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José Luis Ysern mensajero de la  Liberación

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El padre José Luis Ysern,  ha partido hoy  en un último viaje desde Chillán,  a los 86 años.  Luego de visitar  España tiempo atrás, este “chileno nacido en Valencia” (en sus palabras)  intuyendo su fin, decidió retornar para  que allí concluyera su fecunda vida. Repaso ahora una parte de sus últimas homilías, que enviaba por correo cada semana, en palabras que resuenan con la fuerza de su mensaje de siempre: “Los pobres de Chile, más que los libros, me han enseñado que la fe proporciona una fuerza invencible. Lo puede todo, lo vence todo. Vence nuestros miedos y nuestros mecanismos de defensa y nos convierte en hombres nuevos y mujeres nuevas. Jesús no se desanima ante el «fracaso» sufrido en su pueblo y continúa su misión. Tú y yo revisemos la calidad de nuestra fe.”

Todos vivimos momentos complejos en la tarea de alcanzar las metas planteadas. José Luis tenía una clave:   “En esta misión de liberación,  el fracaso es posible, puede ser que no nos quieran escuchar y nos digan que nuestro plan de fraternidad, justicia, igualdad, es una quimera utópica que no corresponde a la sociedad de hoy. No importa: seguiremos con nuestro testimonio de vida sencilla, sin arredrarnos y apoyándonos siempre en la comunidad”. Y eso fue su vida, en rigor, una vida del todo diferente a la de curas y miembros de jerarquía actual  mencionados algunos en las noticias como abusadores sexuales o cómplices   y otros acomodados con el sistema, que   no levantan la voz ante la violencia sistemática de los derechos humanos que hemos vivido desde el 18 de octubre en adelante.

José Luis,  padrino de mi hija Eva María, es una  figura central en mi historia y formación como joven parralina, así como en la de centenares de jóvenes de por lo menos cinco  generaciones de Chillán,  a quienes contribuyó incluso en estos, sus últimos años,  a formar  en una visión de servicio a la comunidad y de búsqueda de la felicidad como un objetivo ligado siempre a lo colectivo y social. Estuvo siempre ligado a las y los jóvenes o a los marginados, y su vocación sacerdotal fue totalmente inclusiva en su desempeño, llegando a distintos sectores sociales.

Lo conocí como estudiante secundaria, padeciendo  la vida de internado en el Instituto Santa María a fines de los años sesenta. Ese colegio de monjas alemanas de Chilllán,  fue su primera destinación como docente. El era  parte de un grupo de curas españoles que aceptaron la invitación de ejercer en Chile sus  tareas. En el colegio, su figura fue la antítesis de la rigidez establecida por las monjas, respecto de cómo entender la religión, la vida, y las relaciones humanas, basadas siempre en el respeto de la diversidad de opiniones.    Fundó la Juventud de Estudiantes Católicos,  que en nuestro colegio fue una organización no autorizada, prácticamente clandestina. Al misionar junto al cura  en territorios rurales, muchas de las niñas de entonces  salimos también de la burbuja para conocer mundos, pobrezas y precariedades que habían estado fuera de nuestra mirada.

Con paciencia infinita y una generosidad notable, José Luis guió mi rebeldía adolescente  y sin duda la de muchos y muchas, volcando mi mirada y mi ser hacia los demás, hacia la pobreza, la enfermedad, la soledad o el dolor.  Fue la semilla necesaria para entender más tarde la teología de la liberación y orientarme hacia las comunidades cristianas en mis años universitarios y también la base de mi compromiso posterior con el socialismo y el MIR.   Ha sido mi más importante maestro en este largo camino recorrido.

Bautismo secreto en la Catedral

En tiempos de dictadura, cuando muchos optaban por  eludir toda vinculación con la resistencia,  retomamos el contacto y la amistad, y no vaciló en apoyarme cuando solicité en 1980  su ayuda para poder “legalizar” a mi hija, que no estaba inscrita en el Registro Civil debido a que su padre, Augusto Carmona, dirigente del MIR  y yo éramos buscados. Tras el asesinato de Augusto el 77 por la CNI, yo no contaba con ningún documento legal para probar la filiación de Eva María y su existencia legal, lo que la colocaba en total vulnerabilidad si yo caía detenida. José Luis no dudó y junto con bautizar a Eva María en una ceremonia emocionante (y privada) en la Catedral de Chillán,  inscribió en su certificado de bautismo los nombres de Augusto,  y el mío, y los guardó en un archivo especial del Obispado. ¡Además, fue el padrino!  También lo hizo posteriormente con la guagua de otro compañero.  Suena como algo sencillo pero en el contexto de dictadura, eran  gestos de compromiso notable con los perseguidos. Tal como nos apoyó y alentó, lo hizo con las madres y esposas de detenidos desaparecidos y ejecutados de Ñuble, arriesgando su seguridad y colocándose en el ojo del huracán de una ciudad conservadora cuyos mandos eclesiásticos no compartían su visión amplia de la misión cristiana como un servicio y su opción preferencial por los pobres.  En esos años fue capellán de la Cárcel de Chillán y muy cercano a la Vicaría de la Solidaridad local, que estaba a cargo del padre Raúl Manríquez. Con ambos compartí  relajados almuerzos y sobremesas de mucha amistad y relevancia en esos tiempos difíciles.

Posteriormente, el año 85, José Luis fue prácticamente “relegado” por la jerarquía al Seminario de Concepción,  interrumpiéndose su labor de formación con los jóvenes universitarios que realizaba en la entonces sede Ñuble de la Universidad de Chile, hoy  Universidad del  Bío-Bío. Hasta esas aulas había llegado su palabra liberadora  como docente de la Facultad de Educación y Humanidades, donde contribuyó  a la  formación de diversas generaciones,  cada vez con mayor especialización como sicólogo. A lo largo de los tiempos,  él permaneció fiel al mensaje de  una iglesia ligada al pueblo y fiel a los pobres,  y tras doctorarse en sicología en la U de Salamanca,  fue el año 2006 el primer director de la Escuela de Psicología de la Universidad del Bío-Bío  en Chillán,  que lo nominó en 2013 como profesor Emérito.

Muy conectado con los desafíos del presente, señalaba asimismo en noviembre de 2020:  “…Vivimos además un momento clave de desafío sociopolítico especial ante el proceso constituyente que ahora nos ocupa. Los cristianos hemos de estar a la altura de las circunstancias y responder en forma inteligente, valiente y creativa, a las exigencias del momento. Hemos de ser los primeros en promover los cambios que sean necesarios para que los pobres, migrantes, cesantes, enfermos, ancianos, escolares, etc. sean atendidos como merece su sagrada dignidad.”

 

por Lucía Sepúlveda Ruiz

www.periodismosanador.blogspot.com

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