El valor patrimonial lejos del territorio. El teatro chileno en Costa Rica
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Tenemos una imagen bastante deficiente de lo que es Centro América, lugar que sirvió de cobijo a tantos chilenos que tuvieron que dejar el territorio por distintas razones, incluyendo la impuesta por la violencia de la Dictadura impulsada y respaldada por partidos políticos de derecha y del centro.
Hay escaso registro documental en torno a esta diáspora que al ser estudiada nos permitiría un mayor conocimiento de nuestra diversidad continental haciéndonos eco de esa pregunta hecha por Martí, pero que debe seguir inquietándonos: ¿Quiénes somos? En estos momentos de transformaciones político-sociales constituyentes que pujan por una mayor descolonización y despatriarcalización el ejercicio de reoriginalización de las identidades logra pertenencias y realizaciones de nuevos modos de ser que no nos resultan tan ajenos.
La conciencia histórica necesaria no es puro presente ni mera proyección hacia el futuro, la historia de tiempo presente por lo menos debe reunir la experiencia de tres generaciones, es decir incluyendo junto a nuestra experiencia, la de nuestros padres y abuelos junto a las de los jóvenes. Esta compleja situación de ser requiere de formas de diálogo profundo comprometidas con el «buen vivir» en cuanto proyecto colectivo. La recuperación de la memoria es fundamental para ir a la comprensión de lo que somos, en cierto sentido heideggeriano siendo-estando, sin el riesgo de instalaciones de concepciones homogenizadoras con pretensión de superioridad.
En este contexto quiero destacar la investigación sobre el teatro chileno en Costa Rica de las académicas María Soledad Lagos y Anabelle Contreras Castro publicada en el libro editado por Marisol Vera de la Editorial Cuarto Propio, titulado «Teatristas entre Chile y Costa Rica en la década de los setenta. (Des) Arraigos, Arte y Política». Como bien comentaba Anita Reeves en la presentación del libro aparece un aspecto testimonial fundamental para la historia del teatro chileno, al recuperar algunos hitos biográficos de personas como Alejandro Sieveking, Bélgica Castro. Sara Astica y Marcelo Gaete, en los importantes espacios de Teatro El Ángel y Teatro Surco, que persisten en los recuerdos del pueblo costarricense.
En estos registros de testimonio también se destacan otros lugares comunes tan propios del exilio donde se comparten junto con las empanadas las conspiraciones que contribuyeron a la recuperación de la democracia, lugares fundamentales para la mantención de la identidad. En el caso de Costa Rica, como bien destacaba en la pressentación Elizabeth Uteau, el refugio fue «La Copucha».
El valor de estas investigaciones realizadas con tantos esfuerzos nos permiten el registro pertinente para seguir pensando en este desafío constitutivo de lo que somos, insisto este trabajo de memoria no es un mero ejercicio anecdótico de lo que fuimos, de ahí la relevancia del subtítulo del libro «(Des) arraigos, arte y política». El destino permitió que esta presentación del libro, sin quererlo, fuera una puerta de entrada a este fin de semana de nuestro patrimonio.
Por Alex Ibarra Peña.