Plebiscito: La letra chica y la letra grande
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No habrá una Constitución de verdad democrática si no emerge de un proceso democrático y popular que dé cuenta de la crisis que envuelve al orden establecido.
Los intentos que ha habido, del presidente Ricardo Lagos el 2005 y el que se fragua ahora, corresponden a mecanismos que intentan secuestrar la voluntad popular.
A riesgo de ser majadero, hay que repetir una verdad del porte de una plaza: el acuerdo Por la paz y una nueva constitución del 15 de noviembre del desfondado, desprestigiado y casi en el suelo sistema político, fue impulsado por el miedo a perderlo todo.
Que lo reconozcan sujetos como Guillier recién ahora, habla del descaro de todo un sistema político inmoral.
Lo que se fraguó fue una operación extrema para ofrecer una válvula de escape y ganar tiempo. Una bengala para intentar distraer incautos. Un artilugio para flotar ante el inminente naufragio. Un fuego fatuo para tratar de encandilar a la gente y su bronca.
La derecha y la exConcertación se han sentido cómodos con la constitución Pinochetista aunque esté firmada por Lagos. Unos y otros han aprovechado hasta el hartazgo las prebendas que ofrece ese texto para hacerse más poderosos, más ricos y más autoritarios.
El impensado ataque democrático del sistema político formal, emerge del más anidado temor a que la gente sobrepasara toda legalidad y represión, y obligara a la huida en estampida.
Y toda esa energía que el pueblo desplegó pagando un alto costo en vidas humanas, mutilaciones, violaciones, heridos y presos, quedó en la más terrible de las orfandades porque la falta de organización del pueblo no le ha permitido imponer su fuerza.
La gente hace el trabajo sucio pero son los mismos sinvergüenzas de siempre los que recoge los frutos de ese sacrificio enorme.
Y un gran favor que se les hace para perpetuar su impunidad, es que la aversión a los políticos, ha derivado en un rechazo a la política. Craso error.
La revuelta de octubre, la rebelión, el estallido social o como se llame, no pasará de ser una recordada épica inútil, una más, sino se expresa en hechos concretos de organización autónoma, útil, extendida, democrática, novedosa y con un proyecto de país fundado en las expectativas y necesidades, valores y derechos. Es decir, en política.
Los partidos políticos del sistema hacen lo suyo al asumir la paternidad de lo que quedó huérfano luego de la Rebelión de Popular de Octubre.
Mientras la derecha se arrepiente a cada paso que da por haber actuado con demasiada rapidez. Un par de meses más y la pandemia les habría ahorrado semejante desbarajuste.
Ahora, se obliga la derecha a hacer cuanto esté a su alcance por evitar el proceso o por lo menos desprestigiarlo y tratar de que no vaya nadie a votar. ¿Por qué?
Por el terror que les genera una probable paliza electoral que va a tener efectos impensados en todo lo que venga, que no es poco.
No es cierto que de este proceso vaya a salir una Constitución que emerja de la voluntad soberana y libre del pueblo. La maquinación de los partidos políticos hará imposible que los genuinos representantes de la gente sean elegidos.
Si no es una Constitución impulsada por el soberano mediante una Asamblea Constituyente de verdad, sin frenos, condiciones ni cortapisas, no va a contar con la aceptación de la mayoría y seguirá siendo un texto ilegítimo.
Pero no hay que perderse:
¿Dónde radica la importancia de lo que viene? ¿De verdad votar Apruebo es hacerle el juego a la derecha y desconocer la letra chica de ese acuerdo?
Par responder esas preguntas es necesario antes hacerse otras: ¿da lo mismo que la derecha gane el plebiscito? ¿Da lo mismo que pierda por un estrecho margen? ¿Da lo mismo que pierda por una apabullante paliza?
No. Definitivamente el escenario que queda es diferente en uno y otro caso.
Tan erróneo como creer que votar Apruebo es un apoyo a la derecha y una trampa de la letra chica, es creer que por esa vía se puede lograr una constitución democrática.
Es injusto creer que los millones que votarán por el Apruebo, son irresponsables que le hacen el juego a la derecha.
¿Habrá otros que se van a adueñar de ese triunfo? Sin duda, pero eso es responsabilidad exclusiva de la gente que deja hacer, que no se organiza lo suficiente, que no busca estructuras mínimas que optimicen y visibilicen sus increíbles sacrificios.
Mientras no cambie las cosas, la culpa seguirá siendo del que da el afrecho.
Lo que está en juego, lo relevante, es una apabullante paliza a la derecha. Aún cuando sea la exConcertación la que con el mayor de los desparpajos, entre vítores y despliegues, anuncie la masiva votación triunfadora y lo haga como dueña legítima de esa victoria solamente porque sus legítimos padres no se interesan por su retoño.
Quienes advierten el efecto de no leer la letra chica, no están leyendo la letra grande.
Este proceso podrá eventualmente terminar en una nueva constitución. Pero no va a ser la que la gente quiere, la que necesita y por la que ha luchado incansablemente. Ésta solo va a salir del pueblo movilizado tras un programa de país y una mínima organización que le permita hacer política de verdad.
Ojo con aquellos que denuestan la política. Ahí está el enemigo.
El problema desde el punto de vista del pueblo, lo urgente, no es una nueva Constitución, sino el desarrollo de un proceso de lucha organizada que proponga un proyecto de país en forma de programa de gobierno.
Y para el efecto anímico en esa proyección nada mejor que una estrepitosa derrota derechista en octubre, la que deberá reflejarse en las calles a las cuales los partidos que ahora fungen como padres adoptivos, no se atreven a salir.
El proceso de una convención constitucional trucha y prefabricada, debe ser el inicio de un levantamiento aún mayor, teniendo clara conciencia que ningún proceso de cambios reales ha partido alguna vez por la Constitución.
Poner la carreta delante de los bueyes jamás ha servido para avanzar.
Infinitamente más importante que una Carta Magna de apuro, es la construcción de una correlación de fuerzas favorable a cambiar todo lo que haya que cambiar; es la coincidencia en un programa más que de gobierno, de país; es la construcción de una sólida organización popular y una disciplina que logre optimizar la mística y que sostenga la unidad social y política del pueblo como la herramienta necesaria.
Todo eso se escribe con letras grandes.
Por Ricardo Candia Cares