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EE.UU.: la elección más peligrosa del mundo

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Los comicios generales que se realizan hoy en Estados Unidos vienen precedidos de un proceso sin precedente de erosión institucional, de un desgaste acelerado del pacto social, de amagos de judicialización, de una inusitada movilización en las calles que ha derivado en feroz represión policial y hasta de malos augurios.

En forma poco velada, el propio titular del cargo presidencial, Donald Trump, ha amenazado con desconocer los resultados de las urnas si éstos no lo favorecen, lo que llevaría de manera indefectible a una crisis institucional sin antecedente, que es el escenario malo, o a un intento de autogolpe, que es el escenario peor.

No podría ser de otra manera, después de cuatro años de sistemática demolición de la legalidad por parte de quien debería ser su principal guardián, en su calidad de jefe de Estado, el cual ha inoculado el odio entre amplios sectores de la sociedad estadunidense, hasta el punto de convertirlo en su principal motor político.

Para colmo, el pésimo manejo de la pandemia de Covid-19 y los malos resultados de la economía convierten a Trump en el abanderado de las fobias –al mundo exterior, a los mexicanos, a los negros, a las mujeres y a muchos otros grupos demográficos– más que en un aspirante de resultados.

Su principal competidor, el demócrata Joe Biden, ha mantenido una sostenida preferencia en las encuestas, no por méritos propios –a final de cuentas es un típico exponente de la clase política de Washington, cuya profunda descomposición fue un factor central de la victoria electoral de Trump en 2016– sino porque es visto como la única alternativa al racismo, la zafiedad, la egolatría, la arbitrariedad y la deshonestidad del actual mandatario.

En suma, en la elección de hoy no sólo está en el aire quién va a ganarla sino también si el millonario republicano aceptará los resultados en caso de perderla.

Una faceta particularmente inquietante del panorama inmediato al final de la jornada es que el ocupante de la Casa Blanca, lejos de moderar a los grupos de por sí inmoderados de la ultraderecha estadunidense –supremacistas, libertarios, fanáticos de las armas de fuego, entre otros– se ha dedicado a azuzarlos, con lo que, tanto si gana como si pierde, la posibilidad de una violencia generalizada en el territorio del país vecino parece ser una posibilidad real, y con ella, la de un colapso institucional que resultaría desastroso para el propio Estados Unidos y para el mundo en general.

Lo cierto es que hoy, en Estados Unidos, se plantean escenarios que antes resultaban impensables en la superpotencia y parecían limitarse a países de África, Asia y América Latina, como el de falsas acusaciones de un fraude masivo o el de una orden presidencial a las fuerzas armadas para que intervengan a su favor en un proceso electoral. Ello ha provocado que, por primera vez, los militares hayan expresado preocupación ante la posibilidad de que esto suceda.

Cabe hacer votos, finalmente, por que la civilidad logre imponerse y los ciudadanos estadunidenses puedan empezar a construir una institucionalidad política menos imperfecta que la que tiene hoy por hoy, y cuya disfuncionalidad es la principal causa de la alarmante situación que hoy se registra en su país.

La Jornada

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