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¿Dónde está la diferencia?

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Obligados a mantenernos en rigurosa cuarentena, camino a la centena, cualquiera se dedica a recordar el pasado. El encierro, cuando es voluntario, se puede destinar a escribir, pintar un cuadro o realizar una composición musical. Quien no es artista, escucha música, lee, lava platos, hace la cama o se tiende en ella, a mirar el cielo de la pieza. Repara la gotera del baño y cambia las pilas a los controles remotos. Habla por celular, aunque sólo sea una conversación anodina y ve TV, pero sabe que si escucha las noticias, enfrenta mentiras. Desde luego, hay intimidades, que por ser intimidades, las vamos a soslayar. Usted está en libertad de elegir. La creación, aun cuando seduce nuestra vida, tiene algo de exigencia que bien podría ser llamada, renunciar en algo a la libertad. El concepto de libertad, entendido como la facultad natural que tenemos de obrar de una manera u otra o de quedarse de brazos cruzados, nos marca desde el instante mismo al nacer.

Vivir en sociedad obliga a renunciar en algún sentido a nuestra libertad, por la cual se lucha a diario, pero siempre se logran migajas. Desde los inicios de lo que entendemos por civilización, el ser humano se organiza para vivir en sociedad, bajo diferentes formas. En cualquiera de estas fases, la libertad siempre estuvo y se encuentra restringida. Han caído imperios, desaparecido civilizaciones, se han hundido continentes y el concepto de libertad, se mantiene como panacea. El ser humano, no puede emprender el vuelo igual a un ave y viajar como los halcones, gansos y golondrinas, que emigran de un continente a otro, buscando donde criar y escapar de la adversidad del clima. Vivimos como los árboles, sujetos a la tierra, sin embargo, ellos lanzan sus semillas al viento, para reproducirse y extienden sus ramas, empeñados en protegerse.

Las dictaduras, sean políticas, ideológicas, de grupos religiosos o económicos, saben cómo privilegiar las bondades del sistema que aplican. Se apresuran a manifestar que la naturaleza o Dios, nos imponen castigos, debido a nuestra soberbia. Que la economía está al servicio del hombre, bajo ciertas normas y leyes, que deben respetarse. Que si hay ricos, los pobres han de entender que si quieren salir de su pobreza, y llegar a ser ricos, es necesario trabajar de sol a sol. Que nada es gratis en la vida, donde el sacrificio diario, unido a la moderación, el respeto a la propiedad privada y las privaciones, contribuye a la existencia de las sociedades.

Quienes tienen helicópteros, porque se lo ganaron con el sudor de su frente, viajan a la playa o al lago de su predilección, lugares donde son dueños del litoral. Si se aburren de tanto analizar los vaivenes de la bolsa, concurren al club de golf después  de haber andado a caballo en un club de equitación, para superar el surmenaje. Aburrirse no debe hallarse en sus objetivos. El propósito apunta a superar la crisis de pandemia y pensar de cómo hacer negocios en medio de la turbulencia, pues en esta época, es donde se levantan las grandes fortunas.




Si las empresas en este período han tenido que acogerse a beneficios legales, debido a la merma de su actual gestión y aun así han obtenido utilidades, merecen sus accionistas ser gratificados. En tal caso, deben ser premiados con suculentos retiros, para retribuir su visión empresarial. De lo contrario, sería una arbitrariedad no reconocer su mayúsculo esfuerzo, la valentía demostrada en invertir en el mercado, donde siempre acecha la incertidumbre. Ellos arriesgan el capital, el prestigio, el apellido y patrimonio; en cambio sus trabajadores, no arriesgan nada, ni siquiera el apellido. Ahora, si quedan cesantes y si de verdad aman al país y sus instituciones, deben esperar en diciembre de 2021, la visita del Viejito Pascuero.

 

Por Walter Garib

 



Escritor

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