Automatismos en la casta política parlamentaria en tiempos de crisis
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El filósofo francés Bernard Stiegler (*), cuyos análisis eran estimulantes para el pensamiento contemporáneo, y que acaba de morir en la plenitud de su producción intelectual trabajaba sobre los automatismos y los procesos de robotización. Procesos que en el ser humano caracterizaba como neuronales, y por lo mismo habituales. Estos mecanismos de respuestas predeterminadas ante situaciones, que son parte de un sistema regulado, podríamos llamarlos también programados.
Cuando las situaciones son inéditas, fuera de lo común o intempestivas como lo es un acontecimiento histórico inesperado, los automatismos no permiten a los actores dar respuesta creadora a la realidad. El libreto es camisa de fuerza. Sólo se reacciona. En este caso el automatismo empobrece el entorno real de la estructura. Zafar del automatismo se impone para entrar en al ámbito de la creación y oponerse a la entropía o a la dispersión de energía propia del mundo físico y social en el que vivimos, afirmaba Stiegler. En efecto, lo propio de los seres humanos es crear. Y es por la acción humana libre que pueden dotarse de un proyecto creativo.
La casta política es esclava de sus automatismos. Ella responde siempre dentro de la estructura institucional y sus respuestas son casi siempre previsibles. Para que sus miembros reaccionen y propongan “algo”, el movimiento popular debe sacudirles la jaula. Fue así como los acontecimientos recientes del 18/O adelante los pilló desprevenidos. Inmersos en una suerte de “cretinismo parlamentario”. Sólo atinaron a reaccionar firmando, con sus prerrogativas legales restringidas, apresuradamente, un Acuerdo que pudo ser mejor. Impusieron de facto un Acuerdo político sin ciudadanía que conducía a un plebiscito exigido por el pueblo, pero que presentaron como el summum de la racionalidad política. Bien, aunque desde una mirada abarcadora la casta parlamentaria no hacía otra cosa que repetir automatismos consensuales en circunstancias de un contexto de ingobernabilidad de la que ellos mismos eran en gran parte responsables.
Para peor, no se negaron a firmar leyes que acentuaban los rasgos autoritarios del poder oligárquico. Hoy estrilan. En razón de su desidia, ceguera y ruptura de vínculos con las necesidades reales del pueblo ciudadano y trabajador. Una salida democrática era abrir el debate ciudadano. Requisar incluso los medios para hacerlo. El miedo al debate democrático y los automatismos represivos de un Estado devenido autoritario se los impidió.
Seamos majaderos. La casta política oposicionista tenía otras opciones innovadoras a su disposición el 15 de noviembre. Recomendada por los principios de la Soberanía Popular para redactar una nueva constitución democrática por una Asamblea Constituyente que fuera ella misma Soberana. Prefirieron no hacerlo, le regalaron el poder de veto del 1/3 en la constituyente a las fuerzas neoliberales de derecha autoritaria. Desconocieron la posibilidad creadora de instalar un diálogo fructífero con las bases ciudadanas. El viejo consensualismo actuó como un automatismo de casta.
Hoy siguen automatizados y sólo reaccionaron ante la voluntad y la determinación de un luchador mapuche de ir hasta el final con el acto límite que es la huelga de hambre como arma política, y con su cuerpo como símbolo activo de la lucha ancestral de un pueblo-nación.
Ante el peligro que los mecanismos policíacos y represivos del Estado procedan a arrebatarle la vida al Machi Celestino Córdoba en nombre de la Razón oligárquica de Estado la casta política parlamentaria estuvo tetanizada. La muerte del Machi habría sido percibida por los sectores mapuche activos como una agresión frontal. No se le ocurrió a la oposición parlamentaria unirse para hacer causa común y convocar a una conferencia de prensa ampliada con el fin de denunciar con énfasis el encarnizamiento del Estado contra el Machi y exigirle al Gobierno de Piñera la satisfacción de sus demandas.
El estado de entropía de la política (dispersión de la energía) de los que se dicen representantes de la voluntad de sus electores en momentos en que el 80% de los ciudadanos y ciudadanas considera justa la causa mapuche, es un síntoma de crisis institucional; de la necesidad de un cambio profundo de instituciones políticas y de las relaciones de estas con el pueblo. “Bifurcar”, es otro concepto clave de B. Stiegler.
Los pueblos actúan muchas veces de manera intempestiva y los y las militantes no son girasoles que, por bella que sea la metáfora, se orientan por estímulos automatizados photo-solares. Los y las militantes de la izquierda debaten conscientemente acerca de los pasos a dar para acumular fuerzas, se nutren voluntariamente de manera lúcida de experiencias pasadas, hacen balances de las derrotas para sacar lecciones, levantan programas pertinentes al “análisis concreto de la situación concreta” y a las relaciones de fuerzas y de poder entre las clases sociales, definen formas de la acción y de organización según repertorios de luchas probadas e innovadoras, impulsan con ahínco la convergencia de las luchas sociales, se dotan de consignas vinculadoras, pedagógicas que alumbran y orientan y, sobre todo, llegado el momento, plantean la cuestión estratégica del poder, dejando de lado antiguos automatismos sectarios, pero retomando debates históricos centrales a la luz histórica de los desafíos presentes.
(*) Bernard Stiegler, prolífico filósofo francés de izquierda y crítico del neoliberalismo nos dejó repentinamente el 6 de agosto pasado.
Leopoldo Lavín Mujica
Felipe Portales says:
Creo que más que automatismos lo que prevalece en «las dos derechas» es la voluntad común -desde 1989- de legitimar y consolidar el modelo neoliberal. Y creo claramente -por las mismas razones dadas por Leopoldo Lavín- que no es que «el Acuerdo (del 15 de noviembre) pudo ser mejor»; sino que fue totalmente antidemocrático y que constituye un nuevo engaño a todos los chilenos, porque con el poder de veto que le entrega a la derecha tradicional asegura que el «nuevo» texto constitucional preservará el «modelo chileno». Y se cubre incluso ante la muy improbable eventualidad de que la derecha concertacionista vuelva a sus raíces centroizquierdistas. En definitiva -igual que con la Reforma Constitucional de 1989 que le regaló la futura mayoría parlamentaria a la derecha- lo más maquiavélico de todo es que el liderazgo de la ex Concertación le regala el veto a la «derecha» para poder «culparla» a ella de no haber podido obtener un texto constitucional que permita efectivamente la sustitución del modelo. Aquí está «la madre del cordero».
Gino Vallega says:
La derecha , tecnológicamente mas culta que la izquierda , espacialmente por razones de poder económico , juegan a mantener al pueblo y opositores «tetanizados» , es decir , con movimientos involuntarios y reflejos que suelen provocar con sus acciones : hoy , cuando hay que dedicarse a pensar y definir el plebiscito , hay mas de cien proyectos presentados de inversiones venenosas y se ha creado una comisión que puede definir su aprobación sin consulta a la población ni a las comisiones de naturaleza ecológica. Se presenta un plan . muy a futuro , de inversiones con un total de dinero que nadie sabe de donde puede provenir.Se desregula la construcción.Se pide la aprobación de leyes represivas (de inteligencia) , se «machuca» el ambiente con el eterno problema Mapuche y todo con URGENCIA y se desdibuja el trabajo electoral pendiente.
El programa del gobierno es paralizar el legislativo que estaba respondiendo a las solicitudes del pueblo : misión cumplida!