Chile al Día Crónicas de un país anormal

Rebrote de la pandemia y del racismo

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El virus actual que aqueja a la humanidad sólo sirve para radicalizar los abusos que han existido desde siempre: antes de manifestarse en toda su crudeza la pandemia, el clasismo y la xenofobia eran características inherentes al ser humano, especialmente en los países de América Latina.

El miedo a la muerte, que se relaciona directamente con el instinto de conservación, atiza el terror que los hombres y mujeres tienen respecto a los demás congéneres. Cuando China reconoció que el Coronavirus azotaba su país, el barrio chino en Nueva York, por ejemplo, se vació, y lo mismo ocurrió en el de Buenos Aires…Y de ahí en adelante toda persona que tuviera rasgos orientales era discriminado y, muchas veces, perseguida. Los racistas, clasistas y xenófobos no distinguen – tal vez por ignorantes – entre los distintos pueblos de los orientales: para este tipo de seres humanos da lo mismo un cantonés, un japonés, un chino, un tailandés, un coreano e, incluso, un indígena que podría ser originario de nuestras tierras, (también tiene rasgos orientales), es decir, discriminan solamente por los rasgos del otro.

En Chile, los haitianos, por ejemplo, son discriminados no sólo por la incapacidad de comunicarse a causa del idioma, sino también – y sobre todo – por el color de la piel. Haití es el segundo país –después de Venezuela –  que aporta el mayor número de inmigrantes a Chile. Los racistas que, además, son ignorantes, no valoran el hecho de que Haití fue el primer país del mundo que terminó con la esclavitud al declararse independiente de Francia y, además, el héroe Desalines venció a los ejércitos de Napoleón Bonaparte.

Haití pagó muy caro semejante audacia: Francia le cobró una cuantiosa indemnización que terminó por arruinar al país, ya devastado por desastres naturales.

Los inmigrantes en Chile, especialmente si son pobres y, sobre todo, negros, son tratados como bestias: viven, por ejemplo, hacinados en pequeñas piezas insalubres, donde pernoctan de cinco a seis familias que, a veces, suman diez personas. Los dueños de estos tugurios infrahumanos arriendan las piezas de sus cites, entre $150.000 y $200.000 mensuales. Este abuso se da en lo referente a vivienda, pero en el trabajo el empleador los estafa con bajos salarios y exigencias laborales que superan, de lejos, las ocho horas reglamentarias y, muchos de ellos no cuentan, ni siquiera, con contrato de trabajo.

El número de inmigrantes “desechables” ha subido de un 2% de la población al 7,5%, y llega a un millón doscientas cincuenta mil personas, y sólo una minoría ha podido integrarse a la sociedad y desempeñarse en labores propias de su profesión de origen. En Chile, por ejemplo, hay muchos médicos y enfermeras que pueden trabajar en los hospitales, sobre todo en esta época de crisis y emergencia sanitaria.

El racismo y el clasismo son hermanos gemelos: a Piñera – al igual que a Trump -le gustaría que Chile pudiera seleccionar a inmigrantes, ojalá provenientes de países europeos y que aportaran mucho dinero al país, (como diría el Padre Felipe Berríos, los ricos, como los perros, se huelen entre ellos). El Presidente chileno opta ideológicamente en favor, por ejemplo, de los venezolanos, en detrimento de los haitianos: a los primeros les ofrece una Visa de solidaridad democrática y, a los segundos los repatria a su país, bajo la condición de no volver a Chile por lapso de nueve años.

Al referirnos a la pandemia actual, se ha hecho evidente que las medidas de aislamiento social son fácilmente aplicables en comunas ricas, con espacios cómodos, que permiten aislar a la persona infectada – en Providencia, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea –, pero una vez que hubo que aplicar la cuarentena a comunas pobres, donde también viven los inmigrantes, se destapó la repugnante realidad del Chile racista y clasista, (el incidente en la comuna de Quilicura, ampliamente difundido por los canales de televisión abierta permitió, como una muestra, constatar  la forma brutal en que los chilenos tratan y discriminan a los inmigrantes haitianos, exhibiéndoles cual personajes de un reality show, que les reporta un aumento en el rating).

En Quilicura intervinieron en el desalojo de estas personas Ejército, PDI y Carabineros, además de personal del seremi de Salud, y ninguna de estas instituciones demostró la mínima sensibilidad para entender las diferencias culturales entre haitianos y chilenos, y gracias a la oportuna intervención del Padre Vicuña, representante del Servicio Jesuita de Inmigración, el incidente racista había pasado a mayores, pues hasta los vecinos chilenos estaban en contra de estos haitianos.

El racismo y el clasismo no es nuevo en la historia de las pestes que han azotado a la humanidad: el miedo, (como lo relataba Boccacio), hizo que en la Peste Bubónica los infectados fuesen abandonados a su suerte, incluso, por padres, hijos y amigos. En la actual pandemia hemos visto cuadros similares que, incluso, lleva a algunos imbéciles a rechazar a médicos y enfermeras que viven en sus condominios, o bien, que se suben al transporte público.

El miedo tiene el poder de despertar la bestia que el ser humano lleva en su naturaleza. Siempre cobra vigencia la frase de T. Hobbes “el hombre para el hombre siempre es un lobo”, o la de J.P. Sartre “el infierno son los demás”.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

03/12/2020

 

Historiador y cronista

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