Crónicas de un país anormal Poder y Política

La mediocridad en la escena política chilena

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Es difícil saber quién manda en el país actualmente. Antes, el Presidente de la República era una especie de dictador: la idea del balance entre los tres poderes del Estado – el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial – propio de la democracia, hace varias décadas que murió. Si fuéramos directos, el único poder que va quedando es la cleptocracia, y no existe hasta ahora ningún control, pues la llave de la caja fiscal hace un buen tiempo está en manos de los políticos más pillos y desprovistos de moral y de todo sentido de la ética.

El llamar ladrones a los políticos es injusto, pues no solamente ellos tienen las manos sucias, habría que agregar a Carabineros – el “Pacogate” – y al Ejército – el “milicogate” – y a algunos curas, campeones del robo de cálices y otras yerbas.

Los casos Soquimich, el Banco Penta, y otros, apenas son pecados veniales, y el castigo a los corruptos y a los ladrones es, a todas luces, cómico: se les condena a seguir clases de ética en sus propias universidades y, aun así, salen con notas rojas. El SII, (Servicio de Impuestos Internos), viene de anunciar que no perseverará en 34 casos de políticos involucrados en boletas y facturas falsas. En el caso del Ejército, Juan Miguel Fuente-Alba, ex general en jefe del Ejército, es un verdadero príncipe, capaz de encontrar en Europa los pañuelos y corbatas más lujosos, que luego regala a sus subalternos, un “verdadero caballero”, emulando al ejército antiguo.

Las esposas de los generales dominaban a sus maridos en sus propios gustos y se hacían trajes elegantes, provocando la envidia de sus compañeras, otras ninfas.  Lucía Hiriart, esposa del dictador Augusto Pinochet e  hija de un ministro de Estado, en el gobierno radical de Juan Antonio Ríos, (se creía de mejor clase que la familia Pinochet, de Valparaíso), tuvo que sufrir los cambios de guarnición a los cuales era destinado su marido, a quien despreciaba, pero la suerte le permitió, más tarde, posar como la señora del comandante en jefe del ejército y, luego, del Presidente de la República, cuando Pinochet fue marginando, uno a uno, a sus compañeros de la Junta de Gobierno, para gozar del poder total, donde Lucía Hiriart se lució haciendo ver ante sus compañeras que ella era la primera y la mejor entre las “damas”. Su pasión se centraba, entre otros gustos, en la colección de sombreros, (tal vez a imitación de la reina Isabel II de Inglaterra), ¡y ay de aquella que se atreviera a competirle!

Doña Lucía tuvo una muy buena imitadora en la señora del general Juan Manuel Fuente-Alba, Ana María Pinochet, y también optó por los gustos refinados, en que gastaba millones de dinero fiscal. La amistad con doña Ana María provocaba envidia de mujeres frívolas como ella, y sus regalos eran dignos de un sultán.

Chile tenía fama, hacia la época de la Independencia, de ser un país pobre y austero, sin embargo, hay que ser cuidadoso en la apreciación de la historia, pues en algunos historiadores hay muchas mentiras, que repiten los escolares año tras año, década tras década: la pobreza de algunos de nuestros líderes, entre ellos de Diego Portales, era una gran mentira, (el historiador Francisco Antonio Encina cuenta que Portales era tan pobre que no contaba con dinero ni siquiera para cigarros, cuando la verdad era más rico que muchos otros, por estar a cargo del estanco del tabaco).

Según el historiador Andrés García Belaunde, los negociados de los peruanos en Chile producían suculentas ganancias: el Presidente de Perú, Mariano Ignacio Prado, por ejemplo, se aprovechó de colectas populares para comprar un Banco en Chile, así como varias minas de carbón, en Lota y Coronel. A su vez el libertador Bernardo O´Higgins sacó enormes ganancias de las canteras de Perú. Estos negocios entre Perú y Chile, al parecer, ahora crea un poco de miedo a los millonarios peruanos, que temen el fin de Falabella, Ripley y de otros grandes almacenes, que aún operan en Perú.

En Chile de comienzos del siglo XIX era rico y elegante, con palacios y otras construcciones muy similares a los de los franceses, de los siglos XVIII y XIX.

En el pasado, ser parlamentario era un honor, y se creían senadores romanos; hoy, los diputados y senadores, con una aprobación la más baja en las encuestas  de opinión, son el hazmerreír del pueblo, que no les guarda ningún respeto, y a nadie se le ocurriría ir a las galerías del congreso a escuchar sandeces. El Presidente de la República tampoco conserva el respeto de antaño, lo cual es común; (afortunadamente, al actual le restan pocos meses de mandato, para que luego enfrente a la justicia internacional por genocidio). Antiguamente, la Contraloría se encargaba de fiscalizar los actos del Estado; hoy, nadie fiscaliza a nadie y todos pretenden repartirse la torta. Los candidatos a la presidencia, en su mayoría mediocres, ofrecen a los electores “esta vida y la otra”, promesas que nunca se van a cumplir, ofertas que sostienen desde el fascismo hasta el estalinismo.

Nadie entiende si ahora es el Congreso el que legisla, o bien, la Convención Constitucional, instalada el 4 de julio de 2021, para la redacción de una nueva Constitución. A lo mejor, en la nueva Carta Magna se elimine el senado, organismo inútil, y el Presidente de la República tenga menos facultades, que pasarían al Primer Ministro, similar a un sistema parlamentario.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

09/08/2021

 

 

Historiador y cronista

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