Poder y Política

A un año de la semana histórica: Acuerdo por la paz o huelga general

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Conmemoramos un año de aquella semana histórica en que las clases sociales sellaron su respuesta a la profunda crisis política y social que atraviesa a nuestro país. La semana del 12 y el 15 de noviembre de 2019. Una semana que quedará en los anales como aquella en que tuvo lugar la gigantesca Huelga General del 12 de noviembre el día martes, y que el viernes 15 diera lugar al mayor acuerdo patronal desde 1990. Se prefiguró, con nitidez, las formas en que habrá de desarrollarse la revolución en Chile: clase contra clase.

Se ha discutido con intensidad este asunto. Los explotadores suscribieron un acuerdo, un acuerdo entre patrones y sus paniaguados, con la finalidad de someter, de «institucionalizar» el conflicto a la voluntad política de la burguesía. Tal cosa es el Acuerdo por la Paz, un acuerdo contra la mayoría trabajadora y cuyo único objetivo es legitimar la represión, como que fuera escrito con la sangre de los caídos, mutilados y torturados por las fuerzas policiales y militares del régimen.

Este acuerdo es la base de la política general con que la burguesía desarrolló durante este año su legislación anti protesta (contra las barricadas, los saqueos, contra» el que baila pasa») y luego —enmarcado en el escenario de la pandemia del COVID— de la brutal legislación anti obrera que significó la suspensión de las relaciones laborales y el despido de casi dos millones de trabajadores alcanzando la cesantía hoy día a casi un tercio de la fuerza laboral. Esta legislación fue votada por la unanimidad de las fuerzas políticas parlamentarias, desde la UDI al Frente Amplio y el apoyo circunstanciado de algunos parlamentarios del PC.

Hasta acá nos hemos limitado a resumir aquello que el activismo y las organizaciones populares han conquistado ampliamente: que los «progresistas» y «ciudadanistas» de la ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio son defensores del régimen y que el Acuerdo por la Paz es un acuerdo contra la mayoría trabajadora. No sólo en La Moneda, también en el Congreso Nacional se atrincheran los enemigos del pueblo.

Sin embargo, la Huelga General del 12 de noviembre de 2019 nos deja igualmente valiosísimas lecciones. La primera, que la clase trabajadora tiene sobradamente la capacidad de paralizar el aparato productivo y que tal cuestión depende de su propia voluntad política. Esta huelga fue —por lo mismo— el certificado de defunción del discurso ciudadanista que pretende resolver todos los problemas sociales mediante la producción legislativa institucional de un estatuto de derechos individuales. Es una estupidez —como no pocos afirman— que estas magníficas acciones de masas fuesen la simple acumulación de acciones individuales. Luego del 12 de noviembre ha quedado establecido —fuera de toda duda— que la imposición de los reclamos populares emergen de la acción directa y la movilización de la clase trabajadora como protagonista del proceso revolucionario.

El carácter de clase de esta Huelga General se desprende de que la misma fue el resultado natural de portentosas acciones de masas. Por de pronto de las Huelgas Generales del 23 y 24 de octubre y su remate, la gigantesca movilización de millones en las plazas del país y que quedara registrada como la mayor concentración política de la historia, el 25 de octubre en la Plaza Dignidad.

Estas acciones pusieron de relieve ya no en las periferias urbanas —como venía expresándose desde los 80— sino que en el centro político de las ciudades y muy particularmente en Santiago, que las acciones de protesta se orientaban a la ocupación de los espacios públicos y tendencialmente al poder. Igualmente, la furiosa destrucción de mobiliario público y el saqueo orientado al gran comercio y las sucursales de grupos económicos e instituciones financieras, expresan concretamente este carácter de clase que hemos aludido. Los saqueos no pueden ser considerados acciones delictivas, como peroran los abogaditos del régimen, precisamente porque fueron realizados no en interés privado de sus protagonistas sino que como una decidida acción de protesta en contra del gran capital. Los saqueadores actuaban y actúan, en vindicación de la explotación y resuelven tal reclamo como clase, colectivamente con una acción de masas.

La naturaleza de las movilizaciones que precedieron a la Huelga del 12 de noviembre permiten caracterizar como una fenomenal e inédita acción de clase a tal jornada de lucha. En efecto, si el 18 de octubre se produjo un estallido en Santiago, el 19 tal acción de masas se transformó en un levantamiento popular generalizado que terminó derrotando el Estado de Emergencia constitucional y la ocupación militar del país el 28 de octubre. En este itinerario vertiginoso de radicalización el movimiento dio vida —en las bases— a las multitudinarias asambleas populares y las gloriosas milicias de autodefensa de la Primera Línea. Por todo lo anterior, lo que vivimos aquellos días fue una revolución y el 12 de noviembre su punto más alto, en que finalmente Piñera cae.

La inflexión del proceso es el reaccionario Acuerdo por la Paz. Tal acuerdo es la respuesta burguesa de la contrarrevolución. ¿Por qué ocurrió esto?, pues bien hay muchas razones pero hay una que domina y determina al conjunto: porque los trabajadores carecían de una dirección política unificada.

La salida a esta crisis está en manos de las clases en pugna. La burguesía que llevará esto al camino de la contrarrevolución y el fascismo, preparando la situación y ahogando las movilizaciones con su política electoral. La clase trabajadora, por el contrario ofrece otra respuesta, aquella en que se hace cargo de los intereses del conjunto de los explotados y la nación oprimida, tal resolución es la revolución obrera: la destrucción de las FFAA, la socialización de los medios de producción y el establecimiento de un Gobierno de Trabajadores asentado en los órganos de poder de las masas.

En efecto, durante aquel período los partidos con representación parlamentaria se pusieron como cuerpo en defensa del régimen. Los Elizalde, Boric, Teillier, Sharp de todo tipo —si es que abrieron la boca— fue para aplacar la movilización. Si la dirigencia política se expresó lo hizo para hablar de paz y desmovilización, aprovechando el desaguisado piñerista de «estamos en guerra», trataron desde un primer momento de dar cauce institucional a la crisis, que no es otra cosa que ahogar el movimiento. Unidad Social, el único referente organizado, que agrupaba a la CUT y demás organizaciones de trabajadores fue siempre detrás del movimiento, jamás planteó un plan de lucha y prefirieron entrevistarse con los ministros de Piñera antes que unificar las luchas. Hace muy poco Bárbara Figueroa, la eterna Presidente de la CUT, justificó esta inoperancia en que ellos consideraban que este no era un movimiento de trabajadores, sino que un conflicto transversal. Lo dijo textualmente entrevistada en CNN por Mirna Schindler.

El proceso constituyente en curso es una expresión del mismo enfrentamiento de clases descrito. Mientras la burguesía persigue desmontar el proceso revolucionario llevando todo a una Convención Constitucional acondicionada a sus intereses, los trabajadores aspiran a ocupar dichos espacios de expresión política para afirmar su programa de Asamblea Constituyente libre y soberana, desde las bases. Ya lo hemos dicho: clase contra clase.

La salida a esta crisis está en manos de las clases en pugna. La burguesía que llevará esto al camino de la contrarrevolución y el fascismo, preparando la situación y ahogando las movilizaciones con su política electoral. La clase trabajadora, por el contrario ofrece otra respuesta, aquella en que se hace cargo de los intereses del conjunto de los explotados y la nación oprimida, tal resolución es la revolución obrera: la destrucción de las FFAA, la socialización de los medios de producción y el establecimiento de un Gobierno de Trabajadores asentado en los órganos de poder de las masas. Sin embargo tal cuestión es una perspectiva. No alcanza —como hacen muchos— con proclamar en abstracto la necesidad de la revolución socialista. No alcanza con decir «hay que organizarse y luchar», es necesario ponerle música a ese discurso, aterrizarlo, hacerlo operativo y político. Es lo que distingue la pedantería del intelectual crítico, de la voluntad militante del revolucionario.

En este contexto y a un año de esa semana histórica—desde las filas de El Porteño—proclamamos que es imprescindible poner en pie una nueva dirección política de los trabajadores. Esa es la tarea del momento. Los esfuerzos en esta dirección son múltiples a todo lo largo del país. En Valparaíso —desde el referente Unidad de los Trabajadores— hemos acometido esta tarea y nos hemos dispuesto a levantar una lista independiente de trabajadores a la Convención Constitucional. No una lista apolítica, sino que una lista independiente de los patrones, el Estado y sus partidos. Una lista contra el Acuerdo por la Paz y por un Gobierno de Trabajadores, por la libertad a todos los presos políticos y por el juicio y castigo a Piñera y a todo su gobierno de asesinos.

A esta tarea convocamos al conjunto del activismo, a las organizaciones de trabajadores y a todos aquellos que han protagonizado la lucha en distintas trincheras. Desde los cordones asamblearios y cabildos habremos de organizar un auténtico proceso constituyente preparatorio de un nuevo levantamiento popular.

Sin ningún sectarismo y con la explícita voluntad de propender a la unidad, la movilización y a la profundización de la lucha revolucionaria abierta el 18 de octubre llamamos a la Mesa Social, a los Cordones, a las Asambleas populares, y a las organizaciones revolucionarias a construir una trinchera común y a levantar un programa unitario para los trabajadores y la revolución en curso.

Debemos rechazar todo pacto con los partidos del régimen, no hay independientes en las listas de los partidos parlamentarios porque ellos tienen sus manos manchadas con la sangre de nuestros caídos. Reivindicamos nuestro derecho a pelear por estar en la Convención Constitucional a ocupar ese espacio y transformarlo en una Asamblea Constituyente.

Si los partidos del régimen no nos permiten presentarnos —como ya sabemos pretenden obstaculizando ilegalmente el inicio de la recolección de firmas— seguiremos igualmente adelante promoviendo la unidad de las organizaciones de base y forjando la nueva dirección política que la clase trabajadora y el proceso revolucionario demandan.

 

Por Gustavo Burgos

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  1. Más allá que utilizar un lenguaje de clase al mismo tiempo que apoyar candidaturas con el claudismo (el primero en intentar la reorganización del progresismo y el ciudadanismo en 2013 – recordemos los artículos del generalísimo de campanha Pablo Varas y sus viajes a Espanha a entrevistrase con el podemita Pablo Iglesias) sea un insulto a la inteligencia de cualquier pesrona sensata, es evidente que el artículo adolece de lo fundamental: definiciones en torno a la propuesta de la Surda, Messina y Cabieses (Lista Única con la concerta), de Igualdad (dos Listas, una de izquierda y otra de centroizquierda, pero siempre bajo el signo de la amistad con la Concertación) y del MIT (presionar para tener espacios independientes en formaciones patronales como el FA o el PC).

    De todos modos la «formulaica clasista» se va al tacho cuando se llama a la unidad sin sectarismos con organismos que de clase tienen muy poco:

    «Sin ningún sectarismo y con la explícita voluntad de propender a la unidad, la movilización y a la profundización de la lucha revolucionaria abierta el 18 de octubre llamamos a la Mesa Social, a los Cordones, a las Asambleas populares, y a las organizaciones revolucionarias a construir una trinchera común y a levantar un programa unitario para los trabajadores y la revolución en curso»

    Hasta donde tengo entendido la Mesa Social es parte integrante de Unidad Social, agrupamiento «sindical» que no es sino un frente de organizaciones como el PC y el PS que de obrera no tienen nada. Ambos partidos son partidos burgueses. Delimitarse frente a partidos burgueses es fundamental.

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