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Blumel, el niño bomba

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A Gonzalo lo encandiló la perspectiva de ser un hombre poderoso. Sabe que la cuestión de la política es  el poder y ahora se lo estaban entregando en bandeja. Fue tal su deslumbre, que no se fijó que su nombramiento había sido porque no había nadie más disponible para el martirio

Embelesado ante la opción de pasar a la historia como el que sería capaz de contener la rebelión popular de octubre, el bisoño político aceptó la designación de última hora para hacerse cargo del Ministerio del Interior, puesto en el que ningún político con experiencia quería suicidarse.

Así, de la nada, de cero a cien en pocos segundos, Gonzalo se echó a la espalda un baldón que le seguirá de por vida. Malo en el arte de prever, no supo aquilatar la profundidad de la bronca de la gente y creyó que ese estallido era una pataleta que se quitaba con la receta infalible: muchas Fuerzas Especiales de Carabineros y acuerdos, soterrados y de los otros, con la oposición.

Tarde se daría cuenta el aprendiz de ministro que la rebelión popular de octubre ya estaba en marcha, tan ancha como profunda y de a poco habrá caído en cuenta que la historia le iría cayendo con todo su peso sobre sus espaldas.

Descarriados, feroces, autónomos, mandándose solos, crueles y obrando sin dar cuenta a nadie ni a nada, la Fuerzas Especiales de Carabineros, cuyas acciones dependen del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, fueron los únicos protagonistas que se sacudieron del pasmo inicial y arremetieron con una saña pocas veces vista en la sangrienta historia del movimiento popular en Chile.

Gonzalo o callaba o daba las órdenes, lo que para el efecto práctico de su (i)responsabilidad, es lo mismo.

Decenas de muertos, centenares de mutilados, miles de torturados y presos políticos, son el legado con el que tendrá que lidiar el exministro ad eternum.

Y quizás con cuántas denuncias en organismos internacionales y tribunales nacionales. Esperemos que la cosa quede hasta ahí y no haya algún enojado que quiera obrar por cuenta propia.

Si se compara con ministros, presidentes y militares que en la historia han impulsado, amparado y justificados matanzas, Gonzalo hace collera de la buena.

Los nombres de Gustavo Gatica y Fabiola Campillay perseguirán por mucho tiempo al político, mucho más de lo que el sistema comunicacional y legal del orden, se ocupará en intentar sepultar el caso.

En la mutilación de estas dos personas, Gonzalo tiene una responsabilidad indeleble. De hecho, dio sietes días al general Rozas para esclarecer quien dejó ciego a Gatica. Ocho meses después y habiendo pruebas bastante explícitas, aún el mando policial no cumple la orden de Gonzalo.

Tampoco podrá soslayar su responsabilidad política en los duros tiempos de la pandemia como Jefe de Gabinete de un gobierno que no tomó todas las medidas necesarias para cuidar la salud del censo.

Alguna vez se probará que la manipulación política de las variables de la pandemia, terminaron con más muertos de lo que correspondía de haber enfrentado la emergencia con un sentido humano.

Y el nombre y responsabilidad del exministro volverá una y otra vez al ruedo de las acusaciones, junto con sus colegas del gabinete.

Lejanos son los tiempos en que Gonzalo posaba con la amarillas consigna de No + APF junto a la excandidata del Frente Amplio, o aquellos en que gustaba de la música de la trova en boliches de música en vivo.

Perro bomba, o niño bomba, se le dice en el hampa al sujeto, normalmente un menor de edad, al que lo tiran al choque en algún hecho delictual para que cargue con la culpa en caso de ser atrapados y así librar a los delincuentes mayores de edad.

En el hampa ha dado resultados.

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 

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