Crónicas de un país anormal Portada

Los peligrosos vetos entre la oposición

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La izquierda no había estado nunca en mejor posición que actualmente para iniciar favorablemente, por primera vez en nuestra historia, la elaboración de una Constitución en que la ciudadanía sea el actor principal.

Durante el gobierno de Salvador Allende las fuerzas progresistas habían logrado una cercanía a fin de cambiar las reglas de convivencia ciudadana y, en consecuencia, la construcción de una nuevo Chile en que los trabajadores lograran una participación popular, nunca vista en Chile: la C.I.A. y el degenerado gobierno de Richard Nixon no habían logrado derrocar el gobierno de Salvador Allende, que había intentado la construcción del socialismo en libertad, democracia y pluralismo, es decir, una alianza entre laicos, cristianos y marxistas

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En Francia, durante el gobierno de Francois Mitterrand, socialistas y comunistas y radicales de avanzada habían hecho suyo el modelo chileno que, por cierto, era mucho más profundo que los llamados “Frentes Populares” antifascistas. A diferencia de las propuestas de George Dimitrov, los acuerdos del V Congreso de la Internacional Comunista, diseño de una alianza entre burgueses y proletarios, entre sindicatos de comunistas y socialistas, la Unidad Popular había logrado un poderoso y masivo apoyo popular, (las marchas y la mística de la UP fueron, a mi modo de ver, mucho más poderosas que las tomas de fábricas en Francia).

La división y los vetos, desgraciadamente, caracterizan los movimientos progresistas, y se acusan mutuamente empleando diferentes epítetos, (en la época de Stalin los socialdemócratas eran llamados los social-traidores, y la II Internacional se había convertido en el enemigo principal del Partido Comunista; por otra parte, los sindicatos obreros comunistas y socialistas no sólo no marchaban juntos, sino que a veces recurrían a los golpes). La IV Internacional, dirigida por Leon Trotsky, era motejada como “el social-fascismo”, un “caballo de Troya” contra el movimiento obrero y, aliado principal de A. Hitler. La tesis política de Trotsky se definía por la lucha de clases contra clases, por consiguiente, el enemigo principal era el trotskismo y no el nazismo.

En la historia política chilena los socialistas y comunistas no sólo disentían teóricamente, sino también en las contradicciones generadas mundialmente, no sólo entre China y Rusia, sino también la condena a la invasión de los tanques soviéticos en Alemania del Este, Hungría, Checoslovaquia, Polonia. Quizás, el más agudo de los críticos del comunismo estalinista en nuestro país fue el dirigente político Raúl Ampuero Díaz.

Es evidente que las pocas veces que se ha logrado la unión de sindicatos y partidos populares ha significado un importante avance del movimiento popular en Chile: la unión de socialistas, falangistas, radicales y conservadores socialcristianos, llamada el Movimiento de Saneamiento Democrático (1948) ha dejado, hasta ahora, la huella de la cédula única, que terminó con el cohecho, y, además, permitió la legalización del Partido Comunista, (la dirección juvenil del PC, dirigida por Reynoso, era partidaria de tomar la vía armada como respuesta a la Ley de Defensa de la Democracia, durante el gobierno de González Videla, pero la Dirección del Partido se negó a adoptar el “reynosismo”, por el contrario, mantuvo siempre su línea democrática y no armada).

Los Partidos Comunista y Socialista en Chile tuvieron importantes disputas, hacia los años 50 del siglo pasado, cuando los socialistas, que nacieron como militaristas, apoyaron a Carlos Ibáñez del Campo, a diferencia de los socialistas, que votaban por Allende, de tradición anti-dictatorial, (antes, en 1931, junto a la FECH y el Grupo Avance, sumado a algunos alumnos de la Universidad Católica, aunaron fuerzas para la caída del primer gobierno de Carlos Ibáñez Del  Campo).

Gracias a la lealtad de Salvador Allende y, sobre todo, el enorme valor de Clotario Blest, fundador de la Central Única de Trabajadores, (CUT), el movimiento popular se mantuvo unido durante los años previos al triunfo de Allende.

El dogmatismo sectario y de verborrea florida de los movimientos que se autodenominan progresistas sólo ha servido para balcanizar el movimiento popular, y como ocurre actualmente, alejar a los dirigentes aburguesados de la lucha popular.

Estas guerras verbales y el uso excesivo de palabras disonantes e, incluso, insultos, que sólo sirven para dividir y condenar a quien debiera ser su legítimo aliado es, francamente, una sinrazón y un regalo para la derecha: unos acusan a  otros de socialdemócratas, mientras que otros, no muy originales por cierto, de infantilismo revolucionario, (emulando el libro de Lenin, La enfermedad infantil del comunismo), y otros cuantos epítetos.

Una unión táctica con la Democracia Cristiana se hace cada vez más difícil, pues muchos de ellos pasaron a la derecha, (Mariana Aylwin, por ejemplo; otros menos decididos no tienen el valor de reconocerse derechistas). Afortunadamente, aún quedan personas valientes y leales, que es el caso de Yasna Provoste y otros; los demás hablan de camino propio, forma cobarde para disimular su derechismo, (la gente suele olvidar que, por ejemplo, Jorge Burgos siempre ha sido un derechista, y no lo disimula).

La Concertación está muerta, y pienso, también La Nueva Mayoría, y ya pocos discuten si estas combinaciones recurrieron a trampas o bien, a “las buenas intenciones”. “La alegría ya viene” fue un ardid muy útil para que el pueblo no se rebelara contra el neoliberalismo, (tal vez un poco menos salvaje que el implementado en época del gobierno de Pinochet, y el olvido ha salvado a quienes regalaron las empresas del Estado a la derecha política), pero como este paraíso prometido en las campañas no llegaba nunca, nada más fácil que culpar a los rivales de derecha, cuando el general en jefe y “verdadero Presidente” era el mismo Augusto Pinochet, y parte del senado era vitalicio y nominado por Pinochet, y que los buenos proyectos eran paralizados por la derecha y  no sólo porque se habían vendido a ella.

Durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet la Nueva Mayoría fue dueña de ambas Cámaras, pero poco y nada avanzaron en conquistas a favor de la ciudadanía a causa de la mediocridad de los partidos de centro-izquierda.

Como la  generación de partidos que recibió el Chile pos-Pinochet ha demostrado ser incapaz de conducir el cambio, no le queda otro camino que el del fracaso, es decir, el de vetarse y culparse mutuamente: unos militantes de otros partidos acusan al PPD de ser la “wiskizquierda”, o una caterva de lobistas; otros como los socialistas, como una guarida de narcotraficantes; el Frente Amplio, un “jardín infantil” aún, con niños con pataletas  y de carácter variable; en la DC, combos van y vienen, y de tanto “chasconeo” se han quedado sin candidato(a).

En fin, así el progresismo tenga todas las posibilidades de ganar e imponer artículos en la nueva Constitución, por desgracia, la nueva generación de políticos está demostrando un estilo parecido a la precedente, es decir, estar lo más lejos posible del pueblo y demostrar una incapacidad de empatía sin límites, pues “la política es para mí y mis intereses“: se trata de excluir a todo aquel que no piense como uno y no entienda la política como una forma de jugar al Loto.

Como nunca, una generación ha tenido la oportunidad de dictar sus propias reglas de convivencia, pero con vetos y sin unidad poco podrá realizar.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

29/05/2021

 

 

 

 

Historiador y cronista

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  1. Gino Vallega says:

    Apruebo Dignidad no vetó a la sra. Narváez ni al PS , vetó al PPD y Partido Liberal que forman parte de su cortejo y no son ni remotamente de izquierda.

  2. Cómo no entienden los «social demócratas» unidad, única solución para derrotar a la derecha, basta de arrogancias y de querer lograr cargos en los ministerios y organismos públicos, demuestren ahora que están por cambios y no por negocios sucios.

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