Corrientes Culturales

La Valla y Kadaver en Netflix: el horror es nuestro futuro político

La ficción se funde con la anticipación. Existe un cine de la pandemia que es proyección y amplificación, hipérbole del presente. Series y películas puestas en Netflix instalan escenarios futuros que son un escape, una extrapolación de nuestro momento. Una canalización de procesos en curso, como es el calentamiento global y cambio climático, proyectado con precisión por múltiples investigaciones científicas, que el cine es su puesta en escena. Somos nosotros, tal vez nuestros hijos y nietos, quienes cargaremos en aquel futuro con la reproducción de este presente.

 

Si el futuro inmediato del planeta ya está decidido y relatado, como efecto directo y evidente de la actividad humana, la civilización también. Los efectos de esta distorsión en la historia con causas que tal vez se hunden en el neolítico, parecen girar en un circuito conocido con estaciones de terror.

 

La Valla es una serie española ambientada en una escena post apocalíptica que ha conseguido un éxito de taquilla en su plataforma local y en estas semanas en Netflix. Madrid dividido por un muro, una gran valla para separar a los ricos de las grandes masas de pobres. Y más arriba el gobierno, una fusión oligárquica con milicias schutzstaffel que ejerce el poder por la fuerza  bruta y el control digital. Un estado orwelliano levantado sobre los despojos de un conflicto nuclear.

Algo de ficción queda en todo esto. Pero es memoria histórica, es presente, y es muy probable que sea también futuro. Hay una fuerza obstinada en repetir una vez más los peores estadios de la civilización. Una fuerza negativa que es tal vez parte de la misma civilización.

 

En estos mismos días aparece Kadaver, una película noruega en otra escena post apocalíptica que nos introduce en el canibalismo como industria alimentaria, posiblemente el mayor terror que cargamos como especie. Porque lo practicamos en situaciones límites. Ficción, sí, desde algunos Mad Max, The Walking Dead, La Carretera, El Hoyo, todo el espectro del apocalipsis zombie a Hannibal Lecter. Pero este Kadaver tiene una mirada política en la antropofagia propuesta cuál último vestigio civilizatorio tecnológico capitalista, o también relación de clase (presa y depredador). Fuera de este último mercado de la supervivencia y el horror, la extinción definitiva. No hay opción, es el mensaje.




Esto nos inquieta en extremo. Porque no es una simple película de terror de zombies y vampiros. El canibalismo, que ha existido en cientos de culturas, es un tabú atávico aterrador que contenemos con aquello que llamamos civilización. Una contención aparente, porque bajo y por la civilización se han puesto en marcha, precisamente como políticas “civilizatorias”, el esclavismo, exterminios y genocidios. La conquista de América y las colonizaciones diversas se realizaron sobre una idea política económica reforzada por una creencia religiosa. Y todo por un ideal de civilización, que lleva consigo la segregación cultural, religiosa y racial. Del genocidio azteca al holocausto centroeuropeo. Ante ello, no sabemos con claridad si hay una línea sólida entre civilización y barbarie. Porque la civilización de unos es la barbarie de los otros.

 

Lo proyecta el cine y lo cubre de ficción. Pero la catástrofe está tanto en la pantalla como tras la ventana. La imagen del apocalipsis es el cambio climático, el vaciado cultural, el fin de la política; es la representación de la ruina, que es nuestra realidad sin filtros. Es también la negación de todos los consensos y acuerdos. El derrumbe de la razón, de la ciencia, de los derechos construidos nos deja en el mito, la creencia, en un mundo arbitrario movido por los más básicos intereses y la sobrevivencia. La fe ciega.

 

El futuro es la degradación del presente. Una proyección que cruza gran parte de las investigaciones y las ciencias. Una anticipación que ya es una certeza y pone en nuevos límites a unas ciencias sociales decrépitas propias de una modernidad en retirada. Porque tras el colapso, la catástrofe final y global, la regresión es tecnológica y también política. Es el regreso a la tribu, el clan, pequeñas comunidades que subsisten al margen de los estados arruinados.

 

El colapsismo no es una disciplina pero sí una corriente de investigación sobre los efectos que tendrá en la civilización un colapso ambiental o energético. En todos los casos, el resultado es el caos social, político y económico, una proyección del deterioro presente adelantada por la industria cultural. Pero ante el despliegue de la espantosa realidad, preferimos verla como si fuera una serie de Netflix.

 

Por Paul Walder

 



El Clarín de Chile

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