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¿Estallido social o Movimiento por el país que merecemos?

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La posibilidad que se venga abajo el modelo que tanto defienden los poderosos es cada día más posible. Es cuestión de tiempo, pero no solo de tiempo.

 

Lo que sucede, esa necesidad de la gente de hacer saber su rabia, no es un estallido a propósito de nada aún cuando insisten en mostrarlo de ese modo.

 

Decir estallido social es como decir de una rabieta que pronto pasará.

 

Lo que vivimos es una crisis asociada a un capitalismo que no da respuesta a sus ofertas de crecimiento, prosperidad y derechos, el que ante su fracaso opta por el terror, la violencia, la mentira, la manipulación y la provocación.

 

Idénticas herramienta usaba el dictador Pinochet. ¿Curioso? No. Son las herramientas habituales de todas las tiranías.

 

Los poderosos hacen lo que han hecho siempre cuando han visto amenazados sus intereses mezquinos. La represión, la persecución y la matanza, han sido históricamente los recursos que se han utilizado cuando el pueblo ha querido demostrar su descontento.

 

Es en este escenario en el que aparece con mayor nitidez la miopía, cuando no la cobardía, que ha dejado hacer a estos poderosos criminales, sin atinar a mucho.

 

La izquierda, entienda usted lo que quiera por este concepto, no tiene idea en el mundo en que vivimos. Mucho menos respecto de lo que el pueblo quiere, necesita y por sobre todo merece.

 

Las diferentes expresiones de la izquierda se han dedicado, unos, a abusar de la nostalgia, otros de las consignas que no dicen nada y los de más allá a intentar estrujar a sus teóricos a la siga de la clave que los haga entender qué es lo que pasa y cuál es la receta infalible.

 

Algunas izquierdas pierden el tiempo tratando de ajustar la cuadrada realidad a la redondez de la teoría y no son capaces de buscar lo que hay más allá. Marx y los otros no concluyeron un recetario infalible sino una manera de razonar a partir del análisis de la realidad y del descubrimiento de ciertas leyes.

 

Definitivamente, con todo, la respuesta a la crisis global del capitalismo no está en el capitalismo.

 

Una propuesta de superación del capitalismo debe expresarse como un sueño hecho de los pedacitos del sueño de cada uno, impulsados por las luchas de una mayoría con los pies bien asentados en la realidad

 

La solución ya no puede estar en la utopía, lugar que no existe, en esa idea que solo sirve para caminar, sino precisamente en el aquí y en el hoy.

 

El futuro, en gran medida, es hoy.

 

A pesar de sus enemigos y de muchos de sus amigos, el socialismo o como se llame en el futuro, entendido como un sistema de ordenamiento social en el que no debiera ser posible ninguna forma de esclavitud, explotación, discriminación e injusticia entre los seres humanos, sigue siendo una opción válida.

 

Otra cosa es que haya habido quienes en nombre del socialismo cometieron infames desatinos y crímenes deleznables. Esos no pueden llamarse revolucionarios.

 

De tanto hablar del futuro, a la izquierda se le olvidó el presente.

 

Entonces es ahora cuando esa gente que sale a las calles y que pone en serio riesgo la estabilidad del sistema, necesita de las ideas que hacen la diferencia entre un estallido y un proceso.

 

Es cuando el pueblo necesita de un proyecto político capaz de entender no solo lo que  ha pasado sino por sobre todo, lo que pasa. Y para el efecto, se hace no solo necesario sino imprescindible, la creación de un instrumento político que dé sentido a la lucha que libra cada uno por su cuenta y que represente a todos.

 

No para que esas ideas se transformen en un rosario imperturbable y sagrado y sus dirigentes muten en inmarcesibles e imperturbables próceres, sino como el razonamiento colectivo alimentado por la inteligencia de todos, representando la cambiante realidad y no la inmutabilidad yerma de los museos o de los desiertos.

 

Es ahora cuando el pueblo necesita de dirigentes y de instrumentos de organización que representen la inteligencia colectiva y la infinita creatividad del pueblo.

 

Dirigentes no para que le digan a la gente lo que tiene que hacer, sino para que hagan lo que dice la gente.

 

Tampoco para instalarse de por vida en sus puestos, al modo de los monarcas y santo padres o secretarios generales, sino para estar a disposición de sus mandantes que son todos y que no es ninguno.

 

Ni para llenarse de prebendas y regalías, sino para demostrar con su ejemplo el desprendimiento al que obligan las ideas nobles cuando representan a todos.

 

La diferencia entre un espontáneo y efímero estallido social, como se insiste en llamar al movimiento que tiene en jaque al sistema, y un proceso político que sea capaz de tumbar al sistema y por sobre todo de proponer un proyecto de país que sea bueno con su gente, la hace un instrumento político que proponga ese proyecto y dirigentes honestos y consecuentes que lo representen mientras cuenten con la confianza de la gente.

 

Por Ricardo Candia Cares

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