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Chile: Catástrofe o Revolución

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Nos hemos acostumbrado, en la discusión política opositora a Piñera, a aceptar un conjunto de categorías que a fuerza de repetirse han comenzado a cristalizar como conceptos autónomos. Se nos habla del «cambio de ciclo», de que «la clase política no entiende este cambio» o que el propio Piñera «no lo vio venir», que «la calle dice ahora otra cosa» y una interminable retahíla de lugares comunes que se sustentan en la idea de la novedad del momento político, en el cambio de paradigmas y un misterioso sismo epistemológico que habría transformado la crisis política que vivimos —no en el choque de intereses de clase— sino que en la aparición de un nuevo marco conceptual. Ante estos nuevos conceptos la propia idea del socialismo, de un gobierno de trabajadores o de la revolución habrían devenido en obsoletos. No trataremos de anatemizar tales categorías, sino que haremos un esfuerzo por comprenderlas desde una perspectiva de clase.

En cada proceso revolucionario las clases sociales construyen su propio lenguaje y estética, los mismos expresan la fortaleza y debilidades de las clases en pugna. Para los revolucionarios, el análisis de estas formulaciones forma parte del conocimiento de realidad que se pretende transformar y resulta por cierto fundamental para esclarecer la naturaleza y dinámica de las contradicciones de clase que sacuden a la revolución y le dan vida. Esto no para hacer pomposas elaboraciones teóricas, sino que para elaborar el programa, , la teoría que empuje la lucha de los explotados por el poder. El levantamiento popular iniciado el 18 de Octubre en Chile no fue una excepción. La política oficial que día a día exudan los medios es parte sustancial del discurso del poder, burgués, patronal, un discurso uniforme que se orienta a anestesiar el conflicto político abierto y a reconducirlo. Nos detendremos en tres ideas que están presentes de forma regular en la discusión política: el cambio de ciclo, el «no entender» y la voluntad de «la calle».

La concepción de «cambio de ciclo» proviene de la instalación del Consenso de Washington y es parte sustancial del discurso totalitario del neoliberalismo. Con él se pretende significar que la transformación que vemos en la realidad no obedece a un proceso revolucionario en el que se enfrentan explotados y explotadores, sino que al advenimiento de un nuevo orden, multifactorial, particularista, en el que se incorporan crecientemente actores sociales, sensibilidades, territorios e identidades que buscan su expresión autónoma. Para todos los sostenedores de esta categoría lo importante no es resolver tales conflictos en términos de transformación social, sino que «visibilizar» los mismos. Paradójicamente los nuevos conflictos enunciados no demandan más que su incorporación en el debate democrático, satisfaciéndose su identidad con el reconocimiento público. La demanda central de quienes sostienen el «cambio de ciclo» como rasgo definitorio del proceso político que vivimos en Chile se agota en el debate democrático formal.

El nuevo ciclo aludido ya no es una revolución —que se desdeña como algo obsoleto— sino que un nuevo espacio para ejercer la ciudadanía, categoría aristocrática fundante de lo democrático burgués. Este espacio común presente con especial intensidad en la denominación de las organizaciones del Frente Amplio (Comunes, Común, Convergencia) coexiste al orden capitalista, lo legitima y lo sostiene. Los sostenedores del cambio de ciclo, en la realidad material, pretenden sacar el debate político como parte de la revolución social y lo restringen a los términos institucionales de la democracia patronal, de la que son no sus defensores, sino que sus súbditos en términos de clase.

Coherente con lo expuesto, el aludido cambio de ciclo debe ser entendido y tal comprensión fijará los límites de la discusión democrática. Es habitual escuchar que Piñera, que su Gobierno, que la clase política, etc. no entienden lo que ocurre en el país. Que ante el levantamiento popular de Octubre miraron para otro lado, no supieron cómo responder y se quedaron pegados en categorías del pasado. Esta recriminación cognitiva pretende soslayar nuevamente que lo que motoriza la crisis política son abiertos y concretos intereses de clase. La verdad es que los Matte, Luksic, Angelini y cía, los partidos políticos del régimen y el propio Piñera, comprenden perfectamente lo que ocurre en el país. Entienden que —abierto un proceso revolucionario— son sus intereses de clase, de minoría explotadora, los que están en juego y si declararon la guerra al pueblo gasearon, encarcelaron, mutilaron y asesinaron a los luchadores es porque comprendieron perfectamente lo que ocurría en el país. A su turno, los partidos del régimen el 15 de noviembre del 2019 con cabal comprensión de lo que ocurría en el país concurrieron a suscribir el Acuerdo por la Paz, con la explícita finalidad de acabar con las movilizaciones y legitimar el accionar represivo del Estado.

Por lo indicado, cuando en jerga progresista, opositora a Piñera, se sale con la idea de que el régimen no entiende, lo que se hace en la práctica no es sólo legitimar al régimen en su conjunto como interlocutor del proceso, sino que se abre la expectativa democrática de que mediante la persuasión y el diálogo social, los explotadores puedan comprender que explotan y masacran a la mayoría explotada e impresionados por su propia inmoralidad, desistan de su voluntad de clase dominante.

¿A dónde conducen el cambio de ciclo y el reclamo cognitivo? Bien. Conducen naturalmente a otra abstracción impotente: la calle como sujeto social. La calle que llegó para quedarse, que no compra el discurso de la élite y que empoderada se dispone a ejercer sus derechos. Convengamos, esta última idea no es tan mala, pareciera que con ella sus cultores pretenden tomar una posición en la barricada del conflicto social. Pero no da para tanto, porque la calle es un poco más que la opinión pública y un poco menos que la amalgama discursiva de la indignación popular. Es un fenómeno maleable, previsible, episódico y hasta clientelar. Carente de intereses propios, la calle aparece como representación de la impotencia de las masas, de su incapacidad para hablar con voz propia y de gobernar. la calle es un murmullo sordo y sin rostro que servirá para moralizar el debate democrático, pero jamás para reconocer en ella una base para la transformación revolucionaria de la sociedad. La calle hace perder popularidad, pero es incapaz de voltear un Gobierno.

Hemos hecho tan solo una somera revisión. Podríamos seguir con Carlitos Ruiz y con Gabriel Salazar, pero no queremos aburrirlos. El levantamiento popular del 18 de Octubre fue una Revolución, una Revolución protagonizada por la inmensa mayoría trabajadora y parados hoy donde estamos, en pandemia y esperando el desarrollo del calendario electoral, encontraremos una sola lección: es necesaria la enérgica dirección de un partido de los trabajadores.

La clase obrera en Chile se ha sacrificado por la Revolución como ningún otro sector social lo ha hecho. Ha entregado en su historia miles muertos y desparecidos, decenas de miles de torturados y mutilados, miles también de presos políticos. Ha inundado por millones plazas y avenidas. Se ha batido estoicamente frente al aparato militar de las FFEE y del Ejército. Pero también ha sido engañada y pretenden seguir haciéndolo, más que a otros sectores sociales. La burguesía —con sus intelectuales y nuevas organizaciones dentro del régimen— pareciera deslumbrar muchas veces con todos los colores del republicanismo, del radicalismo, del ciudadanismo, para cargar a los trabajadores con las cadenas del capitalismo. Por medio de sus convenciones constitucionales, académicos, intelectuales, abogados y periodistas, la burguesía ha planteado una gran cantidad de fórmulas democráticas, parlamentarias, autonomistas, que no son más que los grilletes con que ata los pies del trabajador e impide su avance.

La clase trabajadora chilena con su heroico levantamiento de Octubre, puso de manifiesto que tiene fuerza de sobra para imponerse frente al régimen patronal. Que los trabajadores tienen coraje y valentía a raudales para imponerse en la calle, que saben organizarse, discutir y plantearse tareas de Gobierno. Porque las asambleas populares y cabildos dejaron en claro que el proceso de movilización arrasó en semanas con el rígido y por lo mismo frágil tinglado político burgués y que amenazados los intereses de la oligarquía, el conjunto de las instituciones del régimen se cuadraron con la represión y el crimen. Porque así como los trabajadores demostraron su vocación revolucionaria, los defensores del régimen en su conjunto: Carabineros, FFAA, tribunales, Ministerio Público, partidos parlamentarios, Piñera y las grandes organizaciones patronales, tienen las manos manchadas con la sangre del pueblo explotado.

La agencia Forbes publicó hace un par de días que durante el último año, las grandes fortunas de Chile, que integra por supuesto Piñera, crecieron en un 70%. Esto mientras en el mismo período también un 70%, pero de la población trabajadora había caído en sus condiciones básicas vida alcanzando el desempleo estructural casi un tercio de la fuerza laboral. Durante este último año el catastrófico manejo sanitario del piñerismo, ha importado más de 30.000 muertos y una curva de contagio diario sobre los 9000 por día que hace prever que ingresamos a la mayor crisis sanitaria de nuestra historia. La crisis por cierto tiene un origen natural, la pandemia es un hecho de la naturaleza, pero las brutales medidas adoptadas son política patronal, decidida en los gabinetes, en La Moneda y enmarcada para preservar los intereses del gran capital. Lo que se hunde ante nuestros ojos es el régimen capitalista, el orden político creado para sostener la propiedad privada de los grandes medios de producción.

Vivimos una profunda crisis social, no en el lenguaje ni en la epistemología, es el hambre de millones, la explotación capitalista el combustible de esta crisis. Crisis que por supuesto aprovechan desde el poder para seguir amasando fortunas, crisis que son oportunidades para las minorías patronales, crisis que ponen al desnudo la incapacidad del régimen capitalista para abordar siquiera las acuciantes necesidades de la mayoría explotada. Esta crisis ha dado origen no a un cambio de ciclo, sino que a un profundo proceso revolucionario que aunque ha remitido en sus signos más elocuentes, no se ha cerrado. No se ha cerrado ni aún con el bombardeo electoral, ni con la miseria inaudita.

Este escenario es el que sólo pueden ocupar los trabajadores movilizados. Un escenario que obliga a superar a las viejas direcciones electoralistas de la izquierda reformista (PS, PC) y a los reformistas pequeñoburgueses de nuevo cuño (Frente Amplio) cuyo único horizonte son las elecciones en que se presentan como alternativa de administración del modelo. Debemos hacernos cargo del escenario electoral, por cierto, darle la espalda a tal fenómeno es hoy un suicidio. Sin embargo, la intervención en tal proceso ha de estar dominada por la necesidad de unificar al activismo que rompe con el reformismo, a la clase trabajadora y a potenciar la movilización en términos de quebrar la institucionalidad.

Esta semana terminó con fuertes rumores de un término anticipado del Gobierno de Piñera. La fuga de Ministros, la crisis con Carabineros y el despelote del Tribunal Constitucional, son elementos que contribuyen a acentuar la debilidad de un Gobierno títere de su propia crisis que se mantiene en pie gracias a los golpes escenificados con el Congreso y la mayoría parlamentaria del Acuerdo. Ni Desbordes apoya a Piñera. Esta precariedad del Gobierno debe ayudar a potenciar el reclamo de Fuera Piñera, dándole al mismo un sentido político más amplio que lo ligue al conjunto de los reclamos populares. Piñera y sus asesinos deben ser sometidos a juicio popular y llevados a la cárcel. La caída revolucionaria de Piñera sólo contribuirá al fortalecimiento de la lucha popular en tanto este reclamo se exprese como Huelga General y una Asamblea Constituyente asentada en los órganos de poder del movimiento. En este sentido el propio desarrollo de la crisis internacional agudizada por la pandemia del COVID-19, plantea la necesidad de articular las movilizaciones de los trabajadores a escala internacional.

Por lo mismo en nada debe preocuparnos qué esperpento ponen en la cartera del Trabajo si es Melero o Marcelo de Cachureos, da lo mismo. Tampoco resultará relevante si el Gobierno puede o no oponerse al tercer retiro de las AFP. La clave acá es no quién gobierna, sino qué clase social y desde qué organizaciones se ejerce el gobierno. Desde las filas de los trabajadores resulta prioritario orientarse a la formulación de instancias unitarias que persigan la movilización y que se hagan cargo de un plan de emergencia que enfrente la catástrofe humanitaria que se cierne sobre nuestra sociedad y a la cual sólo pueden dar respuesta los trabajadores. Porque para acabar con el hambre y la cesantía, para desarrollar de una política sanitaria integral, es necesario un Gobierno de Trabajadores. Este es el único Gobierno de Emergencia posible. Ni Jiles, ni Jadue, ni ninguna de las fórmulas electorales que se digitan desde el poder y el Acuerdo, serán capaces de hacerse cargo de las urgentes tareas democráticas y sociales que supone enfrentar la crisis en la que se hunde el país.

 

Por Gustavo Burgos

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  1. Buena columna. Esta cita correcta…:

    “Coherente con lo expuesto, el aludido cambio de ciclo debe ser entendido y tal comprensión fijará los límites de la discusión democrática. Es habitual escuchar que Piñera, que su Gobierno, que la clase política, etc. no entienden lo que ocurre en el país. Que ante el levantamiento popular de Octubre miraron para otro lado, no supieron cómo responder y se quedaron pegados en categorías del pasado. Esta recriminación cognitiva pretende soslayar nuevamente que lo que motoriza la crisis política son abiertos y concretos intereses de clase. La verdad es que los Matte, Luksic, Angelini y cía, los partidos políticos del régimen y el propio Piñera, comprenden perfectamente lo que ocurre en el país. Entienden que —abierto un proceso revolucionario— son sus intereses de clase, de minoría explotadora, los que están en juego y si declararon la guerra al pueblo gasearon, encarcelaron, mutilaron y asesinaron a los luchadores es porque comprendieron perfectamente lo que ocurría en el país”

    …Me recuerda la crítica que debió hacérsele al Allende de 1945:

    “Hay que crear una democracia activa.

    Se me ocurre expresarles a los señores Senadores que ha llegado el momento de tornar democrática la democracia, es decir, poner los órganos y los resortes jurídicos indicativos de la organización democrática, en función social y con sentido social.

    Y la producción, el crédito, que la sanidad, educación, que la economía, que el confort puedan estar al servicio de todo hombre emprendedor y honesto; [] el fomento de la producción agrícola e industrial, minera tengan un carácter social, esto es, que no sirva sólo para hacer más rico al patrón, más ganancioso al intermediario o más favorecido al círculo de la clase dirigente: no, que el auge de beneficios equitativos también alcance al obrero, al trabajador, al hombre humilde que arrienda su fuerza de trabajo calificado, que es más precioso que el dinero. El capital humano debe, por lo menos, estar en pie de equivalencia al capital monetario en esta etapa de transición que ha comenzado a vivir el mundo. Esto es menester decirlo con frecuencia, para dominar la indiferencia del capitalista y reeducar al patrón soberbio y avaro.”
    (El destino de la juventud chilena, discurso de Salvador Allende en el parlamento, nov 1945, Espartaco n1, marzo-abril 1947)
    También es correcto este pasaje…:
    “Pero no da para tanto, porque la calle es un poco más que la opinión pública y un poco menos que la amalgama discursiva de la indignación popular. Es un fenómeno maleable, previsible, episódico y hasta clientelar. Carente de intereses propios, la calle aparece como representación de la impotencia de las masas, de su incapacidad para hablar con voz propia y de gobernar. La calle es un murmullo sordo y sin rostro que servirá para moralizar el debate democrático, pero jamás para reconocer en ella una base para la transformación revolucionaria de la sociedad. La calle hace perder popularidad, pero es incapaz de voltear un Gobierno.”

    …El cual me recuerda que no por nada el ampuerismo (supuesto recuperador revolucionario del PS entre 1946-1948), denominó La Calle (1949-1953) al órgano que levantó como nueva esperanza nacional y popular al ex dictador Carlos Ibáñez del Campo en 1951-1952, el cual había sido apoyado en su pre candidatura en 1937-1938 por fuerzas declaradamente nazis. Vaya concreción de la República Democcrática de Trabajadores del Eugenio González de noviembre de 1947, el cual aún seguía en la dirección del en ese tiempo PSP!

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