las embestidas autoritarias de la extrema derecha. En caso contrario, dichas sociedades pueden sucumbir a los desbordes tiránicos de un líder y un pequeño grupo que impone su proyecto con el recurso de la violencia y las armas, tal como podría suceder en el caso brasileño.

Al igual que en la bestial declaración de Millán Astray en la Universidad de Salamanca luego del triunfo de los franquistas en la Guerra Civil Española, el deleznable Jair Bolsonaro también quiere hacer suyo el perverso eslogan de “Viva la muerte, muera la inteligencia”. Para ello viene trabajando desde que asumió hace 3 años. Con casi 700 mil fallecidos por la pandemia e indicadores de desempleo, miseria y hambre que no veían hace décadas, Brasil también enfrenta una crisis en sus indicadores de salud mental, sin precedentes en la historia nacional.




Según un estudio realizado recientemente por el Centro Datasus, la cifra de suicidios sube de manera  alarmante, siendo que el número de óbitos por esta causa aumentó el doble en los últimos 20 años, pasando de casi 7 mil decesos en 2000 a más de 14 mil muertes auto provocadas en el año 2021. La curva que expone las cifras brasileñas van a contramano de la tendencia mundial – a pesar de la pandemia- y los especialistas atribuyen esta grave situación al aumento de la pobreza, la desigualdad, la desesperanza, la exposición a eventos de violencia y la inexistencia de una política efectiva de contención y prevención de la depresión y el suicidio.

Cada día se desmantela alguna política pública, especialmente la política social, que había sido construida a través de muchos años de gobiernos que intentaban disminuir la desigualdad escandalosa y enfrentar los altos índices de pobreza y exclusión. A pesar de su incompetencia en la gestión gubernamental, el ex capitán y sus ministros han demostrado extrema eficacia para desmontar el Estado brasileño, tal como ya lo hemos apuntado en una columna anterior (La paradoja de un gobierno devastador).

Por lo mismo, la interrogante que se mantiene en el aire es si las instituciones republicanas serán capaces de colocar un basta a las atrocidades que viene cometiendo el gobierno de extrema derecha y si las fuerzas sociales serán capaces de contraponerse a las amenazas golpistas propaladas por el presidente y su núcleo de incondicionales. Hasta ahora las organizaciones sindicales, los movimientos sociales y la ciudadanía en general, se han mantenido en una pasividad inquietante para enfrentar los desvaríos de Bolsonaro.

Es de esperar que en la medida que se inicien las campañas para la próxima contienda electoral, las personas estén dispuestas a salir a la calle para exigir un juicio por los crímenes cometidos por este desgobierno, aun cuando sus resultados se vean obstaculizados por la complicidad de políticos, jueces y empresarios que siguen defendiendo la actual administración. El pueblo, los ciudadanos deben ocupar el protagonismo indiscutible a ellos asignados para detener el oscurantismo y la expansión de la estrategia del miedo y la mentira. Son ellos los convocados a dar un giro definitivo a este periodo de penumbras y ocupar las calles, plazas y espacios públicos de ciudades, pueblos y villas de todo Brasil. De no ser así, una mancha de infamia se apoderará del país y la desidia de las entidades políticas y de las instituciones sometidas al poder despótico pavimentarán el camino para que las expresiones nefastas del neofascismo se consoliden para desgracia de la gran mayoría de los brasileños.

 

Por Fernando de la Cuadra[1]



El Clarín de Chile

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