El Estado es un ogro para los niños y los ancianos
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El escritor mexicano y premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, llamaba al Estado “el ogro filantrópico”, con la salvedad para Chile que no es, ni siquiera filantrópico, sino que es un ogro que “come niños, adultos pobres y ancianos”.
Con frecuencia se ignora que casi toda la literatura progresista del siglo XIX es anti-estatista: Henri Saint Simon reemplaza a los políticos por los trabajadores – tecnócratas y obreros -; Carlos Marx escribía que el Estado era una excrecencia burocrática y, como tal debería desaparecer en una sociedad sin clases, (su diferencia con Bakunin, en la Primera Internacional, consistía en que para el primero había una etapa previa llamada “socialismo”, que devino en la dictadura del proletariado, mientras que para el segundo el Estado debería ser destruido a través de una huelga general revolucionaria). En los escritos de Marx y de Bakunin, sobre la Comuna de París, estas diferencias están muy marcadas.
Hay muchas personas que ignoran, por ejemplo, que existe un “anarquismo neoliberal” que limita el poder del Estado sólo a convertirse en gendarme y asesino. No le podemos pedir al ignorante Presidente Trump que haya leído a los máximos representantes de esta tendencia, cuando se atreve a acusar de anarquistas a los Demócratas, incluso, al muy moderado candidato a la presidencia, Joe Biden.
La familia Trump aportó varias donaciones a la candidatura de Kamala Harris, cuando ella se postuló como candidata a la presidencia de la república, y Trump, en el pasado, perteneció a la mafia de los Clinton. En política no puede haber amigos, solo intereses y búsqueda del poder, (del amor al odio solo hay un paso), y la ética de la convicción no tiene importancia cuando es reemplazada por la de la responsabilidad, (si es que en la búsqueda del poder la moral tiene algún poder).
En el Chile neoliberal el Estado es propiedad de unos pocos millonarios que, consecuentemente, eligen su propio Presidente y, como en el caso de Piñera, es uno de ellos. En cuanto a diputados y senadores, se compran muy baratos y el beneficio para los magnates es enorme; la ley se acata, pero se cumple para para favorecer a los ricos, mientras que la cárcel es el hogar de los pobres.
Si por azar una persona nace en un hogar pobre, (disfuncional, como lo llaman los siúticos e hipócritas cristianos), está condenado a una vida miserable: la historia de Ámbar Cornejo, por ejemplo, es una de las tantas niñas que el Estado ha desprotegido, (el famoso Servicio Nacional de Menores, (SENAME), de Fundaciones democratacristianas). Cuando se descubrieron los abusos sexuales y otros delitos dentro de esta “benemérita” Institución, todos los hipócritas, incluidos los parlamentarios, pusieron el grito en el cielo, exceptuando al diputado René Safirio, que tuvo el valor de renunciar oportunamente a la “cofradía” de fariseos democratacristianos.
La acusación constitucional presentada contra la jueza Silvana Donoso, presidenta de la Comisión de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, que decide sobre libertades condicionales, que presentan los reos y sus abogados cada seis meses, me parece plenamente justificada, aun cuando pienso de debería extenderse a los demás de la Comisión. Por lo demás, en Chile la democracia es sorda, muda y ciega, y el equilibrio de poderes es solamente formal, pues el régimen presidencialista no es más que una dictadura del Presidente de la República, una monarquía, elegida cada cuatro años que, a diferencia del absolutismo, el rey no es el representante de Dios en tierra, sino de la llamada “soberanía popular”, fácilmente desviable por medio del cohecho, (y hoy más exactamente, por las canastas de alimentos). Nada más idiota del dicho “la voz del pueblo es la voz de Dios”, pues la palabra “pueblo” no existe: ha sido reemplazada por gente consumidora electoral.
Como las autoridades del Estado son, prácticamente, irresponsables, la única arma fiscalizadora del Congreso es la acusación constitucional, que protege al monarca-Presidente con muy alto quórum para ser acusado constitucionalmente.
No soy psiquiatra para dar algún dictamen de enfermedades mentales, pero la psicopatía y la pedofilia, según los especialistas, son enfermedades irreversibles e irrecuperables. Por desgracia, quienes padecen de estas enfermedades, en muchos casos, se convierten en las profesiones preferidas por políticos y curas, que llegan al extremo de confundir el bien y el mal, carecer de empatía con sus semejantes, poseer nulo sentimiento de culpa y, por tanto, arrepentimiento.
El tirano Augusto Pinochet no era lejano de tener rasgos psicópatas: cuando se le preguntó el porqué del entierro de varios cadáveres en la misma tumba, respondió “economía señores…”.
El Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, podría considerarse como otro psicópata, pues la vida de sus conciudadanos, víctima del Coronavirus, no le importa en absoluto: “de algo tienen que morir”, exclamó, al ser preguntado por los periodistas por qué su país era el segundo en mortalidad en el mundo.
Una muy buena prueba para avalar el aserto de que la voz del pueblo no es la voz de Dios es la pena de muerte, moralmente inaceptable, pues el Estado no puede dar la muerte, ni siquiera, al más brutal de los criminales. Hoy, si se llamara a un plebiscito, el 70% de los votantes lo haría por la pena de muerte.
Bajo el estado de conmoción en que se encuentra Chile ante el caso de Ámbar, de seguro, se aprobarán varias leyes que prohíban la libertad condicional, tanto a reos pedófilos como a psicópatas y, a lo mejor, con suerte, se provee al sistema carcelario de psiquiatras y jueces de cumplimiento de penas, que permitan vigilar in situ a estos antisociales.
Las cárceles chilenas no cumplen, ni siquiera, los mínimos requisitos respecto a los derechos humanos y, en cuanto a la rehabilitación, mejor ni hablar, lo cual significa que el Estado chileno sólo protege a los ricos. La tarea de la próxima Convención Constituyente será la de reconstruir la República, que murió el 11 de septiembre de 1973.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
14/08/2020