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La urgencia de un impuesto a los superricos

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Los superricos de Chile se llegan a enfermar de tanto dinero, bienes y propiedades, propagan la pandemia de la desigualdad y van contagiando paso a paso con el virus que rebrota discriminatorio: están forrados en billetes, que los protegen y los ponen a salvo de cualquier contingencia, cuarentena, fase tal o cual, permisos virtuales para ir o venir, u otras medidas restrictivas.

A los muy minoritarios sectores acaudalados de la sociedad chilena no les alcanzan los efectos brutales del inédito descalabro sanitario y socioeconómico que está aniquilando a la población, sino que continúan impertérritos en su rutina habitual de acumulación de riquezas materiales, patrimonios, redes de influencia y todo tipo de poder.

El reciente informe de la revista Forbes se conoce en momento oportuno, cuando se habla de la aplicación de un impuesto transitorio (2,5%) a los más ricos, cuyas fortunas se elevaron en el último año en un 73% que corresponde a su exclusiva preocupación por seguir abultando sus faltriqueras ya repletas de oro y desprecio por los demás.

La publicación norteamericana indica que el clan Luksic dueño de cuanto quiere – encabezado por la matriarca Iris Fontbona – suma ahora 23.300 millones de dólares, impresionante cifra que nunca antes nadie pudo exhibir en Chile y que lo coloca con holgura entre los 100 mayores multimillonarios del mundo.

En el ranking de Forbes está segundo Julio Ponce Lerou (Soquimich) con 4.100 millones; luego Horst Paulmann (Cencosud) con 3.300 y cuarto aparece Sebastián Piñera, que desde la presidencia de la República se las arregla de alguna manera para ostentar 2.900 millones de dólares, esto es, 300 millones más que el año pasado.

Tales antecedentes se conocieron poco después de un balance de la banca que fijó sus ganancias de enero y febrero últimos en 891 millones de dólares. Ello equivale a un aumento de 30% en relación al mismo periodo de 2020, cuando el virus letal todavía no hacía su ingreso al país y la actividad nacional se desarrollaba en los márgenes previstos.

La primera fila de los ricachones aprovecha la ausencia de un sistema redistributivo y juega por la avaricia asociada a la mezquindad. Otras máquinas tragamonedas que están en su esplendor son las transnacionales que trafican con el cobre, las forestales que ocupan La Araucanía, las AFP y las Isapres que estafan a la gente a la luz del día. A estas empresas les importa un ápice que cada 20 minutos muera una persona o que haya ocho o nueve mil contagios diarios, porque su único norte es su enriquecimiento sin límites.

En esa danza de millones mal habidos no participa el pueblo, a sideral distancia del dinero. Tampoco en los elevados porcentajes monetarios de que disfrutan los poderosos que no resisten ni remotamente la más mínima comparación con el que se suele otorgar a los salarios de los trabajadores y las pensiones de hambre de los jubilados.

Con pandemia, en cuarentena y sin ingresos por la falta de empleos, hay mucha gente que está en sus casas de brazos cruzados, no dispone de la suficiente ayuda estatal y se está comiendo sus propios ahorros previsionales o acudiendo a las ollas comunes que proliferan. Un millón 300 mil clientes no están en condiciones de pagar servicios básicos, como el agua y la luz.

A estas alturas, con un nivel catastrófico de la crisis, y para comenzar la redistribución de la riqueza se hace ineludible el impuesto por una vez a los superricos para dar una mano a quienes lo necesitan con urgencia. En la actualidad hay 300 personas que cuentan en cada caso con 100 millones de dólares o más, y solo les bastará desprenderse de un pelo de la cola para aliviar las penurias de muchos.

Una renta básica universal mientras dure la emergencia es una iniciativa que gana terreno con apoyo parlamentario y gran parte de la comunidad. La idea consiste en el pago periódico de dinero entregado por el Estado a los mayores de edad, sin condiciones o requisitos, y obviamente sin tener que devolverlo más adelante. Hay muchas familias que están al borde del abismo o ya se precipitaron al despeñadero, de donde costará rescatarlas.

Aun con su miopía y sordera que lo advierte cualquiera y lo llegan a percibir organismos internacionales desde el extranjero, Piñera tiene que seguir cediendo ante las presiones populares y admitir la necesidad de dicho tributo que cada día se hace más apremiante. Chile y los chilenos se merecen más que la concentración económica, la desigualdad y la tacañería que marcan a fuego al país.

 

Hugo Alcayaga Brisso

Valparaíso

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