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Decálogo para gobernar

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Le preguntaron a un célebre director de cine, cuál era el decálogo que utilizaba en su creativa labor. Después de meditar unos segundos, dijo: “A mí, me parece demasiado pretensioso hablar de decálogo. Yo lo resumiría en tres palabras: trabajar, trabajar y trabajar”. En cualquiera actividad realizada por una persona, el esfuerzo se llama trabajar. Quien va a escribir una novela, por ejemplo, debe desarrollar y armar un plan, reunir los personajes en torno a un argumento y después, empezar a escribir. Mientras se realiza esta labor, surgen las situaciones que van conformando la trama, es decir el argumento, y las ideas empiezan a brotar. Al escribir se avanza entre escollos y dificultades del lenguaje y la estructura, lo cual se resuelve a través del trabajo. Leer una y otra vez el texto, para limpiarlo de ripios. Si es necesario, consultar con un colega. Al menos yo, desconozco otra receta y me ciño al consejo de mis pares.

Gobernar vendría a ser casi lo mismo, aunque la realidad reemplaza a la ficción. ¿Y de donde este paralelismo que más bien trae confusión? Ambas son obras realizadas por el ser humano, cuyos objetivos son distintos. Se puede postergar la escritura de una obra de utopía, jamás la solución de problemas vinculados a la marcha del país. Junto con trabajar en el ámbito de la política, es necesario escuchar una y otra vez. Evaluar y disponer de una mínima sabiduría, encaminada a resolver las dificultades, las cuales se solucionan y no se dejan encima del escritorio, metidas en una carpeta o en un cajón, bajo siete llaves. Saberse exponer a la crítica por despiadada que sea y enmendar los rumbos, tantas veces fuese necesario. Escuchar una y otra vez, cuantas quejas recibe y responder con certezas y la humildad de quien labra la tierra. Jamás utilizar evasivas, el cacareado “lo voy a estudiar, consultar o vuelva el próximo mes”. Mientras el novelista realiza el trabajo en su escritorio, alejado del mundanal ruido y se permite escribir lo que le place, en política los temas se resuelven en el terreno, entregando las soluciones adecuadas. De cara a la realidad, jamás metido entre bambalinas. Si una familia debe zanjar entre comprar zapatos y ropa a sus pequeños hijos o ir un fin de semana a la playa, o cambiar el televisor, no existe duda. La niñez debe tener zapatos y la vestimenta adecuada. Así, cualquier sacrificio en su bienestar, engrandece la labor de los padres.

En política, existe una misión sagrada e ineludible, la cual se resume en lo siguiente: “Servir al pueblo y mantenerse alerta a sus necesidades”. Nada de música para endulzar los oídos y adornar las respuestas. Nada de artificios e injustas prórrogas. Jamás una mentira, aunque ella salve el pellejo. Si la verdad duele, que duela una vez y no se convierta en lacerante herida. Ajena a la fanfarronería, al aplauso, a esa arrogancia de quienes ejercen la política para beneficiarse y servir a una clientela, que exige resultados al invertir en ella. Que otros se hagan cargo del carnaval, de mentir, prometer el reino de este mundo y finalizar en brazos de una oligarquía, cuya rapacidad la mantiene a flote y sabe cómo sobrevivir, haya o no temporal.

A modo de conclusión, quien ejerce un cargo político debe asumir el liderazgo unido a un compromiso social. Ejercer la autocrítica si la decisión tomada sobre un tema, es equivocada o son ambiguos sus resultados. “Promover la educación como motor del desarrollo personal, por ser el arma más poderosa para cambiar el mundo”, dijo Nelson Mandela. En definitiva, tener consistencia en sus actos, reconocer los errores y saber cómo y cuándo enmendarlos. En sus actos, debe primar la claridad, la humildad y exponerse a las críticas, aunque duelan. De lo contrario, debe dedicarse a escribir novelas.

Por Walter Garib

Escritor

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