La apertura solemne de la Convención Constituyente y el espanto de la oligarquía
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La antigua oligarquía formaba parte de quienes se sentaban en la testera de la Sala de las Cámaras de Diputados y del Senado. Los presidentes y vicepresidentes del Congreso eran viejos políticos y, algunos de ellos, propietarios de viñedos en la zona central del país. Hoy, parece que todo ha cambiado: ya no veremos las fotos de las directivas de las dos Cámaras con caballeros de esmoquin y almidonados cuellos, que se usaban también en fiestas elegantes, como matrimonios de “gente bien”, y sólo podía verse en esas fotografías a un militante – radical o liberal – acompañando a su líder.
A diferencia de los años 20 del siglo pasado, ya no veremos una foto de don Eliodoro Yáñez, presidente del Senado en esa época, quien era despreciado por los aristócratas liberales debido a su pertenencia a la clase media, (su casa estaba radicada al otro lado del Río Mapocho, en el barrio de La Chimba). En esa fotografía se veía recibiendo, en forma muy zalamera y servil al inspector general del ejército, Luis Altamirano Talavera.
En la antigua sede del Congreso la ceremonia de inauguración de la primera Convención Constituyente en la historia de Chile, que tuvo lugar el 4 de julio de 2021, se comenzó en forma abierta y frente a frente, (no como antaño, en que se tenía una conversación con un caballero de apellido “de campanillas” o con un padre conscripto), y hoy predominan los coloridos trajes y diseños diferentes, pertenecientes a las diez etnias, representadas en la Constituyente, sobre todo, con un lenguaje franco, digno e igualitario.
De los antiguos “godos” sólo queda el hijo del ministro de Justicia, Hernán Larraín, (del mismo nombre y apellido) y, del nuevo arribismo militar, (la esposa del Canciller Allamand), Marcela Cubillos, quienes junto a otros constituyentes, incluso una representante del Partido ultraderechista, el Republicano, que habían hecho un esfuerzo “republicano de convivir con mayoría de “rotos” e indígenas. La señora Cubillos, toda una dama de alta alcurnia, tuvo que soportar estoicamente los gritos del “rotaje”, que clamaba por la libertad de los presos políticos, encarcelados luego de la “revuelta social”, a partir del 18-0 de 2019.
La convencional Marcela Cubillos tuvo que soportar varios desagrados en este día: el que los “rotos” impidieron llegar al fin del canto del Himno Nacional que, para ella, hija de ex ministro de defensa era como un insulto, no sólo a la patria, sino también, al “glorioso ejército de Chile”, y para colmo de males, “los bolcheviques” se habían adueñado de la Convención y, a pesar del difícil quorum en la segunda vuelta, fue elegida presidenta de ese Organismo una mujer mapuche, Elisa Loncón, (a quien le sobran méritos académicos y valores humanos para dicho cargo). La convencional Cubillos no podía comprender este memorable hecho, pues desde la tierna infancia le habían inculcado la idea de que las mujeres mapuches solo servían para desempeñarse como “nanas”.
El equipo, designado por el gobierno para facilitar el trabajo de la Mesa de la Convención, encabezado por Francisco Encina, (sin ninguna relación con el historiador copión), se demostró incapaz hasta de conectar los dispositivos eléctricos, y no faltaban los malpensados que aventuraran que, tal vez, se trataba de una estrategia del Presidente Piñera para obstaculizar el éxito de la inauguración.
Marcela Cubillos y otras damas convencionales de la derecha siguen creyendo que, de verdad, Chile es “el asilo contra la opresión”, (reza el Himno Nacional), y el afirmar que en Chile hay presos políticos es un insulto: en su mente, los desaparecidos, por ejemplo, hicieron parte de un viaje aéreo de placer por los alrededores de Santiago, y que en nuestra historia – aseguran – ninguna persona, incluidos los comunistas, jamás han estado en un calabozo y, además, que ningún partido político ha sido proscrito por pensar distinto a la ideología del capitalismo salvaje, aún reinante en nuestro país.
Cuesta creer a la derecha que la gente común, el pueblo, sea capaz de redactar su propia Constitución, razón por la cual el ver que los pueblos originarios, con sus trajes típicos, se paseen por los salones y pasillos del palacio neoclásico del Congreso, los que antes eran mozos, ahora se hayan disfrazado de convencionales y, nada menos, para el importante cargo de encargados de redactar la Nueva Constitución para Chile, y las nuevas normas a las cuales todos los chilenos y chilenas deberán someterse.
Las Constituciones de y para los “caballeros de Chile” eran textos impuestos por los militares y escritos por “sabios”, entre ellos, Arturo Alessandri y sus amigos personales y, posteriormente, en la Constitución de 1980, por Jaime Guzmán Errázuriz y Enrique y Ortúzar, refrendado en plebiscitos aunque fraudulentos, (sólo para evitar la crítica de la no participación de los ciudadanos).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo). 10/07/2021