José: triunfo y derrota de la derecha
Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 6 segundos
Lo primero es dejar sentado que el candidato de la ultraderecha sintetiza la base de apoyo de la dictadura cívico-militar: fundamentalismo católico, fascismo y neoliberalismo. No ha de ser fácil ser un tres en uno de tal calaña. Lo segundo es recordar que las dos primeras ideologías son enemigas del liberalismo y, en cuanto a la tercera, habría que establecer una distancia entre ella y el liberalismo democrático.
Asumiendo ese sobrentendido, ahora vamos a lo nuestro.
La prensa dominante, escrita y televisiva, ha (des)informado profusamente acerca de que el candidato ultraderechista ha aumentado mucho en la intención de voto e, incluso, algunas le han dado el liderazgo de la carrera presidencial. El detallito es que se difunden mediciones de las mismas encuestadoras que hace rato vienen haciendo malos pronósticos. Baste recordar la última vergüenza… ¿o sinvergüenzura?: el Rechazo estaba empatado con el Apruebo[1].
Así, a nivel mediático, la campaña presidencial empezó a funcionar como si el repunte del candidato de la ultraderecha fuera real. A lo cual se suma otra predicción difundida por los medios: el candidato de la derecha no pasará a segunda vuelta.
En ese escenario la derecha ha dado, para variar, un triste espectáculo. Algunos de sus miembros ya declararon su adhesión al candidato tres en uno y el resto, se puede suponer, espera estoica la derrota de su candidato. Estos últimos, de pasar la ultraderecha a la segunda vuelta, la respaldarán para frenar a la “extrema izquierda”. No, ellos no se refieren a Artés, sino al socialdemócrata Boric[2].
¿Puede extrañar esta conducta en “el sector”? No.
Luego de recuperada la democracia en 1990, la derecha ha dado múltiples pruebas de que está lejos de ser “moderna”. Nunca ha sido un bloque en realidad liberal y democrático.
En cuanto al liberalismo, considérese su sistemática oposición al ejercicio de ciertos derechos individuales, por ejemplo, algo tan básico en un país liberal como el divorcio… y ni hablar del aborto. En lo económico, esgrimiendo un discurso pro libre mercado, lejos de defender el sistema, lo han traicionado o tenido una actitud de omisión culpable: baste recordar la concentración económica y las colusiones. Y ni hablar de su apoyo a que el país se guíe por una moral católica conservadora.
En cuanto a una derecha democrática, su decidida defensa de la dictadura cívico-militar habla por sí sola. Claramente, fuera de ser fans de Pinochet, no debe ser fácil condenar algo de lo que fuiste cómplice… y no pasivo. Además, recuérdese la represión de los movimientos sociales en el primer gobierno de Piñera, actitud criminal que se expresa a niveles nunca vistos en democracia a partir del 18 de octubre de 2019[3].
De hecho, si nos detenemos en Piñera, la derecha no tuvo ningún escrúpulo en levantarlo dos veces como candidato a pesar de su bajísimo nivel cultural, de sus innumerables torpezas públicas, de sus líos legales y éticos, y de actuar cual codicioso estafador. El objetivo de la derecha es el poder, no materializar un moderno proyecto liberal democrático en Chile[4].
Siendo honestos, para nadie debería ser una novedad la cercanía de “el sector” con la ultra. Que se denominen “centro derecha” o “popular” es sencillamente mercadeo político. Tómense en cuenta dos ejemplos de su verdadero o mayoritario espíritu: (1) Desbordes no tuvo los votos para ganar las primarias presidenciales ni para continuar en la presidencia de RN. (2) Evópoli (una especie de fan club creado por el propio artista) ha demostrado ser una sub-UDI o una UDI-laica[5].
Si bien nunca ha existido una derecha en nuestro país, “el sector” es hoy un heterogéneo abanico que va desde el fascismo a los poquísimos liberales de verdad. En Chile sí se dan milagros: el agua y el aceite se mezclan.
En un listado no exhaustivo se pueden contar viudas de la dictadura y nacionalistas; fundamentalistas católicos y evangélicos; hispanistas; fascistas y neonazis; conservadores sociales nostálgicos de la hacienda y del voto censitario; tecnócratas neoliberales y anarcocapitalistas; pseudoliberales que apoyan un sistema rentista dominado por los grandes agentes económicos; y, finalmente, una masa diversa de individuos que ven en la derecha un signo de alcurnia (al modo de los antiguos “siúticos”) o que intentan hacer pasar por ideología su egoísmo, individualismo y codicia (emprendedores, tiburones, winners).
Aparte del minúsculo grupo de liberales democráticos de verdad, ese proyecto desde 1990 estuvo materializado por la Concertación. Mas, el conglomerado no lo podía aceptar públicamente: perdería los clientes de un negocio ―que también dio pie a negociados― con cartel de “centro izquierda”.
De este modo, el candidato ultraderechista vino a provocar, irónicamente, una agudización de las contradicciones de “el sector”. Obligó a algunos a sacarse el disfraz democrático y liberal… aunque sin arrepentimientos ni mayores costos políticos. Otros eligieron morir con las botas puestas junto a su candidato y al supuesto proyecto de “centro derecha” y “derecha social”.
En tal sentido, hablamos aquí de un triunfo y de una derrota de la derecha. Desde lo aquí expuesto se podría afirmar que el resultado del 21 de noviembre es, en cierto grado por supuesto, hasta secundario.
Cualquier porcentaje de votos sobre el 5% que obtenga el candidato ultraderechista será interpretado de tal modo que se transforme en un triunfo y, sobre todo, en esperanza. Al tiempo que será expuesto como una victoria de la derecha. Sin embargo, el logro más relevante y peligroso es el avance en el posicionamiento de las ideas ultra (fundamentalismo católico, fascismo y neoliberalismo) como normales, coherentes y viables.
La tragedia es que, asimismo, será una doble derrota de la derecha. Por un lado, se dividió lo que por décadas ha costado lágrimas de sangre mantener relativamente unido. Por otro, se constató que en “el sector” es mayoritario un espíritu conservador y autoritario, lo que pone la lápida a un verdadero proyecto liberal y democrático.
El candidato tres en uno, encarna un triunfo que, al mismo tiempo, será una derrota.
Por Andrés Monares
[1] Lo preocupante es que a la élite política y económica esas fallas no le parecen un problema para la democracia o, por último, en nuestro contexto mercantil, un mal servicio. Entonces, no es raro que las compañías de encuestas ni siquiera hayan asumido sus fallas y, algunas de ellas, sigan ejerciendo un rol de agencias de mercadeo político.
[2] El uso del comodín del terror, sacado directamente del viejo baúl de la Guerra Fría (1947-1989), es una constatación del nivel intelectual de la derecha o de que no tienen problemas en mentir como argumento político. Dicho sea de paso, la candidata del PDC también ha recurrido al comodín del terror.
[3] Sobre los movimientos sociales durante la administración Piñera I, el canal La Red realizó una serie de documentales bajo la etiqueta “Chile se moviliza”.
[4] Dentro de la larga lista de fracasos de Piñera, se puede agregar su incompetencia para afianzar un proyecto político de centro derecha que se diferenciara de sectores conservadores y, más aún, de los fascistoides y fundamentalistas religiosos. El autoritarismo criminal de su segundo gobierno solo vino a constatar la muerte de dicha posibilidad.
[5] En este que era el gran proyecto liberal joven que venía a renovar al “sector”, ya se escuchan voces declarando su apoyo a la ultraderecha en una eventual segunda vuelta.