Por una genealogía de la violencia: una respuesta a Cristian Warnken
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La violencia ha sido estudiada en diversas dimensiones: música, pintura, escultura, psicología, filosofía, sociología, militar, religión, historia, antropología, etc.
Tanta profusión de especialidades dedicada a este tema, que es considerado un mal dentro del concepto occidental humanista, significa que la violencia está presente en todos los tiempos y, al parecer, seguirá activa por mucho más, si es que no por siempre.
La manera tradicional de enfrentar el tema de la violencia es fenomenológica o casuística, es decir se estudian los factores inmediatos, los escenarios propios y las consecuencias indeseables en el entorno específico.
Otros, postulan un enfoque que recurre a la GENEALOGÍA de la violencia. Eso quiere decir que se va a las causas profundas, se sigue su transitar histórico-cultural y se concluye en un presente con perspectiva trascendental (es decir con propuestas de solución fundadas).
Tal como Nietzsche planteara una GENEALOGÍA DE LA MORAL, es necesario para estos tiempos avanzar hacia una GENEALOGÍA DE LA VIOLENCIA.
Julien Benda en su obra “La traición de los intelectuales”, culpa a los forjadores de pensamiento, a los comunicadores, a los escritores y hasta los religiosos (“Clercs” en francés significa escritor y también clérigo) de generar una especie de conspiración levantisca que lleva a los incautos a instalar violencias, de manera irresponsable, en el plano político y social.
Por estos días, un intelectual y escritor chileno, don Cristian Warnken, plantea una argumentación similar a la de Benda, es decir, culpa a los intelectuales de influir en justificar o solicitar un tratamiento benigno frente a la violencia que se ha desplegado en Chile desde el 18 de octubre del 2019, lo cual-al parecer del escritor- alienta una irresponsable postura permisiva y no condenatoria de la violencia.
El escritor Warnken no se siente dentro de los intelectuales traidores, pues él no justifica y, más bien, condena todas las manifestaciones violentas sucedidas en Chile, por el lado del pueblo en rebeldía.
Pero, indudablemente, su análisis y postura cae dentro de la tradición de enfoque fenomenológico-casuístico, no genealógico.
Al plantearse de esta forma, el señor Cristian Warnken, lo que hace, es actuar como un intelectual “conspiranoico” (término nuevo, usado para describir a quienes levantan pensamientos conspirativos de un sector social, contra la seguridad general). Él, culpa a los intelectuales de traicionar la norma, la verdad y la seguridad del sistema….., pero una norma que es probadamente injusta, por lo tanto NO VERDADERA, y una seguridad para los pocos, acompañada de un desamparo para los muchos. Es decir, el señor Warnken, reafirma la “verdad oficial”, esa que sostiene al sistema y prejuzga a los intelectuales que cuestionan esa versión oficial y acoquinada en el poder, como traidores.
Lo que han sostenido los “intelectuales” que piden un tratamiento especial para quienes han actuado violentamente durante el estallido social del 2019, es que se analice la realidad de una sociedad con graves problemas de injusticia, de trato vejatorio por parte de la policía, de crisis económica especialmente gravosa en los sectores pobre y, más aflictiva aún, entre los sectores pobre y jóvenes.
Esta explosión reconoce una GENEALOGÍA muy clara y muy profunda; desconocerla es pretender tratar un mal por la pestilencia de sus secreciones y no dirigiendo la atención haca los patógenos que la causan. Podrán rezar el mantra consabido: “rechacemos la violencia”, como si la violencia se inhibiera por el clamor de los himnos, las proclamas o los mantra.
La violencia es un mal, en eso no hay discusión, pero es un mal que no se debe provocar. Como dice El Quijote: “El amor es como un cristal, que no se debe romper, pues no se puede soldar”. Lo mismo pasa con la violencia. No se deben crear las condiciones para que anide la violencia, pues una vez que las condiciones de fractura se concretan, ya no se detendrá.
Es verdad que existen los “conspiranoicos” que crean ambientes de sospecha, de irritación y de voluntad agresiva, simplemente para sacar provecho en las disputas del poder, esto sucede en las izquierdas extremas como en las derechas extremas; lo ha habido en las religiones y en los nacionalismos; también en las disputas raciales o étnicas. Lo vemos entre los “nativistas” norteamericanos, polacos, alemanes, húngaros, españoles y en Chile, donde se victimiza a los migrantes y a los indígenas, tal como Trump lo hizo en su tiempo.
Freud, en las “Cartas de la guerra”, intercambiadas con Einstein; Fromm en “El corazón del hombre” y en “¿Podrá sobrevivir la humanidad?”; Karen Stenner, Hannah Arendt (“Los orígenes del totalitarismo” y el mismo Julien Benda, plantean el problema de la predisposición autoritaria.
Para Stenner, la predisposición autoritaria la sufre una tercera parte de la humanidad; Theodoro Adorno, ubica la personalidad autoritaria en la primera infancia; Freud y Fromm, consideran que viene en la estructura genética, también piensa así el neurocientífico Mc Lean. Pero Freud en “El malestar de la cultura” considera que la desigualdad extrema de las condiciones de vida y riqueza, despiertan las tendencias de violencia, que la disciplina del orden vigente pudo contener medianamente. Más aún, Sostiene que sólo una educación altruista, acompañada de una cultura solidaria podría refrenar esta tendencia a la violencia en la especie humana, pero que no la borrará del todo, así es de poderosa. Herbert Marcuse en “Eros y civilización” plantea el exceso de violencia o la violencia suplementaria que se ejerce en la sociedad moderna y es propia de un capitalismo avanzado.
Anne Applebaum, en su libro “El ocaso de la democracia”, identifica la pulsión autoritaria en la nueva generación de políticos “nativistas” (nacionalistas) que han alcanzado el poder en Italia, Polonia (Ley y Justicia), Hungría (partido Fidezs, de Orban) e Inglaterra de Johnson y su Brexit.
Anne Apllebaum, los califica de la “nueva derecha”, autoritaria, pragmática y exclusivista, sectaria e inescrupulosa. Son los “conspiranoicos” que, al igual que Trump, van desmontando las bases de convivencia democrática tradicional.
En América Latina tenemos de estos movimientos conspiranoicos como Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Bukele en El Salvador.
En consecuencia, la violencia es un fenómeno con causas remotas (históricas) y causas inmediatas; con causas estructurales (inequidad) y causas funcionales (conflicto por el poder). El señor Cristian Warnken, toma como base de su análisis crítico la pura factualidad, el desorden, el caos, los desmanes delincuenciales, pero no profundiza, ni al nivel de los tobillos, acerca de la genealogía de esa violencia callejera, que tanto escandaliza. Al no tratar las cusas reales, se queda con las causas facticias: “La trahison de clercs”, los intelectuales y sus apoyos a los vándalos de la violencia callejera. Lo que tampoco es cierto, pues el indulto se pide en función de los casos que no comprometan penas gravosas, es decir simples desordenes y daños materiales. Y se llega a pedir este indulto, pues el sistema ha sido incapaz de acudir con pruebas aceptables para los tribunales, respecto a más de un centenar de detenidos, a los que no se les procesa efectivamente, pero se les mantiene detenidos, cosa que es judicialmente contrario a lo que establece la norma procesal.
Equivoca la puntería de los “clercs”, el señor Warnken, pues la traición de los intelectuales viene ocurriendo en ambos extremos del espectro político, desde el siglo XIX, pero ahora es más presente y aterrador por el lado de los mal llamados intelectuales (clercs) ”traidores” de derecha, autoritarios, conspiradores, pragmáticos, nativistas y antimigración (victimizan población específica). Como carecen de un diagnóstico consistente sobre la realidad, se conforman con simplificar la realidad y confabular para acceder a un poder que tiene que ser represivo, anti popular, discriminador, sectario y de alto riesgo para democracias no muy bien resguardadas, como las de América Latina, ante tendencias totalistas, aliada a poderes fácticos dominantes.
Entonces, señor Warnken: GENEALOGÍA y no alegorías.
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Luis Arriagada Rivera says:
La violencia no la pone el pueblo,la clase trabajadora. La Violencia la pone la clase capitalista.Con su Estado verticalista,sus aparatos represivos y de «orden».Con su ideologia y cultura dominante y enagenante…Revisemos la historia del movimiento obrero nacional e internacional. La clase que controla el poder económico;la forma y las relaciones de producción(propiedad privada de los medios de producción(tod@s) ! No sólo al nivel nacional,si no que también al nivel internacional(el imperialismo norteamericano y sus aliados, por ejemplo.
Mónica+Fernández+del+Pino says:
Es necesario que este «intelectual» se aboque a analizar la violencia estructural que el sistema ejerce sobre todxs nosotrxs y que genera la violencia callejera que significa anhelo de destruir de pe a pa, este sistema brutalmente violento: salarios y pensiones miserables para un costo de vida altísimo, saqueo escandaloso de nuestros bienes naturales comunes, violación sistemática de los derechos humanos, estar gobernadxs por los peores delincuentes que anida el capitalismo, un sistema basado en la injusticia, en estrujar al prójimo, esencialmente delincuencial y violento.