Díaz-Canel: «Sufrimos los embates de una guerra multidimensional»
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Con sus mejores tradiciones, México fue el único país de América Latina que no rompió relaciones con la Cuba revolucionaria –por orden de un mandato imperial–, y con los años “no se ha quebrado lo que la historia unió indisolublemente”, sostuvo Miguel Díaz-Canel.
El presidente de Cuba, que asistió al desfile militar (lo cual no tiene precedente), agradeció el “valor inconmensurablemente” de haber recibido la invitación, “en el momento en que sufrimos los embates de una guerra multidimensional, con un bloqueo criminal recrudecido oportunistamente con más de 240 medidas en medio de la pandemia de la Covid-19. Estamos enfrentando paralelamente una agresiva campaña de odio, desinformación, manipulación y mentiras”.
En su participación como orador invitado del presidente Andrés Manuel López Obrador al acto conmemorativo del 211 aniversario del comienzo de la guerra de Independencia mexicana, Díaz-Canel, quien además es el primer dignatario en intervenir en una ceremonia antes del desfile, el cual presenció junto al tabasqueño fuera de Palacio Nacional, reiteró su agradecimiento a México.
A continuación, se reproduce el mensaje íntegro:
Estimado Andrés Manuel López Obrador, presidente de los Estados Unidos Mexicanos:
Distinguidas invitadas e invitados:
Querido México:
Gracias por la oportunidad que nos das de traer el abrazo agradecido de Cuba a tus hermosas celebraciones patrias por aquel Grito de Dolores que tanto afán libertario despertó en nuestra región hace más de 200 años.
Entre todos los hermanos que nos dio nuestra América, México cuenta, por muchas razones, como uno de los más entrañables para Cuba. Ese afecto que une a nuestras tierras comienza con el deslumbramiento que nos provocan sus huellas profundas y diversas en la literatura y la historia de América:
“Cuánto es bella la tierra que habitaban los aztecas valientes”, dice en el Teocalli de Cholula el cubano José María Heredia, abriendo una fascinante puerta a ese mundo nuestro, muy anterior al de la terrible conquista que iniciarían siglos después, con matanza y destrucción sin freno, las tropas españolas que venían de Santiago de Cuba al mando de Hernán Cortes.
Pero nadie nos dirá más de México que José Martí. Cito fragmentos de su memorable discurso pronunciado en la velada en honor a este país en la Sociedad Literaria Hispanoamericana en 1891: “Hoy nos reunimos a tributar honor a la nación ceñida de palmeros y azahares que alza, como un florón de gloria, al cielo azul las cumbres libres donde el silbato del ferrocarril despierta, coronada de rosas como ayer, con la salud del trabajo en la mejilla, el alma indómita que chispeaba al rescoldo en las cenizas de Cuauhtémoc, nunca apagadas. ¡Saludamos a un pueblo que funde, en crisol de su propio metal, las civilizaciones que se echaron sobre él para destruirlo!”
Más adelante, refiriéndose a la significativa fecha que conmemoramos hoy expresa: “Trescientos años después, un cura (…) citó su aldea a guerra contra los padres que negaban la vida de alma a sus propios hijos; era la hora del sol, cuando clareaban por entre las moreras las chozas de adobe de la pobre indiada, ¡y nunca, aunque velado cien veces por la sangre, ha dejado desde entonces el sol de Hidalgo de lucir! Colgaron en jaulas de hierro las cabezas de los héroes, mordieron los héroes el polvo de un balazo en el corazón, pero el 16 de septiembre de cada año, a la hora de la madrugada, el presidente de la República de México vitorea, ante el pueblo, la patria libre, ondeando la bandera de Dolores”. Fin de la cita.
Por sus características, el proceso independentista mexicano –que se iniciara con el Grito de Dolores, protagonizado por el padre Miguel Hidalgo un día como hoy de 1810, y se consumara 11 años después con la entrada del Ejército Trigarante en la Ciudad de México– tuvo un notorio componente de reivindicaciones sociales e indigenistas que lo diferenció de otros procesos que tipificaron a la época de las independencias. Su impacto fue, sin dudas, extraordinario en la lucha libertaria y anticolonialista de nuestra región y particularmente en Cuba.
Recogía aspiraciones ancestrales de pueblos enteros que habitaban el territorio, no sólo mexicano, sino también de centro y sur de América y de las Antillas; reivindicaba a todos los sectores criollos pobres –blancos, negros y mestizos– sumidos en la miseria, el hambre y la explotación y se oponía a la esclavitud del negro.
La amplia presencia popular influyó de forma decisiva en su radicalización y en la concreción de importantes demandas sociales y políticas, lo que constituyó una inmensa inspiración y aliento para nuestro movimiento independentista.
No son pocos los notables cubanos que dejaron su sangre y sus nombres en la historia de México. Sobresale especialmente la solidaridad cubana en el enfrentamiento de México a las invasiones texanas en 1835-1836 y la invasión estadunidense de 1846 al 48; se destacan los generales Pedro Ampudia, Juan Valentín Amador, Jerónimo Cardona, Manuel Fernández Castrillón, Antonio Gaona, Pedro Lemus y Anastasio Parrodi.
Los cubanos Florencio Villarreal y José María Pérez Hernández lanzaron en marzo de 1854 el histórico Plan de Ayutla, determinante en el rompimiento del ejército y la sociedad mexicana con el gobierno dictatorial del general Santa Anna.
Como ha confirmado el prestigioso investigador René González Barrios, varios de aquellos hombres ocuparon puestos claves en la vida político-militar mexicana y fueron gobernadores o comandantes militares en importantes plazas del país. Dos de ellos, los generales de división Anastasio Parrodi y Pedro Ampudia Grimarest, fueron ministros de Guerra y Marina en el gobierno de Benito Juárez durante la Guerra de Reforma.
En el Congreso, el gobierno, el exilio o la guerra al lado de Juárez hubo siempre cubanos. Elogian su obra magnífica compatriotas prominentes como el general Domingo Goicuria y Cabrera y los poetas Juan Clemente Zenea y Pedro Santacilia, quien fuera su yerno, secretario y agente de la República de Cuba en armas ante el gobierno mexicano.
En la guerra contra los franceses, sirvieron al Ejército Mexicano los hermanos Manuel y Rafael de Quesada y Loynaz, general y coronel, respectivamente; los coroneles Luis Eduardo del Cristo, Rafael Bobadilla y Francisco León Tamayo Viedman; el médico comandante Rafael Argilagos Gimferrer, y el capitán Félix Aguirre. Todos regresarían a Cuba al comenzar la Guerra de los Diez Años.
Fue México el primer país en reconocer nuestra lucha armada y en abrir sus puertos a los barcos con la bandera de la estrella solitaria. Lo aprobó el Congreso, lo sentenció Juárez y lo agradeció Carlos Manuel de Céspedes, el presidente de la República en armas, en carta memorable a su par mexicano, y cito: “Altamente satisfactorio que México haya sido la primera nación de América que hubiese manifestado así sus generosas simpatías a la causa de la independencia y la libertad de Cuba”.
Una de las principales tareas que entonces cumpliría Pedro Santacilia, con el consentimiento de Juárez, fue enviar a Cuba a un selecto grupo de militares mexicanos para contribuir a la formación y entrenamiento del naciente ejército libertador. Los mexicanos brillaron en los campos de Cuba y sus proezas inspiraron a la tropa y a cuantos oyeron hablar de ellas.
Otra vez dejó el Padre de la Patria cubana constancia de aquella entrega en carta al Benemérito de las Américas. Escribe Céspedes: “Algunos caballeros mexicanos han venido aquí y han derramado su generosa sangre en nuestro suelo y por nuestra causa, y todo el país ha mostrado su gratitud por su heroica acción”.
Dos de aquellos bravos militares mexicanos, veteranos de la Guerra de Reforma y la contienda contra el imperio francés, llegaron a ostentar los grados de general de brigada del ejército libertador cubano y formaron parte del cuadro de sus principales jefes: José Inclán Risco y Gabriel González Galbán.
Queridas amigas y amigos:
Por esa memoria entrañable que compartimos, nos estremecen e inspiran estos actos que reverencian la historia, y volvemos una y otra vez sobre cada línea escrita para México por José Martí, quien enlaza para siempre a nuestras dos naciones en toda su obra, pero especialmente en las cartas a su gran amigo mexicano Manuel Mercado.
Es también a ese amigo del alma a quien deja en carta inconclusa su rotundo testamento político: la voluntad consagrada al objetivo de “impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Años antes, en camino a Veracruz deja escrito: “¡Oh, México querido!, ¡oh, México adorado, ve los peligros que te cercan! ¡Oye el clamor de un hijo tuyo que no nació de ti! Por el norte, un vecino avieso se cuaja (…) Tú te ordenarás, tú entenderás, tú te guiarás: yo habré muerto, ¡oh México, por defenderte y amarte!”
Aquí murió por la revolución el joven comunista Julio Antonio Mella, asesinado en una calle de esta misma ciudad en la que se conocerían, años después, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, por intermedio de su hermano Raúl.
Aquí se entrenaron y organizaron su expedición los jóvenes de la Generación del Centenario. Aquí forjaron amistades y afectos que aún perduran y que se inmortalizaron en una canción que es como un himno de aquellos tiempos épicos: La Lupe, de Juan Almeida Bosque.
De ese periodo mexicano quedaron para siempre en la historia cubana, entre muchos otros, los nombres de María Antonia González; Antonio del Conde, el Cuate, clave en la adquisición del yate Granma; Arsacio Venegas y Kid Medrano, luchadores profesionales que dieron entrenamiento físico a la tropa; Irma y Joaquina Vanegas, que ofrecieron su casa como campamento.
El paso de Fidel y sus compañeros por México dejó profunda impresión en los futuros expedicionarios del Granma y un cúmulo de leyendas por todas partes, de las que todavía se habla con admiración y respeto.
No olvidaremos nunca que gracias al apoyo de muchos amigos mexicanos zarpó el yate Granma de Tuxpan, Veracruz, el 25 de noviembre de 1956. De esa histórica embarcación descendió siete días después, el 2 de diciembre, el recién nacido Ejército Rebelde, que venía a libertar a Cuba.
Tampoco olvidamos que a sólo unos meses del histórico triunfo de la revolución en 1959, nos visitó el general Lázaro Cárdenas. Su voluntad de estar junto a nuestro pueblo a raíz de la invasión mercenaria por Playa Girón, en 1961, marca sensiblemente el carácter de nuestras relaciones.
Fiel a sus mejores tradiciones, México fue el único país de América Latina que no rompió relaciones con la Cuba revolucionaria cuando fuimos expulsados de la OEA por mandato imperial.
A lo largo de los años jamás se ha quebrado lo que la historia unió indisolublemente. Nuestros dos países han honrado sus políticas soberanas, al margen de cercanías o distancias entre los gobiernos. Impera lo que preconiza un principio muy mexicano: el respeto al derecho ajeno es la paz.
Hay un mérito indiscutible en quienes han dedicado vida y energías, alma y corazón, a alimentar esa hermandad con la ternura de los pueblos. Rindo tributo aquí a la solidaridad sostenida, invariable, apasionada y firme que siempre encontramos en esta tierra, que todos los cubanos debemos amar como a la nuestra.
Lo dijo el apóstol cubano, quien además dibujó con su prosa colorida un retrato fiel de este pueblo generoso al afirmar: “Como de la raíz de la tierra le viene al mexicano aquel carácter suyo, sagaz y señorial, pegado al país que adora, donde por la obra doble de la magnífica Naturaleza y el dejo brillante de la leyenda y la epopeya, se juntan en su rara medida el orden de lo real y el sentimiento romántico”.
Desde aquellas palabras hasta hoy, no ha dejado de crecer el patrimonio común levantado por una infinita lista de prestigiosos intelectuales y artistas de ambas naciones. Nos unen la literatura, el cine, las artes visuales, el bolero y el mambo.
Podría decirse que el significativo intercambio cultural entre México y Cuba alcanza todas las manifestaciones de la cultura en su más amplia acepción, por cuanto no es menos influyente la relación en el deporte, especialmente el béisbol y el boxeo, donde la conexión se da tan natural y profunda que por momentos se pierde el origen exacto de obras y hechos y hay que concluir que proviene de ambos.
Amigas y amigos:
Por esas y otras razones que no caben en un discurso necesariamente breve, es un gran honor participar en el desfile militar que conmemora el inicio de la lucha por la independencia de México y expresar nuestros sentimientos ante su gobierno y su pueblo.
Lo hago consciente de que es un reconocimiento a los lazos históricos y de hermandad existentes entre México y Cuba, una muestra genuina de aprecio, cariño y respeto que agradezco profundamente en nombre de mi pueblo.
La decisión de invitarnos tiene un valor inconmensurablemente mayor, en momentos en que sufrimos los embates de una guerra multidimensional, con un bloqueo criminal, recrudecido oportunistamente, con más de 240 medidas, en medio de la pandemia de la Covid-19 que tan dramáticos costos tiene para todos, pero en particular para los países de menor desarrollo.
Estamos enfrentando, paralelamente, una agresiva campaña de odio, desinformación, manipulación y mentiras, montada sobre las más diversas e influyentes plataformas digitales, que desconoce todos los límites éticos.
Bajo el fuego de esa guerra total, la solidaridad de México con Cuba ha despertado en nuestro pueblo mayor admiración y el agradecimiento más profundo.
Permítame decirle, Presidente, que Cuba recordará siempre sus expresiones de apoyo, su permanente reclamo por el levantamiento del bloqueo y por que se convierta el voto anual de Naciones Unidas en hechos concretos, algo que su país ha cumplido de forma ejemplar para con nuestro pueblo.
Agradecemos profundamente la ayuda recibida en insumos médicos y alimentos para paliar los efectos combinados del acoso económico y la pandemia.
Hermanas y hermanos:
Ante la compleja situación epidemiológica que enfrenta el mundo, la solidaridad y la cooperación entre nuestros pueblos adquiere mayor trascendencia. Por esa razón, nuestros profesionales y técnicos de la salud no dudaron en acompañar, en cuanto fue necesario, al pueblo mexicano. Y volveremos a hacerlo siempre que lo precisen.
Reconocemos el excelente trabajo desempeñado por México al frente de la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, mecanismo de genuina vocación latinoamericana y caribeña destinado a defender la unidad en la diversidad de nuestra América, frente al proyecto de recolonización neoliberal que se nos intenta imponer.
Como expresara Fidel en un acto de amistad cubano-mexicana celebrado el 2 de agosto de 1980: “¡Nada soportaremos contra México!, lo sentiremos como propio. ¡Sabremos ser fieles a la amistad que han forjado siglos de historia y de hermosos principios comunes!”
¡Viva México! ¡Viva la amistad entre Cuba y México!