Telescopio: Chile-Canadá–similitudes y mutuas enseñanzas
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En camino a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles (EE.UU.), el presidente Gabriel Boric aprovechó de hacer escala en Canadá. En unas pocas horas en Ottawa, capital de este país, el mandatario chileno tuvo una cordial entrevista con el primer ministro Justin Trudeau, se reunió con empresarios locales y hasta se hizo tiempo para departir—en una atmósfera relajada e informal— con representantes de la comunidad chilena.
Como para tantos chilenos que llegamos a este país escapando de la dictadura, la ocasión ha sido motivo para reflexionar sobre similitudes, diferencias y mutuas enseñanzas que pueden sacarse de la experiencia de estar aquí y allá. Esto es, como chileno-canadienses.
Por de pronto, como países del continente americano, Canadá y Chile comparten la misma característica de su nacimiento como estados-naciones. Ambos, Chile a partir del proceso iniciado en 1810 y concluido con su independencia en 1818, y Canadá en 1867, surgen como proyectos políticos pensados y concretados por descendientes de conquistadores y colonizadores: españoles, en el caso chileno, británicos y franceses en el caso canadiense. Una característica que tendrá profundos efectos en particular para los pueblos originarios de ambos estados. Curiosamente, no es extraño que en los dos países, y en estos mismos tiempos, las demandas de justicia por parte de los pueblos autóctonos se hagan muy presentes.
En el caso canadiense, no hace mucho tiempo que los descubrimientos de tumbas anónimas, donde yacían restos de niños indígenas obligados a enrolarse en escuelas residenciales hicieron parte de los titulares en los medios informativos a nivel internacional. En el caso chileno, igual cobertura se ha dado de enfrentamientos y asesinatos que han venido ocurriendo, de manera rutinaria, en las últimas décadas en la región de la Araucanía.
Tanto Canadá como Chile, al igual que la mayoría de los estados del continente, al ser fundados por descendientes de colonos europeos, relegaron a un muy segundo plano a sus habitantes originarios. Los intentos de asimilación a través de las escuelas residenciales en Canadá, retrataban una concepción racista de la sociedad en la que se daba por sentado que los indígenas eran una suerte de lastre para el progreso de las jóvenes sociedades que nacían en el nuevo mundo. Algo similar se fragua en América Latina, en particular en Argentina y Chile, bajo la influencia del intelectual argentino Domingo Faustino Sarmiento quien, en su libro Civilización y barbarie, abogaba por la traída masiva de inmigrantes europeos y el desplazamiento de los pueblos indígenas de sus tierras. Una propuesta que justamente se pone en práctica por parte de esos gobiernos a través de la acción militar del general Julio A. Roca en Argentina (la llamada Campaña del Desierto) y por el general Cornelio Saavedra en Chile, la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”.
Es interesante señalar que el problema creado por el desplazamiento de los pueblos originarios para dar lugar al asentamiento de los blancos, está aun presente tanto en Canadá como en Chile. Al mismo tiempo, sin embargo, algunas de las soluciones implementadas en Canadá pueden ser adaptadas a la realidad chilena, considerando el hecho que —racionalmente hablando— nadie puede seriamente plantear que se vuelva a los tiempos precolombinos y que se retorne al modo de producción y la estructuración política de ese entonces. Tanto Canadá como Chile, y los demás estados del continente, son “lo que hay” en este presente en el cual vivimos. Estos estados-naciones no se van a disolver, ni los descendientes de europeos retornar al Viejo Mundo. Nada de eso va a ocurrir, lo que sí es viable, es la reformulación de los estados existentes en tanto entidades plurinacionales (como han sido reconocidos Bolivia y Ecuador en sus respectivas constituciones) y como esperamos que sea en Chile una vez que se apruebe la nueva constitución.
La noción de Sarmiento que consideraba incompatibles las ideas de progreso con la existencia de los pueblos indígenas, sólo revela una forma de pensamiento eurocéntrica que no toma en cuenta que los ancestros de algunos de esos pueblos fueron capaces de desarrollar sociedades de alta sofisticación. Fue la destrucción de sus estructuras sociales, sus sistemas de creencias y su modo de producción, lo que resultó en lo que es ahora percibido como su decadencia. Ese modo de pensar pasaba por alto que los indígenas, desplazados de sus tierras y con su entorno destruido por el colonialismo, serían en definitiva condenados a la marginalidad y con ella, a muchas condiciones de degradación que hasta hoy vemos en las calles de Montreal, Vancouver o Edmonton: individuos alcoholizados y mujeres ejerciendo la prostitución.
Sin embargo, en el título de esta nota apuntábamos a enseñanzas mutuas que pueden obtenerse de las experiencias de ambos países. Por cierto, el tema de los pueblos autóctonos de Canadá y sus demandas es un work in progress, esto es un tema aun no concluido y que primero comprende la “reconciliación”. Esta primera etapa es el reconocimiento por parte del Estado canadiense y de las entidades que fueron partícipes del intento de asimilación forzada de los pueblos indígenas, principalmente las iglesias, del rol destructor que desempeñaron. Ello debe complementarse con una segunda etapa de “reparación”, algo que aquí en Canadá ya se está haciendo, aunque aun faltan muchos trechos por andar. Sólo en una tercera etapa podemos encontrar una auténtica “integración” de los pueblos indígenas como genuinos actores políticos, sociales y económicos de la sociedad.
En Chile eso aun está muy lejos. El eventual reconocimiento constitucional de la diversidad étnica de la sociedad chilena, será un paso muy importante, pero no está claro cómo proceder desde allí. En gran medida las disputas en la Araucanía se centran en la recuperación de tierras hoy ocupadas por empresas forestales. Sin embargo, en términos prácticos, sabemos que aun si se recupera esas tierras, muchas de éstas ya han sido alteradas y no sería factible talar todos los árboles para convertir ese terreno para el cultivo de productos que los indígenas pudieran consumir o comercializar.
En Canadá se han dado casos comparables, y las soluciones no pasaron por retomar el anterior modo de producción sino más bien por hacer suyas las nuevas condiciones económicas que la manera de producción de la sociedad blanca había introducido. En el norte de Quebec, por ejemplo, grandes extensiones de tierras ancestrales de los indígenas Cree y otros, debieron ser inundadas en los años 70 y 80 para la construcción de centrales eléctricas. Aunque en primera instancia hubo resistencia a los proyectos, en definitiva los indígenas accedieron y se hicieron de alguna manera socios de la nueva economía surgida de la hidroelectricidad. Pero claro, ello requirió de una hábil e inteligente capacidad negociadora de los representantes de los pueblos autóctonos. Algo similar ha sucedido en el norte de las provincias de Alberta y Columbia Británica, territorios donde se ubican importantes oleoductos y gasoductos. En la actualidad un controvertido proyecto de oleoducto de propiedad estatal, cuenta con apoyo de las comunidades indígenas cuyos miembros se benefician de los empleos que se crean, pero también de los derechos que las compañías petroleras tendrían que pagar por pasar por sus terrenos. Los indígenas incluso se han planteado la posibilidad de comprar el oleoducto. Aunque aquí también entra en la discusión el tema medioambiental, pero dadas las actuales circunstancias y el hecho que el petróleo seguirá usándose por lo menos hasta 2050 mientras otros dicen que hasta finales de siglo, para los indígenas entrar a beneficiarse por el uso de sus terrenos para proyectos de gran envergadura no es algo a descartar.
Volviendo al caso chileno, la adopción de una política múltiple en la Araucanía, esto es, recuperación de tierras para la agricultura, pero también mantención de una explotación forestal, pero bajo control indígena, bien puede ser una opción a considerar. Lo central es que no hay que cerrarse a nada y tratar de ensayar diversas salidas para que los pueblos aborígenes el día de mañana no sólo recuperen sus tierras ancestrales, sino que además puedan crear allí una vida sustentable tanto en lo económico—que cree empleos y riqueza para los pueblos indígenas— como en lo ecológico, apuntando a recuperar la biodiversidad de los cultivos.
Si estas pueden ser enseñanzas útiles para aportar a resolver las demandas de los indígenas en Chile ¿hay alguna enseñanza de la experiencia chilena para Canadá? Nos inclinamos por una, que naturalmente tendrá mucha fuerza una vez que se apruebe el resultado de su trabajo; nos referimos, por cierto, al proceso constituyente chileno que—insospechadamente ahora— podría convertirse en un interesante “producto de exportación”. No otro país ha mandatado a un órgano como la Convención Constitucional, para redactar su carta fundamental. Ya quisiéramos aquí en Canadá (y en muchos otros países, España, por ejemplo), que un cuerpo formado paritariamente por hombres y mujeres, con representación de los pueblos originarios, se diera a la tarea de redactar una nueva constitución. Y Canadá ciertamente necesitaría unas cuantas reformas o quizás empezar de cero con la suya. Entre los puntos a considerar, eliminar su Senado (aquí los senadores son todos designados, no son elegidos, y las quejas contra él son muy similares a las que se hacen contra su similar en Chile). Eliminar la cláusula constitucional que permite al Parlamento o a cualquier legislatura provincial, por simple mayoría suspender ciertos derechos humanos fundamentales (el gobierno derechista de Quebec ha hecho considerable uso y abuso de esa cláusula). Y por cierto, reconocer a Canadá como un estado plurinacional, no sólo en relación a sus dos principales grupos de origen europeo: anglo y francocanadienses, sino también respecto de sus pueblos originarios (ellos mismos se denominan Primeras Naciones).
Vaya, vaya, cómo nos gustaría que el modelo de Convención Constitucional originado en Chile fuera siendo exportado a otras latitudes también. Por cierto, para que este deseo fructifique, primero tendrá que validarse con toda la fuerza del Apruebo, el 4 de septiembre.
Por Sergio Martínez