A 45 años del atentado contra Bernardo Leighton
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Don Bernardo Leighton encarna en su vida y obra a los políticos que viven la ética de la convicción y de la responsabilidad, cualidades que han desaparecido, salvo contadas y honrosas excepciones. Desde el momento en que las víctimas fraternizaron con los victimarios la política se transformó en una forma muy fácil para convertirse de jacobino en millonario, y se estableció que el representar a los ciudadanos consistía en comprarlos, traicionarlos y robarlos.
Don Bernardo era el hijo político y predilecto de mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, mentor de la Falange Nacional. En la calle Riquelme don Bernardo se sentaba a la cabecera de la mesa junto a mi abuelo, quien consiguió que don Arturo Alessandri, su antiguo enemigo, y después amigo, (cuando el “tribuno del pueblo” se vendió a la derecha), nombrara a Leighton como ministro de Educación cuando contaba con menos de 30 años.
Don Bernardo no dudó un segundo en renunciar a su cargo cuando el “León de Tarapacá” ordenó el cierre de la Revista Topaze, debido a la publicación de una caricatura en que Alessandri era domado por Carlos Ibáñez del Campo; (hoy, los sucesivos ministros del Interior atropellan los derechos humanos y, en vez de renunciar con altura y dignidad, tienen que esperar que, en forma muy merecida, los destituya el Senado por violar la Constitución y las Leyes).
A don Bernardo, desde muy joven, los ciudadanos lo llamaban “el hermano”, (y de mi padre, casi carnal), y a diferencia de tanto oportunista que se siente y se nombra un “repúblico” por el solo hecho de ocupar un cargo político, y se autodenominan “servidores públicos, pero lo que hacen es “servirse del público” para conquistar el derecho de alejarse del “rotaje” y convertirse en “caballero de Chile. En la historia, los jacobinos más radicales y criminales fueron los que derrocaron a Robespierre e instalaron el Termidor, entre ellos el famoso Foucher, (razón por la cual hay que cuidarse también de quienes tienen la palabra “revolución en la punta de la lengua”, ´el caso en Chile, de algunos ex Mapu que, del frente de trabajadores, pasaron al frente de los empresarios´).
Don Bernardo heredó de mi abuelo la elección de que nunca hay que llamar a los militares a mezclarse en política. Cuenta mi hermano, Juan Sebastián que en una de sus visitas a don Bernardo en su casa de la Calle Blanca Nieves, (cerca de Martín de Zamora), lo encontró muy indignado y rompiendo las fotos en que aparecían políticos como Eduardo Frei Montalva, Andrés Zaldívar, Alejandro Silva Bascuñán y Patricio Aylwin, entre otros, que habían declarado en favor de la Junta Militar recién instalada en La Moneda, pues La Falange, en toda su historia, nunca había apoyado un golpe militar, (y mucho menos al servil anticomunismo que algunos dirigentes actuales, especialmente de la derecha de ese Partido, hacen gala de profesar, y en términos tan o más idiotas y sectarios que los de dirigentes de la UDI).
A los fanáticos que sobre la base de una jerga ideológica ultrista, una especie de “Savonarolas” del siglo XXI, que no aprecian la unidad y menos entienden que sin este requisito les va a ser imposible derrotar a la derecha, así sea en la ridícula “socialdemocracia” del alcalde Joaquín Lavín, o en el militarismo fascistoide de los seguidores del Partido Republicano, con su líder, José Antonio Kast.
Los fascistas italianos, contratados por la DINA exterior, intentaron asesinar en Roma a don Bernardo y a su esposa, Anita Fresno, pues este político chileno, según la dictadura de Pinochet, representaba el peligro de “la unión de los antifascistas chilenos”, (se decía en ese tiempo).
La unión de los cristianos y marxistas en un frente común era una de las claves para poner fin a la dictadura: sin los democratacristianos progresistas, el frente antifascista, postulado por la izquierda en el interior y en el exterior, se hacía imposible. Cuántas muertes costó el sectarismo de los “revolucionarios de café” que, cómodamente, postulaban fórmulas del llamado “socialismo real”, y como la historia lo ha comprobado, no era más que la dictadura de los burócratas del Partido.
La Revista Chile-América, en la época de Leighton editada en Roma, publicó un documento muy importante para la unión entre cristianos y marxistas: la Declaración Leighton-Gumucio, en la cual se llamaba a los cristianos chilenos a aunar esfuerzos para derrocar a la dictadura, y junto a esta Declaración, la Fundación Lelio Basso, italiana, convocó a un Encuentro, que tuvo lugar en Colonia Tobar, un pequeño pueblo, cerca de Caracas, al cual concurrieron las principales fuerzas del antifascismo de la diáspora.
Pasados estos 45 años del atentado contra Bernardo Leighton, exiliado en Roma, es muy triste el comprobar que ex democratacristianos – afortunadamente, hoy se encuentran en el basurero de la historia – departen felices, con quienes intentaron asesinar a don Bernardo Leighton y, después lo lograron, con don Eduardo Frei Montalva -. Los Ravinet, los Martínez, los Alvear, Mariana Aylwin y los mañosos Walker, entre otros, vendidos a la derecha política, no han hecho otra cosa que ceder el poder a los cómplices pasivos y activos de la dictadura. Recordemos que todo asesinato de esta índole tiene su propio Judas.
Preguntémonos: ¿no es extraño este amor tardío de algunos democratacristianos por la fenecida Concertación de Partidos por la Democracia? Quien se alía con la derecha, es ésta la que gana.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
07/10/2020