“Y vendrán tiempos mejores”
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No se ha sabido valorar el concepto filosófico de esta frase. Hay quienes se obstinan en negar su vigencia. En estos meses, sí hemos empezado a vivir tiempos mejores. Mantenernos en rigurosa cuarentena, camino a la centena, nos ha permitido comprobar, cuan bella es la paz del hogar. El encierro, si es voluntario, se puede destinar a escribir, leer, pintar, bordar un mantel, tenderse en la cama a mirar el cielo raso o a tocar el violín. Si no tiene violín, no es nuestra culpa. La creación es un aliciente y seduce vivir. Tiene algo de exigencia, que podría llamarse, renunciar a la libertad. El concepto de libertad, entendido como la facultad natural que tenemos de obrar de una manera u otra o de quedarse de brazos cruzados, lo cual nos marca al momento de nacer.
No es lo mismo vivir en una dictadura, donde el permanente estado de sitio se convierte en institución y obliga a permanecer encerrado, mientras quienes la ejercen, saquean el país. En Chile, jamás hubo durante la dictadura cívico-militar, desde 1973-1990, tamaña insolencia en apropiarse de las riquezas del país. El escamoteo se convirtió en institución. Aunque parezca una paradoja, la práctica se ha extendido hasta hoy, aunque sí debemos reconocer, utilizando la elegancia. Sinónimo de tiempos mejores.
Al vivir en sociedad, nos obliga a renunciar a cierta libertad. Libertad por la cual se lucha a diario, aunque siempre se logran migajas. Desde los inicios de lo que entendemos por civilización, el ser humano se organiza en tribus, después en pequeños poblados, al sistema feudal, seguido de las monarquías y al final en repúblicas. En cualquiera de estas fases, la libertad siempre estuvo y se encuentra restringida.
Han caído imperios, desaparecido civilizaciones, se han hundido continentes y el concepto de libertad, se mantiene como panacea. El hombre, debe entenderse en ambos sexos, no puede emprender el vuelo igual a un ave y viajar como los gansos y golondrinas, que emigran de un continente a otro, buscando donde criar y escapar de la adversidad. Vivimos como los árboles, sujetos a la tierra, sin embargo, ellos lanzan sus semillas al viento, para reproducirse y extienden sus ramas, empeñados en protegerse.
Las dictaduras, sean políticas, ideológicas de grupos religiosos o económicos, saben cómo privilegiar las bondades del sistema donde se vive. Se apresuran a manifestar que la naturaleza o Dios, nos imponen castigos, debido a nuestra soberbia. Que la economía se encuentra al servicio del hombre, bajo ciertas leyes y obligaciones, que deben respetarse. Los pobres, si quieren salir de su pobreza, y llegar a ser ricos, deben sacrificarse y trabajar de sol a sol. Que nada es gratis en la vida, donde el esfuerzo diario, unido a la moderación, contribuye a la existencia de las sociedades.
Quienes tienen helicópteros —lo ganaron con el sudor de su frente— viajan a la playa o al lago de su predilección, lugares donde son dueños del litoral, incluida el agua. Si se aburren, concurren al club de golf después de cabalgar en recintos privados. Aburrirse no se halla en sus objetivos. El propósito apunta a superar la crisis de pandemia y pensar de cómo hacer negocios durante la turbulencia. La época es propicia para hacer fortuna. Imagen inequívoca de “tiempos mejores”.
Esta semana, un grupo de amorosas y compasivas chiquillas del medio pelo, le llevó de obsequio al dueño del oasis, donde se viven “los tiempos mejores”, tres docenas de pantalones. “Majestad, póngase los pantalones”, gritaban. Se trata de la primera manifestación del vestuario en la historia de Chile, donde se ha ventilado un tema de tanta intimidad. El jefe, chiquillas, no es ningún menesteroso. Los encargados de su ropero, aseguran que tiene pantalones para tirar a la chuña, donde los hay de montar, esquiar e ir a ver el eclipse, no de su reinado. Se ignora por qué no le llevaron de regalo, “Los últimos días de Pompeya”, novela de Edward Bulwer. A seguir disfrutando de los “tiempos mejores”.
Por Walter Garib