Sebastián delfín de Sebastián
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Acostumbrado Sebastián Iglesias Sichel Ramírez a cobijarse en distintas tiendas políticas, quiere ahora sentar cabeza. El peregrinar lo ha hastiado. Al vencer en las primarias del 18 de julio, representando a la derecha emperifollada, desea guarecerse bajo el alero de la oligarquía. Refugio de oportunistas trashumantes. Como uno de sus apellidos es Iglesias, al iniciar su carrera política, juzgó adecuado ingresar a la Democracia Cristiana. Quería descubrir su temprana beatitud, cuyos síntomas los sintió el día de su primera comunión. “Bien pudo ser obispo” reflexiona una de sus tías.
Sichel, asentado en la DC se dedicó a vitrinear y descubrió que su destino se hallaba en otra tienda —oh sorpresa— donde fuesen urgentes las oportunidades de prosperar. En la DC no le iban a permitir apostasías, dudas sobre la Trinidad las cuales empezaba a formular. Sus ansiedades lo apremiaban a buscar nuevas querencias y lo relativo al apellido Iglesias, lo dejaba en suspenso. Siempre hay deseos de regresar al origen. Como anhelaba desde mozalbete ser candidato a la presidencia de Chile, ahora ha emprendido su periplo de iniciación. Desde luego, sus fortalezas derivan del largo transitar de uno a otro partido y saber mimetizarse, cuando acechan las críticas.
Sebastián Piñera, es decir Sebastián Sichel —perdón por el intríngulis— o Sebastián Iglesias el delfín de la oligarquía, se pierde en su propio laberinto. Experimenta el vacío, al comprobar que sus críticas a la genuina izquierda, se llama resentimiento. Sufre orfandad, aunque se impuso en las primarias de la derecha, derrotando a tres aspirantes a nada. Candidato de las familias ladronas, infelices por antonomasia, siente la desnudez de sus ideas. Iguales a las ofertas de Sebastián Piñera, su querido preceptor desde el kindergarten. Al vacío, lanza promesas manoseadas, ya expuestas por otros candidatos de la oligarquía. A codazos y empellones ansía figurar, exhibir sabiduría, pero su estrategia ni siquiera entusiasma a los borregos. Los ha empezado a pastorear y a hacerles guiños, utilizando la metodología de su profesor Piñera.
Al parecer, los borregos han aprendido el abecedario, y no quieren otra vez ser traicionados. Sichel ha perdido credibilidad de tanto ofrecer baratijas, más bien objetos de oropel, en el mercado de la política. No es de extrañar que sea el color amarillo el que identifique su agrupación. Ansía dirigir un negocio, donde es segura la rentabilidad, mientras las banderas amarillas ondean en su entorno. ¿En cuál sitio recalarán sus urgentes ambiciones, ninguna claridad política? No se va a arrojar a la sentina del olvido. A la brevedad, intentará aproximarse a la grey pinochetista. Conoce en detalle el arte de vestir de acuerdo al clima de la política. Lo demuestra a diario, pues gusta usar hábitos de converso y se echa encima, atuendos de demócrata. Nadie le puede negar tamaña destreza, adquirida al cabo de sus visitas de tienda en tienda. Deambular que le ha significado mantenerse a flote.
De un 5% de apoyo antes de las primarias, derrotó a los tres carcamales de una lista que olía a esperma de velatorio. Sabe de paraguas, como los que utilizan quienes juraban imponer la revolución socialista y ahora, son perritos falderos. Ungido como candidato a la presidencia de una derecha sonámbula, herida en el ala, le apremia lanzar ofertas como si fuesen serpentinas. A partir de la misma noche del 18 de julio, Sichel se mostró exultante, dueño de una risa de propaganda de pasta dentífrica. Como quien ofrece ropita en una liquidación de temporada o concurre a una población a regalar peluches. De comerciante al menudeo, hoy al mayoreo, vende sombras. O ilusiones, ahora que Joaquín Lavín y Mario Desbordes lo asesoran.
Este viernes la centroderecha presentó: “Chile podemos+” nuevo remoquete de pacto parlamentario para «un cambio de identidad». ¿Acaso llegó la hora de ponerse otras máscaras? Inspiradora y provocativa frase, que es un llamado a la oligarquía a seguir podando, el frondoso árbol de las riquezas del país. Si fuesen honestos, deberían ponerle: “Compinches, saquear+”. Lo suscribo, porque los conozco desde el kindergarten.
Por Walter Garib