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Telescopio: ¿Quién ha fijado la agenda?

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La distancia geográfica a veces permite ver con gran claridad cosas que, me parece, muchos en el medio de los acontecimientos no alcanzan a constatar. Así es como se puede ver que, faltando menos de un mes para el histórico voto que debe elegir a quienes redacten la nueva constitución, el tema que parece cautivar a todos de un modo transversal, es el futuro de una estatua ubicada en lo que ha sido el centro neurálgico de las protestas y el estallido social iniciado hace ya más de un año. De manera inexplicable, los titulares de los medios y para qué decir las redes sociales, en lugar de debatir las propuestas para el nuevo texto constitucional, se han llenado de declaraciones sobre si los ataques a la estatua de general Baquedano han sido un acto anti-patriótico e incluso anti-chileno como la calificó el ejército, o si por el contrario, una justa movida contra la memoria de un hombre que habría sido de “trigos no muy limpios”.

Esta extraña confusión de prioridades por cierto tampoco es nueva. La pregunta que hay que hacerse, es a quién favorece esta estrategia mediática que centra su atención en la figura de un hombre muerto hace ya más de ciento veinte años, en lugar del tema constitucional. Evidentemente la respuesta es que la que gana con este debate no es otra que la derecha. La verdad es que tampoco debe extrañar. Hay que decir que hay toda una trayectoria de errores tácticos y estratégicos en que los sectores de centro-izquierda incurrieron desde un comienzo. El resultado de la negociación con la derecha y el gobierno, que condujo al llamado Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución en noviembre de 2019, fue mucho más favorable a la derecha que a los sectores que quieren el cambio de constitución: convención constitucional en lugar de asamblea constituyente, limitación de atribuciones al nuevo cuerpo, un quorum que en los hechos le daría poder de veto a la derecha. En fin, uno no sabe si los negociadores del lado de las fuerzas progresistas estaban atemorizados por los rumores de un posible golpe de estado, si sencillamente fueron incompetentes y menos hábiles que su contraparte derechista, si actuaron de mala fe y le dieron las espaldas al movimiento social que en ese momento llenaba las calles, o si—como en esos exámenes de preguntas múltiples—la opción “todas son correctas” es la que hay que marcar. En cualquier caso, a esta altura del partido ya ese episodio parece irrelevante.

A menos de un mes de la elección de convencionales, parece haber más gente escudriñando en la vida de Baquedano que pensando o ideando proyectos constitucionales. Un escenario que me recuerda a las llamadas discusiones bizantinas. Para los que no conozcan el concepto, su origen se remonta a los tiempos del Imperio Romano de Oriente (Bizancio), específicamente al siglo 15 cuando la entonces Constantinopla estaba amenazada por el Imperio Turco Otomano. Mientras las tropas enemigas avanzaban sobre la ciudad, el tema que acaparaba la atención de los ciudadanos bizantinos era uno de las tantas cuestiones teológicas de la época: el sexo de los ángeles.

No muy diferente de ese debate, nuestros propios émulos de Bizancio discuten sobre si Baquedano en realidad fue un implacable y cruel masacrador de mapuches durante la invasión de la Araucanía en el siglo 19, en la cual fue uno de los oficiales a cargo, o si por otro lado hay que resaltar su lado heroico, como eficaz comandante de las fuerzas chilenas durante la Guerra del Pacífico, que permitió un rápido avance de esas tropas hasta ocupar Lima. Según como se incline este singular combate retórico, la ahora removida estatua del cuestionado general volverá a su sitio (cosa muy improbable ya que requeriría poco menos que un resguardo de 24 horas) o se reubicará en un sitio más discreto y fuera de futuros ataques (siendo una figura militar, quizás su mejor lugar sería al interior de la Escuela Militar o enfrente de los edificios del ejército en los alrededores del Parque O’Higgins).




Lo central, sin embargo, es que centrarse en el debate sobre Baquedano cuando hay temas de una urgencia muy superior, nada menos que la futura constitución, ha sido posiblemente la más hábil de las trampas que la derecha puso en este momento político. Por mi parte, hasta me asaltan dudas sobre el accionar que le dio en bandeja esta oportunidad a la derecha. Después de todo, nunca he tenido mucha confianza en la claridad ideológica, ni mucho menos en las reales intenciones, de algunos de esos jovencitos que parecían más interesados en derribar la estatua de Baquedano que en derribar las bases del sistema neoliberal (qué decir del sistema capitalista). Sin duda algo que da que pensar, considerando las muchas denuncias de infiltración policial usando a tipos del lumpen para algunas de esas “tareas sucias”.

No obstante mis aprensiones, espero que en los próximo días se pueda rectificar y se ponga el acento sobre los proyectos constitucionales y una estrategia eficaz que pueda contrarrestar los recursos y el trabajo que hasta ahora—admitámoslo—la derecha ha hecho de mejor forma. Hay que dejar de lado esa obsesión con estatuas y otras instalaciones públicas (después de todo, si se quisiera hacer una efectiva razzia basada en la historia, los próximos monumentos que habría que derribar serían los de Bernardo O’Higgins, que mandó asesinar a Manuel Rodríguez—en un estilo que inspiraría más de un siglo después a Pinochet—y que del mismo modo fue instrumental en el fusilamiento de los hermanos Carrera). Definitivamente hay que ordenarse y poner las reales prioridades en la agenda, dejemos de lado las preocupaciones sobre el futuro de Baquedano y su caballo, tampoco es necesario hacer un plebiscito sobre si se quiere o no al monumento de vuelta en la plaza, las consultas ciudadanas deben ser sobre temas más importantes. El futuro de la plaza debe ser una decisión municipal (personalmente me inclino por mantener o más bien dicho, rehacer la rotonda, y en su centro poner simplemente una gran fuente de agua, con sistema de iluminación similar a la que alguna vez existió enfrente de la Plaza Bulnes. A ver si, de paso, volvemos a pensar también en la estética de la ciudad, tan vapuleada este último tiempo).

En cuanto a la agenda de las demandas populares, no la sigamos dejando de lado y pensemos la constitución que queremos (si es que la derecha no nos apabulla en la Convención Constitucional).

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 



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