¿Qué hacer?: elementos para la transformación civilizatoria
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1). Crece la percepción de que el mundo gira cada vez más rápido
. Las horas, los días y las semanas transcurren a mayor velocidad. Esta idea es correcta en un mundo en el que las innovaciones tecnológicas en la información, la comunicación y el transporte desbordan las capacidades del cerebro humano acostumbrado a ritmos más pausados o lentos. Los analistas de la historia contemporánea coinciden en identificar un periodo llamado la gran aceleración
(entre 1950 y 2000) donde todas las actividades humanas se expandieron, lo cual terminó en la afectación de los ciclos y procesos globales a tal punto que la especie humana se convirtió en una nueva fuerza geológica, dando lugar al llamado antropoceno.
2) Para mi generación, la película de terror del mundo en crisis que veíamos hace 40 años tan distante y superable, ya está aquí. Sin que nos percatáramos la película se nos fue acercando y hoy estamos ya dentro de ella. Somos sus actores. Esta situación de crisis, única en la historia, se dio porque los cambios vertiginosos fueron liderados por los intereses, objetivos, valores e ideología del capital, echando mano de la tecnociencia (la ciencia corporativa). El desastre contemporáneo es fruto de una voracidad; de la doble explotación que una minoría hace del trabajo de la naturaleza y del trabajo humano, y no saldremos de esta crisis hasta que no se suprima esta doble situación de máxima irracionalidad e injusticia.
3) Darse cuenta de los dos escenarios anteriores conduce a dos situaciones muy diferentes: o el individuo entra en un estado de tensión, angustia o pánico que o lo paraliza y lo deprime o lo envía al contingente de los cínicos y los pesimistas extremos, o bien lo convierte en un luchador permanente en la creación de una nueva civilización, la misma que remplazará a la actual que vive su fase terminal. Es decir, el individuo o se queda atrapado en el miedo de especie o salta y adquiere una conciencia de especie; se convierte en civilizionario*.
4) Ser civilizionario implica una incorporación doble: racional y afectiva, basada en el conocimiento y en el sentimiento, en la ciencia y en el arte. Este compromiso es total, es decir, asumido en todas las escalas de la existencia: como individuo, como parte de una unidad familiar o doméstica, como miembro del barrio o de la comunidad, de una región, un país y, en fin, del mundo.
5) Este estar implicado en la transformación civilizatoria implica trabajo colectivo, vocación de servicio, solidaridad y ayuda mutua, que fue la fórmula secreta
por la que la especie humana logró vencer adversidades y obstáculos, y evolucionar.
6) A lo anterior se suma un hecho desapercibido: al civilizionario lo mueve un resorte espiritual (que no religioso) donde la naturaleza aparece como una entidad suprema. Esta idea brota de un trabajo personal de meditación o instrospección, intuitivo, que le lleva a aceptar con humildad la existencia indescifrable de un misterio y de una entidad abstracta y superior. Nace así el concepto de la Madre Tierra que en automático convierte a todos los seres humanos en hermanos.
7) Finalmente el análisis objetivo de las relaciones políticas y de poder convencen al civilizionario de que no serán los gobiernos, ni las empresas y corporaciones, ni los organismos internacionales los que salvarán a la humanidad y a su entorno planetario, sino las acciones de la sociedad organizada. Por una simple razón: esos sectores permanecen cautivos del paradigma de una civilización que muere.
*Ver detalles en mi libro Los civilizionarios (Juan Pablos Editores, 2019).
Por Víctor M. Toledo
Fuente: La Jornada