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Los avatares de la Convención Constitucional

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“Y hacía falta padecer aquella peculiar enfermedad que desde 1848 viene haciendo estragos en todo el continente, el cretinismo parlamentario, enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior”.

 

Karl Marx: ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’.

 

 

 

LEGADOS DEL ESTALLIDO SOCIAL

Si existe un legado que podemos recuperar del gran estallido de 18 de octubre de 2019, ese no es sino aquel que nos enseña la falsedad del siguiente enunciado: los estamentos que componen la ‘escena política’ del país —a saber, ‘izquierda’ y ‘derecha’— representan (la ‘izquierda’) a los sectores dominados y (la ‘derecha’) a quienes dominan.

Un legado de esa naturaleza, sin embargo, nos recuerda que ambos estamentos (‘izquierda’ y ‘derecha’), así considerados, son elementos consubstanciales al modo de producción capitalista y, por ende, deben ser estimados como una sola estructura, una unidad compacta, inseparable la una de la otra, calidad que explica la profunda contradicción que presentan ambos respecto de los movimientos sociales o, si se quiere, de la población que da origen a una formación social. El acuerdo de 15 de noviembre de 2019 es la más elocuente expresión de esa unión espuria entre ‘izquierda’ y ‘derecha’ en contra de la comunidad nacional: hizo descubrir a la población que los partidos no defendían los intereses que alegaban proteger sino, más bien, lo hacían con los propios. Lo cual explica que, tras el estallido haya cobrado tan extraordinaria importancia el vocablo ‘independiente’, e hiciera adoptarlo como propio a los movimientos sociales.

 

EL PODER DE LA DOMINACIÓN

Las clases dominantes, sin embargo, —nos recuerda Gramsci— tienen una cultura que es la antítesis de aquella que poseen los sectores dominados: una, típica, homogénea y consciente; además, nada les cuesta navegar exitosamente en las aguas del sistema, tarea que resulta extremadamente difícil a los sectores dominados.

Por eso, no debe extrañarnos que, tras reflexionar acerca de si acaso era o no conveniente realizar un nuevo intento de someter al díscolo a través del uso de ese vocablo, determinara la ‘escena política’ de la nación, dar cupos en sus listas a esos ‘independientes’. E, incluso, creara listas para aquellos, con algunos de sus ex militantes o simpatizantes. Era necesario sacar provecho del vocablo ‘independiente’ que pasaba a ser una especie de título de nobleza al que, incluso, antiguos militantes y simpatizantes de los partidos vigentes se apresuraban a recabar para sí.

La ocasión para que la ‘élite política’ reconquistara sus dominios llegó al momento de fijar la forma de realizar la votación para elegir a quienes redactarían la nueva constitución: el método sería el mismo empleado para la elección de los parlamentarios, es decir, el sistema D’Hondt, cuya imposición aceptarían los movimientos sociales, método que debía resultar ampliamente favorable a la partidocracia.

A nivel nacional, dos listas pudieron organizarse a la manera que exigía la ley; solamente una de ellas pudo alcanzar completo éxito. Fue la Lista del Pueblo. Pero ese nuevo éxito alertó a la ‘escena política’. No podía aceptarse que una lista de ‘aparecidos’ obtuviese semejante triunfo; no podía, igualmente, volverse a repetir la formación de listas de independientes. El proyecto de ley que se tramitaba en el Congreso para aceptar esa posibilidad, repentinamente fue archivado. La idea de una posible amenaza de los ‘independientes’ quedó, de esa manera, por completo conjurada. Al mismo tiempo, la posibilidad de influir al interior de la CC, a pesar de contar con uno de los más altos cupos de convencionales constituyentes, quedó reducida a la ‘negociación’. Y, con ello, a aceptar y practicar el conocido método de la ‘cocina’. En tanto, los partidos, repudiados y desprestigiados, acorralados y rechazados, regresaban en gloria y majestad a decidir el porvenir de la nación.

Nada de lo que ha sucedido, pues, es obra de la casualidad ni de la naturaleza, sino de sectores que saben exactamente lo que quieren y hacia dónde se dirigen. Una circunstancia que necesitamos tener siempre presente en nuestros análisis.

 

LOS SECTORES DOMINANTES SE RESISTEN

La contradicción está, así, determinada. No hay ‘izquierda’ y ‘derecha’ contrapuestas, como se ha enseñado y se sigue enseñando, sino una ‘élite política’ que se opone a los cambios y que, por ello, es imperioso erradicar. Semejante tarea no es fácil porque una cosa es terminar con determinado adversario; otra es querer hacerlo, premisa que delimita las posibilidades reales de actuar.

Para realizar una acción y hacerla exitosa se requiere voluntad de llevarla a cabo, y contar con los medios para hacerlo. Pero hay otro aspecto a considerar: estimando que tales premisas existen, debe considerarse el poder que tiene ese adversario, y si va o no a aceptar que se le desafíe impunemente. Y ahí radica el nudo del problema. Porque ninguna estructura social tiene vocación suicida. Hay, siempre, una lucha que se libra en defensa de la propia perpetuación. Suponer que un sector social, por repudiado que sea, va a abandonar graciosamente los privilegios de los que ha gozado hasta ese momento sin ofrecer resistencia es negar, simplemente, su conciencia de clase o considerarlo tremendamente ingenuo. Un gran amigo mío acostumbraba a recordarme los dos (que él llamaba) ‘mandamientos de la Ley de Dios’: nunca permitir que te crean estúpido y nunca creer que la persona con quien tratas es estúpida.

Es cierto que los sectores dominantes acostumbran a suponer lo contrario y califican a quien desprecian como ‘perdedor’. Porque saben que las cadenas impuestas son difíciles de sacudir. No debe llamar la atención que este axioma lo expusiera brutalmente Richard Dawkins de la siguiente manera:

 

“Los individuos que se encuentran en un orden más bajo tienden a ceder ante aquellos que se encuentran en un orden superior. No es necesario suponer que los individuos se reconozcan unos a otros. Lo que sucede es que los individuos que están acostumbrados a ganar tienden a tener aún más posibilidades de ganar, mientras que aquellos individuos que están acostumbrados a perder se tornan a la vez más propicios a perder”[1].

 

Así ocurre, fatalmente, dentro del sistema capitalista. Porque las estructuras jurídicas y culturales construidas en su interior han permitido que suceda de ese modo.

 

ESTRATEGIA DE LOS SECTORES DOMINANTES

Los sectores dominantes son tales porque dominan. No les es difícil idear una estrategia para contrarrestar las veleidades del díscolo. Una de ellas es el uso de la estructura jurídico/política. No por otro motivo, premunidos de ese breve compendio, relativo al comportamiento de las clases y fracciones de clase dominadas, los sectores dominantes, ayudados por la representación política de aquellas, impusieron a la comunidad nacional la forma de votar y, en consecuencia, la forma de realizar las elecciones de los convencionales constituyentes. Nada se iba a alterar. Los partidos seguirían mandando. Se habían preparado para gobernar y lo seguirían haciendo en los años sucesivos. Así procederían todos. Incluso, los nuevos. Gabriel Boric lo resumiría con extraordinaria claridad, en 2017:

 

El objetivo es constituir un movimiento político que dispute en todos los espacios”[2].

 

Tampoco Beatriz Sánchez, al expresar, poco tiempo después:

 

“[…] lo que viene para el futuro es la consolidación, empezamos un trabajo para ir proyectando el Frente Amplio, para disputar todos los espacios”[3].

 

No era un discurso diferente al de los otros partidos que, en términos muy parecidos, también lo habían formulado en los años anteriores. Todos se preparaban para gobernar. Por ende, el sistema D’Hondt, que había permitido la creación de una ‘casta’ privilegiada, no se alteraría en modo alguno. El triunfo no se entregaría a los independientes. Los dominados se verían obligados a aceptar esa forma de actuar. La contradicción social de ‘izquierda’ contra ‘derecha’, se transformaría en otra dentro de la cual la ‘élite política’ aparecería contrapuesta a los movimientos sociales, como ya se ha indicado. Algo muy diferente a lo que se había creído hasta ese momento. Ese era el primer peldaño a subir en la escala de la estrategia de dominación. El segundo sería desarrollar un verdadero festival de elecciones simultáneas al funcionamiento de la Convención. En el fondo, se trataba de involucrar a ese organismo en el acontecer político de la nación de manera tal que el trabajo de aquella no sería sino la reproducción de lo que sucedería en el exterior de la misma: presidencializar y parlamentarizar su funcionamiento.

 

UNA CONCLUSIÓN INCÓMODA

Podemos, entonces, afirmar que los independientes no ganaron las elecciones de mayo, como se supone. Por el contrario: fueron los partidos y, consecuentemente, la ‘élite política’ quien ganó. Fue, así, un milagro que pudiesen organizarse dos listas de independientes a nivel nacional, y una de ellas —la Lista del Pueblo—, lograra romper la constante de la derrota para emerger como un suceso inédito en la historia de la República: los sectores dominados (el pueblo) se organizaban. Pero el triunfo, siempre sería de los dominantes.

El empleo del sistema D’Hondt permitió a los partidos ofrecer a algunos ‘independientes’ ciertos cupos. Así, las condiciones estaban dadas para que, una vez más, la vieja política, de la mano de jóvenes actores, volviera en gloria y majestad a tomar la conducción de la nación. Porque los verdaderos independientes no ganaron. Ganaron los independientes que participaron en listas poco proclives a los cambios y aquellos vinculados a ciertas y determinadas listas, y los independientes que usaron los cupos de las listas de los partidos. Si a ello agregamos los convencionales constituyentes militantes de partidos, entendemos que el triunfo fue de ellos. En consecuencia, el terreno estaba propicio para que se reprodujesen los viejos vicios de la política.

Resumamos, entonces: el primer gran triunfo de la ‘escena política’ nacional, como elemento consustancial al Estado, fue lograr que los sectores dominados aceptaran someterse a un proceso eleccionario regido por el sistema D’Hondt; el segundo, aceptar que el proceso normal de elecciones se realizara en forma paralela al trabajo de la Convención Constitucional, a sabiendas que la nación no vivía un período normal. El tercero iría a ser la negativa del Parlamento a aceptar que los independientes pudiesen organizar listas a la manera que lo hacen los partidos políticos.

 

LOS EFECTOS DE ESA ESTRATEGIA

El primer síntoma fue la elección de la presidencia y vicepresidencia de la Convención Cconstitucional. Si bien era cierto que la candidatura de Elisa surgió de la propia Lista Mapuche, tras ella se instaló una alianza FA y PS que trizó la alianza ‘Apruebo con Dignidad’, organizada antes por el PC y el FA, lo que obligó al primero a seguir un camino propio e intentar la instalación de Isabel Godoy en ese cargo. Otro hecho vino a sembrar más cizaña a las alianzas: los avatares de la política contingente que terminaron, finalmente, por ‘presidencializar’ la elección de la directiva de la Convención Constitucional. Hoy, es posible, incluso, escuchar a algunos representantes de RD ufanarse que fueron ellos quienes levantaron a Jaime Bassa a la vicepresidencia del organismo, lo que no es mentira. Pero plantearlo en esos términos, da a entender que la vieja política no vacila cuando trata de recobrar sus dominios.

Porque gran parte de las actividades que desarrolla el Gobierno y las instituciones del Estado están orientadas a proteger la estructura jurídico/política de la nación o, lo que es igual, el funcionamiento de la ‘escena política’ nacional. En esa dirección se orienta la labor del director de Impuestos Internos Fernando Barraza y su negativa a entablar querellas en contra de quienes han aceptado el soborno y el cohecho como forma de actuar en política, figuras que, eufemísticamente llamadas ‘financiamiento ilegal de la política’, evitan el uso de aquellas otras.

 

“Desde el mismo momento en que explota el escándalo del financiamiento ilegal de la política hace siete años, comenzó a desarrollarse la Operación Impunidad con el fin de detener las investigaciones contra políticos, empresarios y altos ejecutivos, relacionados con la arista más emblemática: SQM”[4].

 

Gran parte de la ‘élite política’ chilena es corrupta. Decirlo duele. Pero es verdad. Por lo mismo resulta más elegante acusarla de financiarse ilegalmente que imputarle pago de sobornos.

El analista político Marco Moreno ha señalado que la labor de la Fiscalía al abandonar la investigación contra una treintena de imputados no ha sido sino

 

«[…] adelantarse a la presión del ciclo electoral, ya que algunos de los que fueron cuestionados, hoy quieren ser candidatos, y las inscripciones se cierran en 20 días más»[5].

 

LA REPRODUCCIÓN DE LAS RELACIONES CULTURALES

Marx nos enseña que quien detenta el poder material en una sociedad, detenta igualmente su poder espiritual. Las relaciones culturales se reproducen en todos los estamentos sociales y no es casualidad que la generalidad de la población se enfrasque en discusiones bizantinas a fin de determinar quién es más o menos ‘demócrata’. Y olvide que la democracia, como forma de gobierno propia del modo de producción capitalista, devino en sustantivo intrínseco. Una verdad.

Por eso, no debe sorprender que tales ideas hagan reflexionar, igualmente, a los independientes acerca de si convendría o no participar en las elecciones parlamentarias que se avecinan. Porque también el sistema eleccionario se admite como axioma que no admite prueba en contrario. Así, los sectores dominados dentro de la Convención Constitucional procedan como lo hace todo componente del modo de producción capitalista. No hay alternativa. Por eso, también empiezan a preparar sus fuerzas en función a si acaso sería o no conveniente participar en elecciones parlamentarias y presidenciales e, incluso, convertirse en partido políticos. La LDP, en un comunicado de junio pasado, ya había manifestado intenciones de llevar candidaturas para las próximas elecciones, incluyendo a consejeros regionales, diputados, senadores y, también, para la Presidencia de la República. El sistema busca cooptarla de la manera que sea. Este intento de cooptación se hará cada vez más intensa con la formación de listas de parlamentarios y la consiguiente actualización de los pactos. Porque, seamos francos, a ninguno de los partidos políticos les interesa si acaso la CC va o no a pronunciarse por un sistema bicameral, si reconocerá a la cámara única como el mejor Parlamento y si mantendrá o no los períodos parlamentarios. Solamente quieren los cupos, que el partido obtenga la mayor cantidad de cargos para dominar desde el Parlamento y, si este cambia de forma, para negociar en mejor posición la mantención de los cupos que poseía. En el caso de la Lista del Pueblo, su asesor Erick Palma, ha expresado:

 

[…] creo que lo que tienen que tener claro los candidatos a los distintos cargos parlamentarios y a la presidencia, es que es un dato de la causa que sus cargos deben ponerse a disposición de la decisión que adopte el pueblo de Chile cuando se plebiscite el proyecto de nueva constitución. Si se aprueba la nueva constitución, y se establece un régimen semipresidencial y unicameral, entonces quienes en noviembre resulten electos deberán poner sus cargos a disposición del pueblo de Chile. Eso tienen que tenerlo absolutamente claro, y eso es con prescindencia a que La Lista del Pueblo tenga o no candidato presidencial”[6].

 

Esta sentencia, que más parece una conditio sine qua non de toda postulación al interior de la Lista del Pueblo, no ha sido dada a conocer, aún, en el caso de Fabiola Campillai, que sería nominada candidata a senadora por ese movimiento. Por supuesto que eso no lo han dicho (y es casi imposible que lo hagan) las otras colectividades por lo que puede presumirse que las candidaturas pueden transformarse en un fin en sí, como hasta ahora ha ocurrido, y no en un servicio a la comunidad. Y, dado el corto tiempo que queda para tales definiciones, es materia que debería estar ya tratándose si no en la Convención Constitucional, al menos en cada unas de las listas que albergaron a los convencionales constituyentes.

Y, ¿qué decir de la elección presidencial?

Está claro que las elecciones no son intrascendentes. No es lo mismo un presidente (y un parlamento) que va a apoyar y facilitar la adecuación de la estructura jurídico/política de la nación, a la nueva constitución, a uno que no lo va a hacer y que, por el contrario, pondrá toda clase de obstáculos para impedirlo. Pero, una opción como la LDP, no puede entregar una alternativa viable en tan corto plazo. Uno de los convencionales constituyentes de la misma lista llamado Cristóbal Andrade, ha dicho, al respecto:

 

La Lista del Pueblo no está preparada para una candidatura presidencial, se hizo el objetivo de llevar convencionales a la Convención Constitucional, ahora se está avanzando para las elecciones parlamentarias y está bien, pero yo creo que es mejor ir de a poco”[7].

 

Pero no ha sido así. Ya se vislumbran candidaturas. Quienes las representan son personas intachables. Pero nada han dicho acerca de cuál será su comportamiento al momento de empezar a regir la nueva constitución… Cambios habrá. Y las tendencias, que hemos observado, cambien, tal vez, de rumbo. No lo sabemos. Pero podemos creer que así sucederá.

La presidenta ha mostrado brillantemente cómo ha de conducirse una Convención y esperamos que, de las manos suyas no sólo saldrá la carta que anhelamos sino, como dice el poema, hasta ‘puedan brotar rosas perfumadas’. La Convención Constitucional sigue siendo nuestra tarea primordial y a ella han de encaminarse nuestros esfuerzos más que a una elección.

 

Por Manuel Acuña Asenjo

 

Santiago, agosto de 2021

[1] Dawkins, Richard: “El gen egoísta”, Salvat Editores S.A., Barcelona, 2002, págs, 107/108.

[2] Bas, Daniela: “La profecía autocumplida del Frente Amplio: lideran la Convención, municipios, gremios y hasta las RRSS”, ‘El Líbero’ , 26 de julio de 2021. La negrita es del original.

[3] Bas, Daniela: Art. citado en (2). La negrita es del original.

[4] Redacción: “La Semana Política: Operación Impunidad como mecanismo para favorecer candidaturas”, ‘El Mostrador’, 04 de agosto de 2021.

[5] Redacción: Id. (4).

[6] Parrini, Gianluca: “Erick Palma, asesor L. del Pueblo: ‘Un gobierno neoliberal no cabe en nuestro modelo constitucional’”, Radio Biobío, 25 de julio de 2021.

[7] Redacción: “Constituyente de LDP, Cristóbal Andrade: ‘La Lista del Pueblo no está preparada para una candidatura presidencial”, ‘El Mostrador’, 03 de agosto de 2021. La negrita es del original.

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  1. Patricio Serendero says:

    La Lista del Pueblo (LDP) tiene ahora un candidato. También del Pueblo. El problema consiste ahora en tener una lista de candidatos al Parlamento, más allá que la nueva Constitución pueda o no jubilar unos cuantos cuando se apruebe. Porque toda la clase política, de acuerdo con este análisis, estará en contra de estos «aparecidos» y su programa, el que todavía no conocemos, y le harían la vida imposible al gobierno tal como lo hizo la Derecha más sus socios de la DC durante el gobierno de Salvador Allende.
    El PC, los socialistas allendistas y otros grupos que se reclaman del Socialismo tienen aquí otra oportunidad de aliarse a la LDP, para luchar por la Presidencia, en cuyo proceso puede surgir más tarde un verdadero partido revolucionario. Porque así como no la única alternativa al capitalismo neoliberal es el Socialismo, este solo puede llegar a concretizarse de la mano de un Partido revolucionario.

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