Del derecho a la vida al negocio de las vacunas
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En todas las Constituciones el derecho a la vida es puramente una manifestación de buenos deseos. En la democracia dominada por los banqueros y los grandes empresarios la vida está asegurada para los ricos, pero es corta, vulnerable y nula para la mayoría de la población.
Durante la peste bubónica el ser rico y, además, propietario de un lugar de recreo en los Montes Apeninos, por ejemplo, aseguraba la vida de quien podía alejarse de los focos de contagio. La principal obra literaria de la época, El Decamerón, (conjunto de historias de índole fuertemente erótica, y narrada por jóvenes acomodados, que huyeron que huyeron a la montaña).
Mientras los curas se negaban a auxiliar espiritualmente a los moribundos, en Avignon el Papa Calixto V, siguiendo el consejo de su médico de cabecera, hizo colocar dos grandes braseros cerca al trono pontificio y, de esta manera, logró salvarse de la peste.
Los siervos morían sin apelación, olvidados de Dios y de los hombres y muchos de ellos buscaban refugio en la flagelación para aplacar la ira de Dios. La peste bubónica exterminó a un tercio de la población europea lo cual, como consecuencia, trajo la falta de mano de obra y, lógicamente, ya no era fácil encontrar siervos de la gleba, y el precio del trabajo de los que quedaban era caro y escaso.
Antes de la peste bubónica hubo dos años de invierno continuo y, posterior a la peste, vinieron las rebeliones llamadas las “Jacqueries”, (nombre de Jacques Bonhomme, jefe de una de estas rebeliones campesinas). Por ese entonces comenzó a ponerse en duda que todos los hombres eran iguales a los ojos de Dios.
La peste actual, la Covid-19, tiene muy pocos visos de terminar, al menos en el corto plazo, por consiguiente, los gobernantes, que fueron incapaces auxiliar a su pueblo, ahora aprovechan la oportunidad para atribuirse el éxito de haber conseguido una vacuna, muy escasa por cierto para los países pobres y en abundancia para los países ricos, (al menos en el papel, Trump asegura tener vacunas para inocular, al menos, dos veces a la población estadounidense).
Los gobiernos aún creen que sus pueblos son estúpidos y, sobre todo, olvidadizos: hace tan solo unos meses los mandatarios de Estados Unidos y de Brasil decían que la Covid-19 sólo se trataba de un pequeño resfrío, que terminaría con el verano, pero la realidad demostró que el problema no era tan simple. Hoy, cuando aparecen las vacunas, fundamentalmente de laboratorios norteamericanos, Trump aprovecha para convertirse en el “superhombre” de la vacunación universal, (sólo requiere que funcione la máquina de impresión de dinero de la FED); y Bolsonaro, por su parte, está empeñado, cual científico consumado, en probar cuáles de las vacunas serían mejores para Brasil.
El Presidente de Chile, Sebastián Piñera, muy mal gobernante, pero buen comerciante, (especialmente para enriquecer a su familia), hasta el 24 de diciembre, se negaba a la obligación que tiene el Estado de ayudar a los más pobres; ni tonto ni perezoso, (al igual que a la mundialmente conocida publicidad para desentrañar de la tierra a los 33 mineros atrapados), ahora, junto al ministro de Salud, Enrique Paris, se muestra, a través de los canales de televisión abierta, (propiedad de sus amigos y socios empresarios), como el héroe de la hazaña de haber conseguido para Chile, junto con México, las primeras dosis de la vacuna Pfizer, en América Latina.
El pueblo esta vez es menos borrego y, a lo mejor, no se deja engañar tan fácilmente, (como ocurrió con el rescate de los mineros en la mina San José), a pesar de los esfuerzos de Piñera para hacernos creer que es un gran gobernante, y que gracias a él Chile se está salvando del colapso sanitario y, lo que es más importante para él, ha provocado la envidia de los países vecinos, (por ejemplo, Argentina ha tenido que “conformarse” con la vacuna rusa que, para muchos derechistas sigue siendo un país “comunista”, cuando Vladimir Putin es un fanático seguidor del cristianismo ortodoxo). Los olvidadizos de siempre no quieren recordar que uno de los héroes de la hazaña de rescate de los mineros en Atacama fue el ministro Lawrence Golborne, (un desastre como político y muy bueno para evadir impuestos).
Donald Trump, por su parte, parece más vivo que Sebastián Piñera: cuando el Parlamento sólo ofrecía cheques por 600 dólares por persona, (le hubiera gustado que cada cheque llevara estampada su firma), a fin de humillar a los Demócratas ahora ofrece 2000 dólares por cada norteamericano, tratando de mantenerse en el poder con la “justificación del fraude electoral”. Por el contrario, Sebastián Piñera, como buen avaro que es, y convencido de que el dinero del fisco le pertenece, se muestra “manito de guagua”.
Las pestes muestran la cruda realidad social y, además, ponen de manifiesto la colosal desigualdad social. Los países pobres, especialmente de Asia, África y América Latina, no sólo reducirán su dólar mensual del PIB, sino también bajarán de 42 años la esperanza de vida, y la muerte prematura, especialmente infantil, se multiplicará. El derecho a la salud y a la vida en general no se considera aplicable a los países pobres, (en 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sólo era válida para los franceses esclavistas, pero no para sus colonias, (Haití, Dominica, Martinica, y demás colonias en América y África, especialmente).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
26/12/2020
Gino Vallega says:
Quisiera creer que el televidente constante tiene aún capacidad de respuesta personal al avisaje político desmesurado.