Defensa de la tierra: recuperar la sabiduría
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Defensa de la tierra es el título de un ensayo del escritor Luis Oyarzún en el cual encontramos algo así como una filosofía del paisaje. Este concepto ha alcanzado algo de presencia en algunos filósofos italianos contemporáneos, entre el autor chileno y en estos últimos existe la coincidencia que valoriza la emoción contemplativa en la cual un paisaje bello nos puede conmover.
La conmoción es una experiencia sublime con la cual el ser que somos interrumpe su cotidiano quedando como en una suspensión de la existencia movido desde lo más profundo hacia el misterio que se expresa en el silencio. Este tipo de experiencia en que la naturaleza nos conmueve debería hacernos pensar en su sacralidad.
El cuidado de nuestra tierra hoy suele estar orientado desde perspectivas técnicas y económicas que lo que destacan es su límite, cuestión que es real, pero que no reconoce la experiencia de lo sagrado.
En las tradición cristiana se ha visualizado una espiritualidad que puede ser vista como «verde», el caso más evidente es el del conocido San Francisco de Asís y en nuestra era Francisco I ha recuperado esta visión para hablarnos del cuidado de nuestra casa común. Un texto teológico contundente es el titulado «Dios es verde: cristianismo y medio ambiente» que alcanzó algunas lecturas en la formación teológica en la década del 90. El destacado teólogo de la liberación Leonardo Boff también nos ha ido entregando algunos escritos en esta línea de pensamiento.
Me parece interesante rescatar esta perspectiva más espiritual en el cuidado de la naturaleza, que en vez de acentuar sus límites de producción nos desafía a una forma de vida menos desacralizada. El tan venerado «modernismo» en su oposición radical secularizadora arrasó con visiones de vida más espirituales. Wiitgenstein advertía este problema en su comentario a «La rama dorada de Frazer».
Desde propuestas provenientes del enfoque matriarcal también aparecen para recuperar un nuevo trato con la naturaleza de manera menos depredadora que las impuestas por el patriarcalismo, un buen texto en este sentido es el de Riane Eisler titulado «El cáliz y la Espada».
Como podemos ver la defensa de la tierra a partir de recuperar la visión sobre su carácter sagrado se acentuó a finales de la década de los noventa. Considero que aquellas reflexiones harían muy bien como fundamentos a los desafíos de la convención constitucional y del actual Gobierno.
Si es que esta visión del respeto sagrado lograra impregnar el discurso que busca instalar los derechos de la naturaleza se podría asumir un proceso de educación para un nuevo trato con ésta.
En esto el protagonismo de los convencionales de escaños reservados debe ser imperante sobre las visiones más neoliberales de los constituyentes de los bloques de los partidos políticos tradicionales. Es fundamental el aporte que pueden hacer los pueblos originarios en enseñarnos el respeto sagrado a la naturaleza.
La convención no puede reducirse a buscar el acuerdo entre las fuerzas políticas que están representadas. Los convencionales debieran autoimponerse que el mandato fue para una «nueva» constitución, esto es un desafío incluso para las formas de pensar a las que están habituados.
La discusión de ideas relacionado a este proceso constituyente sigue siendo necesaria para exigir a quienes se les ha mandatado a llevar adelante la fundación de algo nuevo y que sean capaces de renunciar a las lógicas que les imponen los partidos políticos del régimen que necesitamos superar. Esta visión transformadora es la que que debe adoptar el nuevo gobierno que si no abandona una visión de tecnificar la política se puede perder todo ese apoyo popular que volvió a las urnas.
La defensa de la tierra es uno de los tópicos que deben ser centrales en la instalación de la estructura que requiere la demanda por una radicalización de la democracia, la política sólo tiene sentido si colabora al «buen vivir» y no a una mezquina justificación para el ejercicio del poder.
Por Alex Ibarra Peña