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Francisco y el arte callejero

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Francisco fue asesinado por el delito de estar practicando el arte callejero en la apacible localidad de Panguipulli, donde con certeza, todos sus habitantes se conocen.

No creo que haya otro país, donde un policía pueda disparar seis proyectiles a un artista callejero, por negarse a entregar su cédula de identidad. Más aún, cuando este le advirtió que carecía de ella, pero les gritó dándoles a conocer su número. Se supone que carabineros está adiestrado para detener a alguien que no está cometiendo delito alguno, aun cuando exhiba o los amenace, con machetes de utilería empleados en su oficio de malabarista.

El arte callejero es hoy una actividad extendida a todo el mundo. Fue creciendo en la medida que se profundizó el excluyente modelo económico neoliberal, virus extendido a casi todo el mundo con efectos tan nocivos como la Pandemia, y que lanza a la cesantía a millones de personas.

Durante la Edad Media, surgieron los juglares, personajes que se ganaban la vida, cantando en iglesias o en los castillos de grandes señores, así como en plazas públicas, donde exhibían su destreza para la danza, el canto, la poesía, juegos malabaristas, o tañendo instrumentos primitivos, a fin de repartir la alegría entre los ciudadanos comunes.

Antes en Chile, solíamos tener en la calle sólo organilleros, normalmente personas de edad avanzada, que nos alegraban de vez en cuando con melodías como Si Adelita se fuera con otro. Practicaban su oficio acompañados de un lorito, adiestrado para elegir un papelillo conteniendo la suerte que nos aguardaba en el futuro próximo, y que depositaba en nuestras manos, tras pagar un par de monedas. Los organilleros o chinchineros, ejercían su oficio rodeados del respeto y el afecto generalizado de la población.

Hoy se multiplican malabaristas, cantores o conjuntos musicales, establecidos en cada esquina estratégica de las ciudades, o en las estaciones o vagones del metro. Es una opción legítima y honrada de ganarse la vida. No le hacen daño a nadie. Algunas y algunos exhiben una destreza notable. En los segundos que transcurren entre una luz roja y otra, suelen asombrarnos con su talento. Arriesgan su vida constantemente, mientras serpentean entre los autos, solicitando una remuneración por el espectáculo express que llevan a cabo.

Tampoco conozco ningún país donde manifestantes pacíficos hayan sido reprimidos por la policía con balines dirigidos a la cara.  Al menos 230 personas, sufrieron heridas oculares durante las protestas efectuadas en Chile a fines de 2019, originadas por impactos con balas de goma y perdigones. Cinco perdieron la vista para siempre, entre ellos Gustavo Gatica, que no ha dejado de manifestarse hasta el día de hoy, con una dignidad que nos sorprende.

París ha conocido multitudinarias manifestaciones de los llamados chalecos amarillos y ningún medio ha informado de consecuencias criminales, como las que se han hecho una práctica en nuestro país.

Piñera se declaró en guerra contra lo que califica un enemigo feroz y poderoso. Ha sido incapaz de reconocer la magnitud de las manifestaciones pacíficas que reunieron 1.200.000 chilenos en Santiago a fines de 2019 y otro tanto en el resto del país, en demanda de un cambio sustancial del modelo económico social vigente. Su única respuesta es la represión. En plena pandemia, ha invertido decenas de millones de dólares en importar modernas versiones de zorrillos y guanacos. Acorazó a las fuerzas especiales de carabineros con trajes blindados de última generación y ahora acaba de formalizar la compra de nuevos misiles balísticos destinados a la Armada.

El asesinato de Francisco Martínez Romero, desató la ira a lo largo de todo el país. En Panguipulli, fueron reducidas a cenizas la Municipalidad y otras dependencias. Buses, casetas de vigilancia y otros mobiliarios urbanos, fueron destruidos o incendiados en varias ciudades. Se trata de una reacción masiva, análoga a la experimentada en Estados Unidos, tras la horrible muerte del ciudadano negro George Floyd.

Por una circunstancia increíble, ocurre que Francisco, el malabarista recién asesinado en Panguipulli, era tío de Antoni, el muchacho que tiempo atrás fue arrojado a las aguas del río Mapocho, por las mismas fuerzas especiales de carabineros. Ambos nacieron y se criaron en Bajos de Mena, zona situada en el área sur de la comuna de Puente Alto.

Bajos de Mena es un auténtico gueto, donde el Serviu Metropolitano concentró en un área de 600 hectáreas, 49 conjuntos habitacionales que suman 25.000 viviendas con alrededor de 120.000 habitantes, desprovistas de equipamientos educacionales, de salud, de espacios libres o esparcimiento.

Antes de su poblamiento, Bajos de Mena funcionó como un basural informal y también como un vertedero de escombros, lo cual derivó en un bajísimo costo del terreno, situación aprovechada por grandes empresas constructoras, para destinarlo a la construcción de conjuntos de vivienda social. La dictadura inició su desarrollo a fines de los años 70, erradicando allí a familias residentes en los campamentos ubicados en los barrios altos de la capital.

Durante los primeros gobiernos de la Concertación hasta el año 2004, se intensificó el poblamiento del sector, con numerosos conjuntos habitacionales proyectados mediante la modalidad del Block de tres pisos de altura y escaleras exteriores cruzadas, que yo califico como arquitectura penitenciaria, conteniendo departamentos con superficies inferiores a 40 m2.

El ex ministro de Salud, Jaime Mañalich, confesó que desconocía los altos índices de pobreza y hacinamientos existentes en el país. Es una declaración inaceptable en un Ministro de Estado. Casi un insulto.

No es casualidad que la comuna de Puente Alto siga acusando los más altos índices de contagio del virus en la Región Metropolitana. El hacinamiento de la población hace imposible la distancia social, recomendación fundamental de las autoridades sanitarias.

Bajos de Mena es el lugar donde vive Antoni y donde vivió Francisco, antes de buscar una mejor opción de vida en Panguipulli. Hasta allí viajó su hermana, a fin de traer de regreso la urna conteniendo sus restos, con el objeto de ser velado junto a ex amigos y parientes. Al llegar el féretro, lo esperaban cientos de jóvenes humildes, que montaron globos, lienzos y carteles de factura modesta, expresando su rabia y también la solidaridad con la familia.

La policía no respetó el duelo e intentó reprimir las manifestaciones envileciendo el aire con sus pestilentes bombas lacrimógenas. Fue en vano. Miles de personas concurrieron de todas maneras a testimoniar su apoyo a la hermana de Francisco, entre otros Roberto Márquez, conductor del conjunto musical Illapu, que interpretó algunas canciones en homenaje a su colega, el artista callejero Francisco Martínez Romero.

La historia nos enseña que crímenes semejantes no quedan impunes. Durante la guerra civil española, aviones alemanes Stukas, practicaron un arma de guerra desconocida hasta entonces: bombas aéreas, que descargaron sobre una pequeña ciudad: Guernica, masacrando una población indefensa. El pintor Pablo Picasso, pintó un cuadro de enorme dramatismo, ilustrando dicho episodio. El cuadro es hoy disputado por los más insignes Museos de Arte del mundo, y se ha reproducido en millones de copias, que cuelgan en numerosos hogares repartidos por el mundo, contribuyendo de esta manera a hacer conciencia sobre las graves consecuencias de una guerra.

Por su parte, Pablo Neruda, estremecido por el mismo conflicto, escribió un poema titulado España en el Corazón, en uno de cuyos versos califica a los autores de tantas acciones criminales como Chacales que el Chacal rechazaría.

            Querido Francisco, modesto ciudadano de un país que te cerró todas las opciones del derecho a una vida normal: tendrás un lugar en el panteón destinado a los ilustres cultores del Teatro Callejero, junto a   Andrés Pérez, creativo autor de la inolvidable Negra Esther.

Nos acompañarás en las próximas acciones, destinadas a construir un nuevo texto Constitucional que garantice a todos los chilenos, el derecho a una vivienda adecuada, así como el derecho a una salud y educación públicas de calidad, además del derecho a una pensión justa, al descanso y la belleza. En resumidas cuentas, el derecho a la dignidad.

 

Miguel Lawner, con la colaboración de Lucho Vera.

 

 

08.02.2021.

Con la colaboración de Lucho Vera

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