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“Todo tiempo pasado fue mejor” para la derecha

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Si un velatorio en el Chile profundo se realiza sin lloronas, tiene escasa o ninguna trascendencia. Revela desprecio a quien se marcha de este mundo, donde tanto se sufre. Cualquiera sea el sexo del fallecido o condición social, debe recibir póstumos homenajes. A la tristeza es justo agregar bellos recuerdos, encargados de perdurar en el tiempo. En tal caso, los deudos se apresuran a contratar a quien toca el arpa o la guitarra en la iglesia y a las lloronas, cuya misión es sollozar junto al féretro, mientras rezan el rosario. También a estas personas se les conoce como plañideras y su existencia se remonta al Egipto de los faraones.

El preámbulo aclaratorio, sirve para referirnos a las lloronas. Vestidas de riguroso luto, cubierta la cabeza con negros velos, sollozan a mares en otoño, junto al ataúd de la derecha. Los hombres se encargan de recibir el pésame, mientras se enjugan las lágrimas. Este ilustre difunto que comienza a oler a cuero podrido, otros aseguran que a cabeza de pescado, tuvo la pésima ocurrencia de fallecer, cuando nadie lo imaginaba. Había esperanzas que alcanzara a vivir hasta fines de este año, como era su íntimo deseo, sin embargo, al sufrir una inesperada descompensación, murió el 13 de junio. Al enterarse ese día del resultado de las elecciones de gobernadores, no pudo soportar el descalabro. Expresó palabras algo confusas, mientras deliraba y recibía la santa extremaunción.

Desde hacía años arrastraba achaques, desmemoria, quebrantos, pues a partir de octubre de 2019, permanecía postrado en cama. Operado de múltiples dolencias, vivía congoja tras congoja. Se cayó de un caballo chúcaro, no del que se encuentra en la plaza de La Dignidad, mientras cabalgaba en su hacienda. Cuando se acordaba del tiempo de la dictadura cívico militar entre 1973-1990, sus ojos relumbraban. ¿Cómo olvidar aquella época de desenfrenada repartija? En sus ratos de lucidez, decía: “¿Dónde está mi general para que nos venga a salvar de los rojos?” Aseguran las malas lenguas pródigas en chismes, que un hijo descarriado del occiso, amigo del latrocinio en mayúscula y dedicado a la desenfrenada especulación, aceleró su muerte. Si este hijo al comienzo estuvo ligado a la familia, decidió trabajar para sí mismo. Se olvidó de todos, incluidos sus apellidos de clase media. “Mal hijo amigo de la ostentación”, le gritan ahora en la cara, quienes han enviudado y juran nunca más ayudarlo a especular.

Estas agobiadas personas, que no paran de gemir y lamentarse, quieren rendirle tributo al fallecido. Realizar homenajes por haberles dado su apellido y posibilidades de enriquecerse. De la noche a la mañana, les subió el pelaje y de descender de vendedores ambulantes, se blanquearon. Como provenían del mestizaje, el difunto que desde luego en esa época permanecía vivo, les enseñó normas de urbanidad, y enseguida, los introdujo a los grupos de elite. Es cierto que, el personaje de nuestra historia utilizaba distintos acrónimos, empeñado en darse ínfulas. Otros, aseguran que, dispuesto a confundir a sus críticos, recurría a seudónimos y se hacía pasar por clase media.




Entre tanta viudez, hay quienes se niegan a creer en su inesperada ausencia, rumbo a regiones desconocidas, desde donde no se regresa. Se resignan a la realidad y se apresuran a buscar cobijo en otros hogares o tiendas partidarias. La orfandad bien puede lanzarlos a una vida marcada por la indolencia. Ahora les importa un rábano con quien van a convivir y acostarse, después de haber tenido una existencia de jolgorios. ¿Cómo olvidar la oportunidad de ratería y holganza, donde les está permitido saquear a la luz del día? De rapiña en rapiña, lograron enriquecerse y la vida les sonreía. Hasta fatigarse, una y otra vez se repiten, mientras lamentan su viudez: “Todo tiempo pasado fue mejor…”

 

Por Walter Garib

 



Escritor

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