Crónicas de un país anormal Textos destacados

Juan Guzmán Tapia: Nada menos que todo un hombre

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 40 segundos

La justicia durante el período de la dictadura tuvo una actuación despreciable, y como todo en Chile, los crímenes de Estado, perpetrados por la dictadura, la mayoría quedó en la impunidad. (Un juez de la Corte Suprema se atrevió a decir que “lo tenía curco el tema de los desaparecidos”, ante la petición de los innumerables recursos de amparo en plena dictadura). Los pocos jueces valientes y honrados que se atrevieron a la contradecir a esta banda de secuaces de la dictadura que, incluso, preguntaban a la DINA antes de fallar un recurso de amparo que, generalmente, lo negaban con la consecuente complicidad en la tortura y muerte de tantos chilenos y chilenas.

La historia de la Corte Suprema, en general, no ha sido muy gloriosa, y ha favorecido a los gobiernos de turno, (quizás, la única vez que ese Organismo se atrevió a contradecir al poder ejecutivo fue durante el gobierno de Ibáñez, cuando el juez Horacio Hevia osó aceptar el recurso de amparo de algunos políticos famosos, hecho que le costó su inmediata remoción). En la época parlamentaria los cargos se repartían entre los partidos políticos en el poder, y el principal ganador de esta “lotería” era el Partido Socialista Democrático, seguidor de Balmaceda que, al igual que el actual Partido Socialista, el poder lo había corrompido. (Cuenta el cronista Edwards Bello que un famoso tugurio estaba presidido por el retrato de Balmaceda, como hoy podría ser con el de Allende, un homenaje que el vicio rinde a la virtud, ´es decir, hipocresía´).

Jueces valientes, como Carlos Cerda y José Cánovas Robles, y otros pocos, tuvieron que sufrir la persecución, incluso de sus propios compañeros, por el hecho de cumplir el deber de Juez de la República, (Carlos Cerda, por ejemplo, fue clasificado como el último de la lista de méritos a fin de pretender su expulsión del poder judicial).

Muchos de los políticos traidores de la Concertación se convirtieron en protectores incondicionales de Augusto Pinochet y de su familia: se negaron a aprobar, por ejemplo, la acusación constitucional contra el entonces senador vitalicio, Pinochet. En la época en que el Partido Comunista presentó varias querellas contra senador Pinochet, justo fue decretada su prisión, cuando se encontraba en una Clínica, en Londres, solicitada por español, Baltasar Garzón. El Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el ministro José Miguel Insulza iniciaron la petición de extradición del tirano Pinochet, con la promesa de que sería juzgado en Chile “con todo “el rigor de la ley” – suelen decir los mentirosos -.

Cuando los tribunales ingleses lo tenían listo para extraditar a Pinochet a España, para que muriera en la cárcel, como lo merecía, este par traidores, presionaron al Ministro del Interior inglés, para que lo enviara a Chile en calidad de enfermo terminal.

En la querella de los abogados comunistas Gutiérrez y Contreras pudo conseguirse que el senador vitalicio fuera desaforado, y un juez, hasta entonces desconocido, Juan Guzmán Tapia, (hijo del gran poeta Juan Guzmán Cruchaga), de quien se decía era derecha, inició seriamente su trabajo de juez, descubriendo los horrendos crímenes de lesa humanidad, cometidos por el Estado, perpetrados durante la dictadura de Pinochet, y como el juez Guzmán era decente, (a diferencia de “la canalla”, que ocupa los más altos cargos del Estado), tuvo la valentía de entrevistar, cara a cara, al sátrapa, y como era una persona inteligente y justa, captó que su interlocutor no sólo era escaso de cacumen, sino que también un “macuco”, (término que en Chile se emplea para designar a los pillos), muy hábil para responder al interrogatorio del juez Guzmán, es decir, de salud se consideraba en plenas facultades mentales e intelectuales.

La Corte suprema chilena, para vergüenza de este país, lo declaró demente, y cuando se intentó juzgarlo por los delitos cometidos por “la operación Cóndor”, la Corte de Apelaciones consideró que el dictamen de la Corte Suprema era aplicable a todos los delitos en que el acusado tuviera que comparecer ante la justicia. (al final, al igual que el dictador Francisco Franco, el cerdo murió en su cama, bajo los mejores cuidados).

Afortunadamente, en Chile, un país bastante miserable moralmente, y en el cual la política ha servido para escalar el poder y hacerse rico, ha habido hombres dignos y probos, de la talla del Juez Juan Guzmán Tapia, quien supo honrar la función de Juez de la República. Ahora, que acaba de fallecer, permanecerá en el recuerdo como el personaje de la novela de Miguel de Unamuno, Nada menos que todo un hombre.

Y para los políticos traidores de la Concertación de Partidos por la Democracia encontramos plausible que se les encare la defensa que hicieron al tirano, que corresponde a todo lo contrario de la palabra decencia.

Rafael Luis Gumucio Rivas, (El Viejo)

23/01/2021

Historiador y cronista

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *