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El pueblo chileno continúa haciendo historia

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Celebrando el segundo aniversario del surgimiento del estallido social y siguiendo las últimas inolvidables palabras del presidente Salvador Allende – hace 48 años – el pueblo ha vuelto a salir a las calles a lo largo de todo el país reclamando lo que le fue arrebatado pero que le pertenece: una vida digna  en una sociedad democrática, con igualdad,  solidaridad, participación y derechos.

              En su alocución final,  mientras La Moneda en llamas soportaba un bombardeo aéreo y terrestre de las fuerzas armadas golpistas,  inducidas por la oligarquía  criolla y el imperio  norteamericano,  Allende se dirigió a la población atónita por lo que ocurría y lo dijo claramente como parte de su mensaje que enfrentaba la felonía y la traición: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos…”

Desde la dictadura trataron de apropiarse de la historia los poderes fácticos, los dueños del dinero, el gran empresariado, los grupos económicos y las transnacionales, al imponer a sangre y fuego un modelo socioeconómico neoliberal ante la complacencia de una casta política indolente que se acomodó al sistema, arrogándose sus beneficios y burlándose sin pudor de la gente sencilla.

El espíritu transformador y el anhelo de cambios estructurales que inspiraron el estallido surgido el 18-O 2019 y que se mantiene vivo, se reflejarán en los principios y valores democráticos de la nueva Constitución que comienza a escribirse en reemplazo del mamotreto pinochetista ilegítimo que rige desde 1980. Sin protestas ni barricadas, hoy no habría proceso constituyente.




La espontánea rebelión callejera sin padrinos ni intervención alguna de los partidos políticos anquilosados ha sido la respuesta a décadas de injusticias y abusos ocasionados por el neoliberalismo aplicado a rajatabla que niega absolutamente la soberanía popular. Por eso no hay derechos a la salud ni a la educación, ni al trabajo, la previsión, la vivienda ni a nada, salvo a la pobreza, la cesantía y la frustración.

Los primeros dos años del Chile nuevo que se construye han sido conmemorados por las multitudes otra vez movilizadas pacíficamente y elevando la voz para decir basta a tanto sometimiento y humillación. No más violaciones de los derechos ciudadanos, ni latrocinios de todo tipo de grandes empresarios y políticos profesionales, ni avasallamiento de los pueblos originarios ni entrega a transnacionales de los valiosos recursos naturales que pertenecen al Estado chileno.

El piñerismo y la derecha insisten sin embargo en tratar de opacar las reivindicaciones sociales y junto con los medios de comunicación que manipulan centran su estrecha mirada en las minoritarias acciones de violencia que acompañan a las muchedumbres. A nombre del Ejecutivo un funcionario menor que oficia de subsecretario del Interior ha salido a responsabilizar a determinados candidatos presidenciales (a quienes los que protestan no conocen ni de vista), pero – como todos en La Moneda – elude referirse a los temas de fondo.

Es fácil advertir que los desmanes ocasionados por grupos de desposeídos sin acceso a la educación o a un empleo, sin más patrimonio que su propia impotencia, no son gratuitos. Responden al implacable modelo de desigualdades impuesto por las clases dominantes que pretenden que la gente pobre menospreciada con perversión se someta a los abusos y atropellos en su contra, calladamente, sin chistar, lo que no corresponde al Chile igualitario que se proyecta.

Los saqueos y destrucción de bienes públicos y privados que involucran a un pequeño porcentaje entre cientos de miles de manifestantes se explican por la rabia acumulada durante décadas contra el sistema opresor todavía vigente. La violencia popular la ejercen personas sin  armas contra bienes materiales, y no se compara con la brutal represión de agentes del Estado y sus aparatos armados y preparados para enfrentar a una fuerza “enemiga”.

Las víctimas las coloca siempre el pueblo: tras el 18-O 2019 hubo 32 fallecidos y miles de heridos, solo por traumatismo ocular y pérdida de un ojo más de 400, incluyendo a un estudiante y una trabajadora con ceguera total. Tal como en dictadura, los uniformados autores de tales delitos son favorecidos por la impunidad.

 Atenuado por la pandemia en los meses anteriores, queda claro que el estallido social sigue en pie y que se repetirá las veces que sea necesario contra la desigualdad y la discriminación, por la solidaridad y las oportunidades, con su vigor y sus convicciones de siempre que provocan histeria en la oligarquía y en los desclasados a su servicio.

Mientras el mundo popular se moviliza activamente por sus objetivos democráticos y se redacta la Constitución ciudadana que terminará con el más nocivo de los enclaves de la dictadura, la memoria actualiza las sabias palabras del presidente Allende en su mensaje final: El pueblo continúa haciendo historia.

Hugo Alcayaga Brisso

Valparaíso



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