Crónicas de un país anormal

El Inspector del Ejército de Chile, Mariano Navarrete, impone   por el sable el proyecto de Constitución de Alessandri

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Desde 1833 y hasta ahora, las Constituciones chilenas han sido impuestas por la bota militar: la de 1933, por el militar José Joaquín Prieto; la de 1925, por el Inspector del Ejército, Mariano Navarrete; la de 1980, por el dictador Augusto José Ramón Pinochet Ugarte.

En todas ellas, una Comisión cívico-militar se ha encargado de redactar la Constitución respectiva: en la de 1933, por una Comisión de “notables”, encabezada por Mariano Egaña; la del 1925, por Arturo Alessandri y sus dilectos amigos; la de 1980, encabezada por Jaime Guzmán Errázuriz y Enrique Ortúzar, incondicionales del tirano Pinochet.

La Constitución de 1925 fue refrendada por un plebiscito fraudulento, (no se respetaba, ni siquiera, el secreto del voto), y la papeleta roja significaba el aprobar la nueva Carta Magna, la azul, para mantener el régimen parlamentario, con algunos cambios propuestos por los partidos políticos; la blanca, se votaba por mantener la situación statu quo. La Constitución de 1980, claramente fraudulenta, sin registros electorales y en medio de una violenta represión dictatorial.

En el régimen parlamentario los militares ingresaban a las Fuerzas Armadas cuando el hijo de familias aristocráticas era incapaz de lograr un título de abogado, en la universidad, o bien, ingresar al Clero, con la promesa de escalar posiciones hasta llegar a la alta jerarquía.




En este mismo régimen el sueldo de los militares era pagado tarde, mal y nunca, y estas fuerzas sólo eran útiles para matar obreros con el método llamado de “”palomear rotos”, es decir, obligar a los obreros rebeldes a construir su propia tumba, en el desierto de Atacama.

A fines del gobierno de Juan Luis Sanfuentes, en la plena crisis económica, los militares prepararon un golpe de Estado para instalar en el gobierno a Gonzalo Bulnes, muy reaccionario, autor de una obra magna sobre la Guerra del Pacífico.

Don Arturo Alessandri, exiliado en Italia, donde se entrevistó con Benito Mussolini y, además, acordó con Papa la separación en Chile entre la Iglesia y el Estado, fue llamado por los militares, capitaneados por Carlos Ibáñez del Campo y Marmaduque Grove, para que asumiera el poder, ante el derrocamiento de la Junta de Gobierno, presidida por Luis Altamirano.

Alessandri, de ascendencia italiana, no sólo era un demagogo y titiritero, (así lo califica el historiador Ricardo Donoso), sino muy buen actor operático. Al recibir el telegrama de los militares Alessandri, que se encontraba en viajes turísticos, organizados por su hijo Jorge, (a quien su padre calificaba como un neurótico), el histriónico actor Alessandri estaba feliz, pues volvía a encontrarse con su “querida chusma inconsciente”, (como llamaba a sus electores). La recepción a Alessandri en Chile fue más apoteósica que aquella rendida al general Manuel Baquedano, luego de la Guerra del Pacífico.

Los militares, previo a la entrada de Alessandri a Chile le “cantaron las cuarenta”, en el sentido de que no se engolosinara con el poder ni el aplauso de su querida chusma, en consecuencia, le exigieron que una lista de políticos chilenos no podía formar parte de su gobierno, y lo instaron a que se alejara de la “execrable camarilla”. A su vez, el Ministerio de Guerra debería ser encabezado por militares jóvenes, con preferencia de Carlos Ibáñez del Campo.

Los militares, a partir del golpe de Estado, de enero de 1925, habían prometido al pueblo la convocatoria a una Asamblea Constituyente, que terminara con el presidencialismo y restaurara el sistema presidencial.

Los intelectuales y obreros se tomaron en serio la promesa y, en consecuencia, llamaron a una asamblea en que se distribuiría a los asambleístas entre obreros, estudiantes y profesionales, cuyo presidente era un trotskista, el comunista revolucionario Hidalgo. Esta ha sido la única vez en su historia en que el pueblo ha participado en la propuesta de una Constitución. El documento final tuvo la audacia de proponer reformas muy radicales para la época.

Alessandri, en un comienzo entusiasmado con la Asamblea Constituyente, con el correr de los días y en una conversación  con el político argentino Alvear, tomó nota de que la Constitución argentina, redactada por el escritor y político Aberti, había demorado muchos meses para que fuera redactada y aprobada; Alessandri, como buen político y conocedor de sus colegas, (a quienes les gusta más mostrarse que cambiar algo), sacó su carta mágica llamando a dos comisiones distintas: la primera estaba conformada por cuanto político existiera, incluso estaban presentes anarquistas y comunistas revolucionarios, bajo la presidencia del conservador Ricardo Lyon; la segunda, que debía redactar la verdadera Constitución, estaba presidida por el mismo Presidente Alessandri que, junto a José Maza, ya habían avanzado en una Constitución en extremo presidencialista. Cuando llegó el día de la reunión final Alessandri pidió el voto de los miembros de la Comisión chica, para que aprobaran el texto de su Constitución. No faltó quienes se negaron a obedecer al ahora rey-Presidente; a Alessandri le agradaba armar espectáculos, a fin de asustar a sus contertulios, y se retiró de la sesión no sin antes lanzar amenazas con renunciar. Los miembros de la chica se asustaron y Alessandri retornó a la sala y pidió la palabra al inspector general del ejército, Mariano Navarrete quien, con palabras hipócritas adelantó que el ejército estaría muy descontento si se mantuviera el régimen parlamentario. Carlos Vicuña Fuentes se vio impulsado a enfrentarse a golpes con el militar. Alessandri dio por finalizada la reunión proponiendo la realización de un plebiscito, con los votos blanco rojo y azul, los colores patrios, que llevaba implícito la falta de respeto al secreto del voto, por tanto, fraudulento.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

28/09/2021

Ver  Alessandri Arturo  recuerdos de gobierno , Nacimento 1967

Vicuña  Fuentes Carlos  La  tiranía en Chile  LOM

 



Historiador y cronista

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