Se puede entender que allí donde reina la miseria, la desocupación y otras lacras al país le cueste acatar las medidas sanitarias derivadas de la pandemia. Para todos los que viven o sobreviven con un salario o un trabajo ocasional debe ser muy difícil confinarse voluntariamente en sus hogares, sobre todo cuando lo que hay en sus casas y barrios es hacinamiento y el Estado demuestra tanta insensibilidad en salir al rescate de los más pobres y desamparados. En estos casos se comprende que la gente se resista a los estrictos controles impuestos por autoridades que ya no tienen percepción alguna con el drama vivido por cientos de miles o millones de hogares chilenos.

Por algo, la pandemia ha dejado al desnudo una precaria realidad socio económica, contradiciendo décadas de mentiras en las cifras oficiales y sanitarias. Se trataba nada más que de un gran embuste: nuestra realidad era en muchos casos peor a la de otras naciones del Continente y, por supuesto, tampoco existía un sistema adecuado de atención en el ámbito de la salud. Otra impostura que mucho nos hizo presumir, también, en relación a nuestros vecinos.

Lo que ha quedado más que claro es la forma holgada y dispendiosa que vive un porcentaje de la población. La situación de aquellos barrios pudientes y bien dotados por sus solvente municipalidades. La desvergonzada forma de vida de un sector de la población que en todos estos meses viene resistiéndose a acatar las disposiciones sanitarias, las restricciones de movimiento y aquellas más repugnantes prácticas para consumar su ocio, lo que se representan tan bien en aquellas clandestinas carrera de autos lujosos que, además de violar flagrantemente las disposiciones del tránsito, ocasionan  a diario severos accidentes que afectan fatalmente a transeúntes que nada se relacionan con esta repugnante actividad, todavía  más fea en los tiempos de emergencia que viven el país y el mundo.

Todos los días  la televisión abierta nos deja constancia de las festividades y jolgorios  que se realizan cotidianamente en los barrios y balnearios más exclusivos, donde por doquier se descubren focos de Coronavirus, además de violar flagrantemente los estados de emergencia y el toque de queda. Las fiestas de manifestaron, primero, en Cachagua, Zapallar y otros enclaves exclusivos, para luego asentarse en Las Condes, Vitacura, Providencia y otros municipios capitalinos que tienen como ediles a connotadas figuras de la Derecha, todos ellos en plena competencia para reelegirse o aspirar, ahora,  a La Moneda.

Qué justo sería que estos infractores cuyos delitos poco a poco se archivan por los jueces y tribunales fueran penalizados donde más les duele. Es decir, con altas multas y expropiaciones a las propiedades donde cometen indebido uso.




Asimismo, también en los lujosos balnearios lacustres, ha podido recién descubrirse la existencia de suntuosas propiedades con sus títulos de propiedad irregulares y por largo tiempo evadiendo impuestos, gracias a haber sido asignados por políticos regionales en beneficio de artistas, deportistas y empresarios inescrupulosos y acostumbrado a operar en la más completa impunidad. Los mismos que después exigen justicia cuando sus terrenos arrebatados a las pertenencias mapuches son asaltados y  arrasados por las llamas.

Los contrastes se han hecho escandalosos entre la miseria y la ostentación. Por algo, en plena crisis las utilidades bancarias han seguido creciendo y no cesan las importaciones suntuarias, de los autos “de marca” y otros suntuarios. Ni así, nuestra clase política en más de un año ha convenido un impuesto  a la extrema riqueza  y a las utilidades de aquellas empresas que en el pasado fueron de propiedad de todos los chilenos, y cuyos recursos podrían hoy aliviar considerablemente el drama social. Crear oportunidades de trabajo y subsidios para paliar las más urgentes demandas de la población, antes que la delincuencia se haga más incontrolable y termine por corromper completamente a policías y militares.

Sabemos que hoy provoca escándalo llamar a la desobediencia social, pero estimamos que éste será el corolario obligado de la tensa situación que vivimos. Estamos ciertos, por lo mismo, que Piñera y sus cómplices están abusando de la paciencia popular a la espera de terminar su período presidencial. El que no habría concluido, ciertamente, sin pandemia y luego de la enorme explosión social  de fines del 2019 o sin acometer las más las más criminales violaciones de los Derechos Humanos con el consentimiento hipócrita de sus aparentes y rabiosos opositores. Los que en estos días urden postergaciones a los procesos electorales ya programados, en el temor de ser todavía más castigados por el pueblo. La pandemia sigue aliada del Gobierno, hasta que la paciencia social termine por agotarse.

Lo que ahora será más temprano que tarde. Sabedores que la rebelión toma tiempo, pero llega a ser inevitable ante tantos abusos.

 

Por Juan Pablo Cárdenas S.

 



El Clarín de Chile

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