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La nueva izquierda latinoamericana y el desafío de la gobernabilidad

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El mapa de Latinoamérica se tiñe de progresismo con los triunfos de los gobiernos de Andrés Manuel  López Obrador, en México; Alberto Fernández, en Argentina; Luis Arce, en Bolivia, Xiomara Castro, en Honduras; Pedro Castillo, en Perú; Gabriel Boric, en Chile; (habría que agregar el posible triunfo de Lula, en Brasil). Para completar el mapa de los gobiernos progresistas de América Latina habría que sumar también el gobierno de Gabriel Díaz-Canel, de Cuba, el de Daniel Ortega, de Nicaragua y el de Nicolás Maduro, de Venezuela.

La izquierda latinoamericana es plural, y en cada país ha tenido distintas características: el socialismo del siglo XIX, por ejemplo, ha tenido una valoración distinta de la democracia, muy cercana a las dictaduras y al autoritarismo, privilegiando la permanencia en el poder y el dominio de las Fuerzas Armadas. Los gobiernos del socialismo del XXI gozaron del alto precio de las materias primas, especialmente el petróleo, los productos de la agricultura; incluso, en el socialismo del siglo XXI hay que diferenciar los gobiernos de Inácio Lula da Silva, en Brasil, de Bachelet, en Chile, así como el de los Kichner, en Argentina, con los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, pues los primeros mantienen las normas democráticas de la representatividad y, los segundos, se apropian del poder total imposibilitando la alternancia en el gobierno.

Los gobiernos progresistas de América Central y del sur, a diferencia del socialismo del siglo XXI, enfrentan una severa crisis de gobernabilidad signada por la peor peste de este siglo, como también, una inflación galopante, además de una recesión económica que lleva a estos países, (y a muchos otros en el mundo por esta misma causa), a la estanflación, (es decir, a la recesión más inflación).

En el plano político, los años 20 del siglo XXI se caracterizan por una crisis de representación y de  gobernabilidad, que ponen en peligro la democracia formal, y las respuestas sociales emergen en la mayoría de los países latinoamericanos: en Chile, el “estallido social”, del 18 de octubre de 2019, (18-0); En Colombia, contra el gobierno del Presidente Iván Duque; en Ecuador, también en 2019, en contra del Presidente Lenin Voltaire Moreno y, actualmente, contra el gobierno del Presidente Guillermo Lasso.




La crisis de las instituciones políticas ha hecho posible el derrumbe de gobiernos neoliberales, en su mayoría, liderados por millonarios, empresarios y banqueros: así ocurrió con Mauricio Macri, en Argentina, Sebastián Piñera, en Chile; Enrique Peña Nieto, en México; Orlando Hernández, en Honduras, (hoy, extraditado a Estados Unidos por narcotraficante).

Estas crisis han tenido como efecto directo la radicalización de la desigualdad del reparto de la riqueza y, a su vez, ha irrumpido una ciudadanía que no duda en exigir una inmediata puesta en marcha de las promesas y programas en las candidaturas presidenciales, es decir, los mismos ciudadanos que emitieron su voto por líderes progresistas, por ejemplo, muy fácilmente se pasan al otro extremo, y demandan con fuerza la inmediata satisfacción de lo prometido.

En el caso de Chile, Gabriel Boric, (logró la más alta votación de nuestra historia política) y, a menos de un mes de asumido el cargo en la Primera Magistratura, bajó del 50% de aprobación al 38%. El Presidente de la República, con un apoyo minoritario en ambas Cámaras, se ha visto obligado a integrar a los antiguos partidos de la Concertación por la Democracia en la alianza de gobierno actual, y para aprobar cualquiera de los Proyectos de Ley se ha visto en la necesidad de abrirse a pactos con la Democracia Cristiana y una supuesta derecha democrática.

En Perú, el Presidente, (profesor primario y campesino), Pedro Castillo, ha tenido que sortear múltiples crisis de gabinete ministerial y vacancias, propiciadas por la mayoría parlamentaria opositora, liderada por el fujimorismo y por algunos militares golpistas; hoy se encuentra acusado por el Fiscal Pablo Sánchez de ser el líder de una asociación ilícita, enquistada en el Palacio de Gobierno. Castillo se ha salvado gracias a un gran número de parlamentarios que se niegan a dejar sus cargos, por consiguiente, ni el Ejecutivo, ni el Legislativo están dispuestos a llamar a nuevas elecciones.

En Colombia, el uribismo que ha dominado la política colombiana por más de dos décadas, se ha derrumbado junto al pésimo gobierno de Iván Duque. En las elecciones del 19 de junio último, por primera vez en la historia de ese país, triunfó la dupla izquierdista Gustavo Petro-Francia Márquez. El nuevo Presidente, (al igual que Gabriel Boric en Chile), entienden muy bien que con una minoría en el Congreso, le es casi imposible gobernar, por consiguiente, han adoptado el camino de integrar a un bloque histórico, a los liberales, incluso, ha abierto un diálogo con su enemigo, el ex Presidente y ex senador, y líder del Partido centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez, demostrando mucho valor y compromiso con la concordia y la paz, que tanto necesita Colombia. El camino de Petro va a ser difícil: 1) debe integrar a las Fuerzas Armadas y a la Policía; 2) debe abrir un nuevo trato con Estados Unidos; 3) tiene que aplicar una profunda reforma agraria; 4) debería abrir relaciones internacionales con Venezuela, pues en ambos países viven nacionales de estos dos países; 5) en el país, acortar el abismo que existe entre ricos y pobres.

Este nuevo progresismo latinoamericano tiene mucho que aprender y hacerse cargo de los errores de los movimientos socio-políticos que le han precedido. Hoy, el foquismo guerrillero, por ejemplo, no es una opción; el guevarismo ya cerró su ciclo en la Cuba de los Castro, lo mismo ha ocurrido con los guerrilleros del Frente Sandinista para la Liberación Nacional, (Ortega y su mujer, Murillo, se han convertido en sátrapas no muy distintos de Somoza).

La otra fuente, La Vía Política al Socialismo, liderada por Salvador Allende, fue sacrificada por intentar, en plena Guerra Fría,  y con minoría parlamentaria, un socialismo democrático, que sigue siendo un ejemplo de heroísmo, sin embargo, la lección que obtuvimos es que para perdurar en el tiempo, es preciso dejar de lado el voluntarismo ultraizquierdista, que tanto daño le hizo al gobierno de Allende.

La izquierda, a pesar de los triunfos en distintos países de América Latina, tiene que entender que la única forma de perdurar en el tiempo consiste en dar fin al voluntarismo seudo-izquierdista: no se trata de repetir consignas, que sólo sirven para reafirmar una fe fanática y desprovista de lógica, en que la ética de la convicción no es más que un rosario de lugares comunes.

El desafío para el progresismo latinoamericano es demostrar que cada gobierno  debe ser capaz de generar una ética de la responsabilidad. Hoy, afortunadamente, nadie compra la poesía solitaria del fanático.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

29/06/2022

 



Historiador y cronista

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