La fragilidad del pueblo ante los poderosos
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De repente en el verano Chile se dio cuenta – no por primera vez – del tremendo error que es mantener los servicios básicos esenciales en manos de mega empresas y gigantes transnacionales cuyo único afán es lucrar sin límites y multiplicar sus utilidades en desmedro de la población desprotegida: no puede haber un minuto más sin energía eléctrica y agua potable en las casas de las familias modestas.
Este país que vive en emergencia permanente, en que las calamidades se suceden una tras otra y los desastres previstos o imprevistos son pan de cada día, pareciera querer semejarse a las llamadas “siete plagas de Egipto” con la diferencia de que aquí la autoridad observa todo con tal desidía que da la impresión que le importara un ápice los muchos dañados, los que se van empobreciendo y los nuevos y más damnificados.
Salta a la vista la fragilidad de la población chilena supeditada a los intereses de los poderosos: en este Chile privatizado por el modelo neoliberal en que se privilegian los negocios por sobre las necesidades de la gente, el Estado se halla cada vez más débil e invisibilizado, no está cumpliendo sus funciones fundamentales y se limita a dejar al pueblo entregado a su propia suerte.
Es impresentable lo ocurrido con los hechos asociados al primer sistema frontal del año traducido en lluvias por un corto lapso, lo que significó la interrupción de suministros vitales, como la luz y el agua, por la imprevisión de las empresas a cargo. La mantención de los servicios y la ejecución de los trabajos pertinentes en forma oportuna habrían evitado tales emergencias, pero en la zona centro sur hubo ocho regiones que quedaron en las sombras y en algunas comunas el problema se mantiene hasta ahora intermitentemente.
Aun en los meses veraniegos por precaución y seguridad de miles y miles de familias lo conveniente es anticiparse a los acontecimientos. Lloviendo, de noche, en la oscuridad, fue una experiencia aterradora principalmente para los enfermos electrodependientes y para los incontables hombres y mujeres que en medio de su angustia debieron ser evacuados desde campamentos de tránsito ante el temor de desprendimiento de tierras o aluviones que suelen producirse en situaciones climáticas adversas.
Sin duda es difícil hacer frente al cambio climático y a las inclemencias de la naturaleza, pero no lo es tanto adelantarse a tiempo. Ello no es considerado por las grandes corporaciones empresariales que han asumido un papel que no les corresponde, de facto, sin que la ciudadanía lo requiriera, lo que les permite cobrar tarifas abusivas que no se compadecen con los servicios irregulares que prestan.
A estas alturas es necesario volver a poner a la cabeza a un Estado fuerte y resolutivo que asuma en propiedad su rol rector y no rehúya sus responsabilidades. Es su deber organizar un sistema público preventivo que signifique una protección integral a la población precarizada, que vive continuamente con luz roja y en alerta ante los desastres de todo tipo que suelen presentarse.
Resulta ilógico mantener en pie los mismos arbitrios de la dictadura, en que se deja todo a criterio y bajo control de intereses económicos que buscan el enriquecimiento fácil sin reparar en lo que suceda a los demás. Desde hoy se imponen medidas preventivas que al menos permitan aminorar el impacto de nuevos sistemas frontales en los meses del otoño y el invierno que se aproximan.
Nada puede esperarse del actual gobierno, salvo que algún ministro, con todo respeto, “llame la atención” a los ejecutivos ricachones responsables sin llegar a sanciones de ningún tipo porque son parte de los privilegiados del sistema. Si tienen buena voluntad accederán a otorgar a los afectados alguna mínima compensación, y a dar vuelta la página, como ha ocurrido antes.
Con explicaciones que no sirven, indemnizaciones que son la nada misma y disculpas equivalentes a una burla, la imprevisión que puso en riesgo la vida, la salud y el bienestar de innumerables compatriotas cuya única culpa es carecer de recursos y tener que vivir bajo la línea de la pobreza, no puede volver a repetirse.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso