Trump: la fiera acorralada
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Los animales políticos muy pocas veces son vegetarianos pues, en su mayoría, son carnívoros y, en consecuencia, por ley natural deben comerse al enemigo, y en la guerra política la rosa es reemplazada por el corvo.
Donald Trump no es Republicano, ni Demócrata, sólo partidario de sí mismo y su objetivo consiste en seguir enriqueciendo sus negocios, “hacer grande a América de nuevo” se reduce a aumentar el poder de Trump y el de su familia.
Trump ha logrado someter al Partido Republicano que, desde décadas, se hallaba en decadencia, (baste recordar la hegemonía del Partido de Té, liderado por Sara Palin, ex gobernadora de Alaska y candidata republicana a la Vicepresidencia), y recién ahora, algunos republicanos han abandonado a Trump.
El Presidente actual se siente acorralado, por consiguiente, ha tomado el camino de atacar a la candidata demócrata a la vicepresidencia Kamala Harris acusándola de ultraizquierdista, además de poner en duda su origen de nacimiento en territorio norteamericano, repitiendo la historia con respecto a las dudas sobre el nacimiento en territorio estadounidense del Presidente Barack Obama.
En Estados Unidos Trump emulando la misma campaña de terror que la derecha utiliza en muchos países de América Latina, por ejemplo, en Chile, contra el candidato progresista que, si lograra triunfar Alejandro Guillier, (como decía la derecha con su candidato, Sebastián Piñera), el país se convertiría en “Chilezuela”.
El mandatario estadounidense, ante la posibilidad de perder la elección del 3 de noviembre próximo, se propone asustar a los norteamericanos al decir, públicamente que, de triunfar los Demócratas, Estados Unidos se convertiría en una “Venezuela”.
El ataque de Trump en contra de los Demócratas parece ridículo: nadie podría pensar que el moderado candidato del Partido, Joe Biden, sea un comunista, y que la llamada “ala izquierda” del Partido Demócrata profese el anarquismo. (Bernie Sander y Elizabeth Warren son, apenas, socialdemócratas, pues ser socialista en Estados Unidos es muy distinto que en América Latina).
La situación política, durante este mes de agosto, no es igual a la de la de las elecciones de 2016: en esa fecha la señora Hillary Clinton tenía una diferencia minúscula respecto al candidato Republicano, Donald Trump; hoy, la distancia entre Biden y Trump es de 15 puntos porcentuales a favor del primero.
Es cierto que las encuestas nacionales sirven de muy poco para definir quién ganará las elecciones, a realizarse en el mes de noviembre, pues se definen por el voto de los distintos estados.
En las elecciones presidenciales de 2016 Hillary Clinton atraía muy poco a la juventud que estaba a favor de Barnie Sander; a su vez, la candidata Clinton fue incapaz de lograr que los afroamericanos concurrieran a las urnas, como sí había ocurrido con Obama.
La situación actual es distinta: Joe Biden, por ejemplo, no tiene la mala fama de la ex Secretaria de Estado Norteamericano, en gran parte culpable del derrumbe de Libia, a partir de la Primavera Árabe; (a Biden sólo se le percibe como un político tradicional, ajustado a los valores democráticos y de un católico honesto).
Estados Unidos ha tenido que soportar tres “terremotos” sucesivos: en primer lugar, el de la pandemia, (muy mal manejada por Trump, que instala al país del norte en el primer lugar de contagiados y muertos a causa del Covid-19 en el mundo); en segundo lugar, el de la cesantía, que alcanza cifras inéditas en la historia de Estados Unidos; en tercer lugar, el recrudecimiento del racismo, que ha golpeado fuertemente a los ciudadanos afroamericanos.
El clivaje entre el progresismo demócrata y la política de la “seguridad y el orden”, se va a convertir en el centro de la disputa del sillón presidencial, durante los tres meses que restan para la emisión del voto por correo, modalidad que favorece al Partido Demócrata, pues tanto los ciudadanos afroamericanos como los latinos han sido muy renuentes cuando se trata de concurrir a las urnas.
La campaña de Trump contra el voto por correo tiene visos de fracasar, (salvo que el Presidente se niegue a entregar recursos suficientes para la elección por correo), a su vez, no cuenta con atribuciones para cambiar la fecha del 3 de noviembre y posponerla, (como era su intención), hecho que no ha ocurrido nunca en la historia norteamericana., y ahora es casi imposible, pues necesitaría mayoría en las dos ramas del Congreso, (desde ya, la Cámara de Representantes está en manos de la mayoría Demócrata).
No hay que cantar victoria, pues aún resta el debate entre los dos candidatos, en que podrá “correr sangre” entre animales políticos.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
19/08/2020