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Chile entre dos derechas

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Mucho antes del denominado “estallido social”, se fue larvando una sensación de que las cosas llegaban a un límite insostenible. Pero esa sensación no tuvo como escenario ni el gobierno, ni el parlamento, ni los grandes malls, ni algunos balnearios elegantes. Desde las alturas de La Dehesa, no se alcanza a percibir las amarguras de la pobreza, ni la desesperación de gente que no puede llegar a fin de mes, ni la madre que vive la incertidumbre del futuro incierto de sus hijos, ni la impotencia del anciano que recibe una pensión que no alcanza ni siquiera para comer. Desde allí, las cosas se ven tan pequeñas que parecen no existir.

Una minoría influyente y poderosa, no se dio cuenta de la magnitud de lo que estaba a punto de ocurrir. Pero, esa infinita indiferencia ante la realidad, lo único que hizo, fue exacerbar mucho más la indignación de esa gran mayoría excluida de los privilegios del desarrollo. Mientras más se les ignoraba, más crecía la conciencia de que Chile debía cambiar.

Y los destinados a “representar” al pueblo soberano, estaban demasiado ocupados en lo que mejor saben hacer: cuidar sus propios intereses y evitar que las cosas cambien en perjuicio de ellos. El espectáculo grotesco de la “silla musical”, comenzó a transformarse en un insulto a los ojos de la gente que decidió despertar de esa pesadilla tolerada por demasiado tiempo. Así, cuando un socialista remplaza a un demócrata cristiano en un cargo determinado o lo asume un conspicuo representante de la derecha, la verdad es que da casi lo mismo. Está garantizado que las cosas seguirán, más o menos igual. Chile es uno de esos casos curiosos de América Latina, en que no existe gran diferencia entre un gobierno de derecha y uno de izquierda.

De hecho hasta el día de hoy, connotados líderes de la derecha y de la “centro-izquierda” chilenas, siguen expresando, como si fueran un armonioso coro polifónico, opiniones positivas sobre el legado económico-social de la dictadura.

De la derecha no extraña nada, pero sí de esa vieja-joven casta de centro-izquierda que concuerda en un cierto modo de hacer política, que parece asimilarse a una pandemia, en la que todos terminan contagiados de una misma forma de hacer las cosas. Vea usted, por ejemplo, la donación ideológicamente falsa de Giorgio Jackson y el desfalco de la municipalidad de Providencia por uno de los fundadores de Revolución Democrática, que era una nueva generación política que, en teoría, llegaban a salvar la democracia en peligro.

Esos partidos y movimientos, cuyos líderes se pasean por los matinales de televisión, mostrándonos su “camaleónicas” figuras, han gobernado casi toda la post-dictadura. Los mayores entre ellos, experimentaron un giro hacia la derecha desde principios de los 90, de hecho, han legitimado, consolidado y perfeccionado el modelo político-económico de la dictadura. Tómese como otro ejemplo, las palabras de Alejandro Foxley, ex Ministro y ex Senador, Demócrata Cristiano, que “Pinochet (…) ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal…” (Cosas; 5-5-2000).

A su vez, el destacado intelectual del Partido por la Democracia (PPD), Eugenio Tironi, ha dicho que “(…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remendar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron, mostraron visión y liderazgo”.

El listado es largo y los ejemplos muchos. Pero, para concluir con los paradigmas del status quo, le preguntaría al Senador “socialista” José Miguel Insulza, como se hace para rescatar a Pinochet de su probable condena en Inglaterra, apoyar a Joaquín Lavín de la UDI y dormir tranquilo, al mismo tiempo.

También, habría que preguntar a esa izquierda que ha gobernado utilizando el nombre de Salvador Allende para ganar elecciones, ¿cuánto han re implementado de las 40 primeras medidas de su programa de gobierno y todo su legado?, ¿Hay una verdadera nacionalización del cobre? No. ¿Suprimieron los sueldos exorbitantes del aparato público? No. ¿Hay una salud pública gratuita y digna para todos los chilenos? No. ¿Se ha entregado a todos, trabajo, vivienda, luz y agua? No. ¿El gobierno dejó de ser una fábrica de nuevos ricos? No.

En suma, los hijos pródigos de Salvador Allende, son aquellos líderes políticos, muchos de ellos autodefinidos de izquierda, que han permitido, por una actitud activa o pasiva, que la situación de desigualdad persista en Chile. Todo esto fundado en un pacto social no declarado de las élites, representado por la Constitución Política de 1980. A ese pacto, no concurrió la ciudadanía, a la que se le ha asignado la posición de “daño colateral”, por los mismos que pontifican principios democráticos de lo que debe o no ocurrir en el país.

Hoy se les puede ver montando espectáculos en maratónicas presentaciones televisivas, logrando una nueva especie, los poliactores y poliatrices, bailando, cantando, haciendo humoradas y cambiando atuendos, para congraciarse con los ciudadanos, en una penosa puesta en escena. La banalidad les brota por los poros,  demostrando la total falta de dignidad de la política, transformándola en una especie de realty show, de mala calidad.

Este show, debe terminar. Porque refleja perfectamente la hipocresía de la casta política competa, que guarda un “religioso” silencio,  mientras Julio Ponce Lerou, que financió las campañas de muchos de ellos, hoy recibe ridículas multas, gracias a esa protección invisible, pero efectiva, de la justicia chilena.

Nunca he visto a nuestros insondables líderes, unidos para derrotar la pobreza o nacionalizar el cobre y el agua. Solo se unen para defender sus privilegios, los millonarios sueldos parlamentarios que ellos mismos se han otorgado. Por ello, resulta extraño verlos hoy aparecer unidos para dar lecciones democráticas y proponer “cambios” de la Constitución que ellos mismos han administrado y de la cual han sacado tantas ventajas.

Existe un pacto de paz, secreto pero eficaz, que asegura la hegemonía de las dos derechas, gobierno y oposición. De este modo, se busca una “nueva” Constitución, pero sin el pueblo. En efecto, no es cierto que cualquier ciudadano pueda ser constituyente, ya que el sistema de elección es por distrito y con el mismo sistema electoral con que se eligen los diputados, es decir, por lista. Para estructurar una lista, se necesita de partidos políticos. Así, gobierno y oposición, quedarán siempre en mayoría, y si un independiente ciudadano quiere ser candidato, debe reunir firmas, e intentar armar una lista, en medio de una pandemia y sin financiamiento del Servel. Un buen traje a la medida, para que las cosas no cambien demasiado.

Por supuesto que apruebo el cambio de Constitución, pero bajo mínimas garantías para aquellos millones que exigimos un cambio de verdad.

Debe considerarse en ese sentido, que la pobreza, la desigualdad y la exclusión indígena, fueron decisiones políticas de la misma casta que administra el país. Pero, nosotros sabemos que el futuro de Chile, depende también del futuro de los pueblos indígenas. El futuro del mapuche, del Aymara, del Quechua, del Licanantay o el Rapa Nui, es tan brillante u oscuro como el futuro de Chile. Antes que indígenas, somos humanos, y eso nos iguala. No es posible que la sociedad chilena no reconozca su esencia plurinacional y mestiza, y  continúe segregando por clases, color u origen. El futuro de la humanidad y de Chile, depende de lo mejor que todos seamos capaces de ser.

Los indígenas, queremos exactamente lo que quiere cualquiera. Queremos un buen vivir, convivir en paz, que nos dejen criar a nuestros hijos, según nuestras tradiciones, no queremos ser definidos más que por nosotros mismos. Tenemos una historia común, este país nos pertenece a todos. Hemos vivido bastante tiempo junto, y moriremos aquí juntos, esto lo ha demostrado el tiempo.

El futuro de este país, depende de la forma en que enfrentemos juntos a estas dos derechas y resolvamos por nosotros mismos, nuestros problemas más profundos. No tenemos por qué seguir esperando.

 

Por Diego Ancalao G.

 

 

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  1. Felipe Portales says:

    Muy buen artículo que, como acertadamente recuerda Germán Westphal, reproduce la misma expresión crítica de Sergio Aguiló, después de constatar que la última esperanza de cambios reales promovidos por la Concertación «se fue a las pailas» por un gobierno de Lagos QUE OBTUVO FINALMENTE MAYORÍA PARLAMENTARIA (entre agosto de 2000 y marzo de 2002; dado los desafueros combinados de Pinochet y del Fra-Fra), y que en lugar de utilizarla para cumplir con los programas comprometidos desde 1989, consolidó aún más el modelo neoliberal heredado (además de terminar de salvar a Pinochet, presionando a través de su ministro del Interior Insulza a los tribunales chilenos, culminando este último con su labor de canciller de Frei Ruiz-Tagle que lo salvó de la Justicia europea), con mucho más privatizaciones y concesiones, a tal punto que llegó a ser calificado por un grupo de empresarios como «el mejor presidente de derecha de todos los tiempos» («La Tercera»; 11-3-2006), justo el último día de su gestión de gobierno; amén de las «declaraciones de amor» recibidas en octubre de 2005 por Hernán Somerville, a nombre del gran empresariado chileno y de la APEC.

  2. Germán Westphal says:

    Todo muy cierto, al igual que «El grito de Aguiló» con el mismo título que terminó en chillido sin mayor trascendencia hace 18 años. Es de desear que esta vez no ocurra lo mismo y que el movimiento social iniciado el 18-O logre imponer sus demandas.

    Las demandas de la ciudadanía que se movilizó el 18-O eran básicamente de naturaleza social y económica. La lista es larga y conocida. Al poco andar, se les sumó la exigencia de una nueva Constitución. Durante algunas semanas, después del contubernio político del 15 de noviembre entre los parlamentarios de las dos derechas y otros advenedizos de menor cuantía, se habló de una agenda social. Sin embargo, el conjunto de la clase política y los medios de comunicación a su servicio pronto se enfocaron en el tal llamado proceso constitucional como si se tratara de la gran panacea que todo lo va a resolver, dejando en segundo plano y en el olvido las demandas económicas y sociales. En otros términos y en una frase, la clase política dominante se ha pasado a la ciudadanía y sus demandas económicas y sociales por arco de triunfo! Por lo menos hasta ahora.

    Lo mismo ha ocurrido con la demanda ciudadana de una nueva Constitución. En efecto, el proceso constitucional que se inicia el 25 de ese mes está maquiavélicamente tan bien concebido y construido que obliga a la ciudadanía que aspira a una nueva Constitución a votar APRUEBO y por una de las dos opciones: la Asamblea Constitucional mixta o la Asamblea Constitucional 100% electa, ambas sujetas al quorum de 2/3 en todos sus acuerdos y todas las demás trampas como el sistema y distritos electorales a usar y la intangibilidad de los tratados internacionales que por supuesto incluyen los de libre comercio, piedra angular del sistema neoliberal. Con esta votación a favor de una de las dos Convenciones se excluye totalmente una Asamblea Constituyente autónoma y soberana aunque se marque el voto AC o como a cada cual le venga en gana. En síntesis y nuevamente, la clase política se ha vuelto a pasar a la ciudadanía por el arco de triunfo, mas bien «la raja” como se dice en lenguaje popular, entrampándola en un callejón sin salida legal posible.

    Todo esto, por supuesto, a menos que la ciudadanía logre generar sus propios representantes de base y organizarse en un movimiento social que le pueda hacer el peso a la clase política dominante a fin obligarla a cumplir sus demandas o, de lo contrario, ponerla en retirada. Nada se gana con exigencias que no se pueden hacer cumplir.

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