La Teología de la Liberación en Morelos
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José Agustín estudió la primaria y secundaria en el colegio católico Simón Bolívar, a los 9 años recibió la primera comunión del obispo Méndez Arceo, en una ceremonia organizada por la escuela. Al ingresar a la secundaria comenzaron los problemas por la disciplina de los sacerdotes capitalinos, expulsaron al joven estudiante por su actitud rebelde, por cuestionar la autoridad de los profesores y por fumar tabaco en las instalaciones. A pesar de la represión clerical, nunca abandonó su fe, de hecho, en Morelos renovó sus creencias cristianas influenciado por la doctrina de monseñor Méndez Arceo:
Cuernavaca estaba de moda. Además del monasterio del padre Lemercier allí atraía la atención el obispo Sergio Méndez Arceo, que corporeizaba la otra cara de la crisis de la iglesia: la teología de la liberación; la participación de los sacerdotes en los movimientos populares y la vuelta a la identificación con las carencias de los más pobres. El Obispo Rojo, como lo llamó Margarita Michelena a Méndez Arceo, en Cuernavaca estaba también Iván Illich, religioso sabio, educador, de mente extraordinaria; [y] Erich Fromm, muy popular entonces.[1]
En Cuautla también oficiaron misa los teólogos de la liberación: el padre José Mendoza trabajaba –desde Anenecuilco- con las comunidades indígenas de Xoxocotla y Miacatlán; el padre Agustín Ortiz Flores trabajó en Chalcatzingo y Atotonilco, antes de su jubilación lo asignaron a la iglesia de Santo Domingo; en Tetelcingo oficiaba misa el párroco Patrick Dillon Keneally, le entregó la estafeta al presbítero José Luis Álvarez en 1981. En la iglesia de San Diego había una escuela para las Comunidades Eclesiásticas de Base, y en el atrio de Santiago Apóstol funcionó la primera Casa de la Cultura de Cuautla, el gobierno expropió los dos espacios: en la escuela para las Comunidades Eclesiásticas de Base -las autoridades municipales- instalaron un patético museo sobre el Sitio de 1812, y clausuraron la Casa de la Cultura, en su lugar habilitaron la sede para impartir un rancio catecismo.
Antes de mudarse a Morelos, José Agustín era amigo de Enrique Marroquín: “sacerdote y antropólogo, autor de La contracultura como protesta [1975], planteó que estos jipis mexicanos debían ser llamados ‘jipitecas’ (jipis aztecas, jipis toltecas), para diferenciarlos de los jipis de Estados Unidos”,[2] el padre Marroquín colaboraba en la revista Piedra Rodante, junto a dos compañeros de La onda: Parménides García y Juan Tovar, incluso encasillaron al padre como parte de la Generación del 68, le colgaron varios milagritos: “autor de La contracultura como protesta (en realidad el libro se llamaba El mito xipiteca, pero la editorial Joaquín Mortiz por cambiarle el título salió con un horror redundante), de quien se decía daba misas en peyote o en hongos (pero no era cierto)”.[3] Marroquín y José Agustín todavía mantienen relativo contacto por correo electrónico.
El escritor partió a Iowa en 1977, regresó a Cuautla a mediados de 1979, inscribió a sus hijos en la escuela pública Plan de San Luis, en Tetelcingo (1980), después de la partida del párroco Patrick Dillon, Margarita y José Agustín conocieron al padre José Luis Álvarez:
Llegué a Tetelcingo en febrero de 1981, conocí a la familia Ramírez-Bermúdez durante su asistencia dominical a la misa de la parroquia de Tetelcingo, nos habíamos visto en las capillas de Volcanes y Brisas, después fui invitado a comer con ellos, en esos días llegó a mis manos Ciudades desiertas [1982], uno de los libros de José Agustín. Leyendo esa novela que me pareció interesante me hicieron la invitación para comer en su casa de Brisas, sin saber quién era José Agustín. Margarita pasó por mí a la parroquia y me preguntó: “qué leía”, a lo que respondí el título del libro, ella me preguntó: “qué le parece padre”, a lo que respondí: “está más o menos interesante”, ella respondió que el autor era su esposo. Me sorprendió y entre risas le dije: “me lo hubiera dicho antes para cambiar mi respuesta: el libro está muy bueno”, así fue cómo se inició nuestra amistad. Gracias por permitirme rememorar tiempos muy gratos de mi labor sacerdotal.[4]
Oriundo de Guanajuato, el seminarista José Luis Álvarez llegó a Morelos en julio de 1970: “Tomé la decisión de salirme del Seminario de Celaya sin ordenar y me vine al Seminario de Cuernavaca […] En 1976 me nombraron ceremoniero que era el que acompañaba al señor obispo y lo ayudaba en la organización de todas las celebraciones especiales. Por cierto, la primera misa que recuerdo como ceremoniero fue un domingo de ramos”.[5] Durante un lustro trabajó codo a codo con Méndez Arceo como “sacristán y monaguillo”, hasta que el obispo lo designó a la comunidad indígena de Tetelcingo (1981).
El hijo menor de Margarita y José Agustín, Tino Ramírez-Bermúdez, recibió la primera comunión del presbítero José Luis Álvarez en la capilla de Brisas. A partir de 1982, el sacerdote se convirtió en un amigo de la familia, al grado que gestionó el encuentro entre el Subcomandante Marcos y José Agustín en la casa parroquial de Tetelcingo (2001). El colectivo Tierra y libertad decidió que la comandancia del EZLN pernoctaría en la iglesia de Tetelcingo, por la raíz indígena del pueblo y para facilitar la logística de seguridad (era la primera vez que el EZLN salía de Chiapas), mientras el resto de la caravana del color de la tierra acamparía en el recinto ferial de Cuautla. El padre José Luis Álvarez colaboró en el tercer volumen de Tragicomedia mexicana (1998) con una fotografía de su archivo (junto a Méndez Arceo) y encabezó la lista de los discípulos del Obispo Rojo, según José Agustín:
Por su parte, Jesús Posadas Ocampo, hasta entonces obispo de Tijuana, fue enviado a Cuernavaca en calidad de terminador e impuso la línea dura para desmantelar la red de curas izquierdistas de Morelos, lo cual logró en gran medida, aunque no pudo doblegar a algunos sacerdotes seguidores de don Sergio, como los padres José Luis Álvarez, José Luis Calvillo, Filiberto González, Rogelio Orozco y Baltazar López Bucio.[6]
En El Sol de Cuautla, José Agustín, volvió a abordar el tema de la congregación morelense: “El Estado fue también territorio de Sergio Méndez Arceo, quien dejó una red de sacerdotes afines a la Teología de la Liberación y ésta, en gran medida por el apoyo que recibe de sus pueblos, no pudo ser desmantelada del todo por los obispos Posadas y Cervantes por más esfuerzos que hicieron”.[7] Los sacerdotes progresistas se involucraron en los problemas sociales de Cuautla, de acuerdo a Bertha Barreto Zamudio, hija de Carlos Barreto: “El sacerdote Pepe Mendoza seguía tanto a mi papá que asistían a las reuniones de los veteranos zapatistas, dentro del Movimiento Plan de Ayala, tenían sus oficinas en el Valle de Oaxaca, junto a la iglesia de Santo Domingo. Mi papá era amigo de varios curas de la teología de la liberación”.[8] El Obispo Rojo también asistía a las reuniones del Movimiento Plan de Ayala, de hecho, la derecha decía que a Mateo Zapata “lo manipulaba el obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo”.[9]
Debo confesar que me confundí en la primera edición de José Agustín en Morelos (2020), pensé que el sacerdote que acompañó al antropólogo en el cuento Feliz cumpleaños, Emiliano Zapata (1979) era José Luis Álvarez, pero el presbítero llegó a Tetelcingo hasta 1981, por lo tanto el padre Pepe Mendoza y Carlos Barreto son los personajes y amigos de Mateo Zapata: “El hijo de Zapata está acompañado por un antropólogo joven y por un sacerdote que viste de civil […] el antropólogo y el sacerdote piden a los campesinos que no vayan al acto oficial de homenaje a Zapata, porque la gente de Cuautla y Anenecuilco han organizado unos festejos en la casa donde nació Zapata”.[10] Ahora todo tiene sentido: la primera versión del cuento inédito data de 1976 (la trama trata del intento de exhumación de Zapata), la versión definitiva del cuento inédito data de 1979 (la trama trata del centenario de Zapata) y la clausura del Congreso del Movimiento Plan de Ayala (8 de agosto de 1979). La revista Nexos (septiembre de 1979) y el segundo volumen de Tragicomedia mexicana (1992) registraron los hechos. Carlos Ferreyra describió la atmósfera combativa del Movimiento Plan de Ayala: “Apiñados en la puerta del Cinema Robles los campesinos intentaron también inútilmente, hablar con el presidente. Los eficaces miembros de la guardia presidencial despejaron rápidamente el camino, que siguió López Portillo flaqueado por el secretario de Gobernación, Enrique Olivares Santana y el de la Reforma Agraria, Antonio Toledo Corro […] dijo en la tribuna que por instrucciones del presidente López Portillo se repartirían inmediatamente 84 mil 620 hectáreas: ‘¿Dónde? ¿Dónde?’, fue la pregunta que salió de la garganta de un muchacho de rostro moreno, pelo hirsuto y ropa de mezclilla. Fue también el grito que surgió por todas partes, entre los admitidos en la ceremonia”.[11] Por su parte, José Agustín se burló del cobarde apellido Corro (“es mejor decir: aquí corrió que aquí murió”), ante las protestas de los campesinos, López Portillo preguntó: “Qué hago Toledo? ¿Corro?”, efectivamente los burócratas corrieron del Cine Robles, “patitas pa’ qué las quiero”.
El presidente no tenía ninguna claridad con respecto al campo, sustituirlo [a Jorge Rojo Lugo] con Toledo Corro resultó peor, pues éste era concesionario de la empresa estadounidense de tractores John Deere y no parecía ni remotamente el más indicado para el puesto [en la Secretaría de la Reforma Agraria]; esto se pudo apreciar bien pronto: el 8 de agosto de 1978 [sic], López Portillo y Toledo Corro fueron a Cuautla a la conmemoración del natalicio de Emiliano Zapata. Los campesinos morelenses, de por sí molestos por sus precarias condiciones de vida, en todos los tonos increparon al presidente y al nuevo secretario de la SRA. Las protestas estaban fuertecitas, y se dice que el presidente, consternado, exclamó: “Qué hago Toledo? ¿Corro?”, antes de salir, lo más rápido que se pudo, del horrendo cine Robles de Cuautla.[12]
En el cuento inédito de 1979, Toledo Corro es un latifundista (en la vida real era concesionario de tractores); en la ficción, el Ministro de la Reforma Agraria tomó la palabra: “dice que el presidente ha dispuesto que se repartan más tierras, pero el público grita al ministro: ‘¡reparte tus latifundios!’. El ministro ya no logra hacerse oír, entre el tumulto de voces entre el público, y el presidente, el gobernador y su comitiva tienen que salir casi corriendo del teatro temerosos de que estalle un botín”.[13] En el cuento inédito, Barreto y el padre Mendoza boicotearon la asistencia de los campesinos al Cine Robles (en la vida real era poco probable, porque Mateo Zapata, Carlos Barreto y Pepe Mendoza convocaron al Congreso del Movimiento Plan de Ayala); en el cuento de 1979, los festejos populares por el centenario de Zapata fueron en Anenecuilco (en la vida real, Carlos Barreto organizaba los encuentros de corridistas en la plaza del Señor del Pueblo y en el zócalo de Cuautla); en la primera versión del cuento (1976), el sacerdote Pepe Mendoza: “presenta a su grupo de estudiantes que lleva a cabo una poesía coral sobre Zapata, en la que se dice que Zapata está vivo, en las montañas, en su caballo As de Oros y que algún día regresará para que los campesinos al fin sean dueños de sus tierras”; en la versión definitiva del cuento (1979), el párroco Pepe Mendoza: “presenta a sus alumnos de secundaria que llevan a cabo la escenificación de una poesía coral sobre Tlatelolco 1968”.[14] Las dos versiones del cuento inédito están mecanografiadas en distintos tipo de papel, el primer borrador está en un tono blanco, y la versión definitiva está en papel rosa.
Revisé todo el archivo del escritor José Agustín en Cuautla: cartas, columnas y artículos periodísticos, los únicos documentos mecanografiados en papel rosa corresponden a 1979 y 1981. La familia Ramírez-Bermúdez conserva las colaboraciones de José Agustín para la prensa capitalina, desde finales de la década de 1960. De la columna “Mucha ropa” sobreviven los recortes del Diario de México y la versión mecanografiada, pero de los reportajes publicados en Excélsior sólo quedan las versiones originales a máquina (no hay respaldos del periódico de la época), tendré que ir a la Hemeroteca Nacional para cotejar las fechas.
En tres hojas de papel rosa, José Agustín redactó el artículo Los sacerdotes y la represión (s/f), denunció el asesinato de la señora Isaura Soriano de Villanueva a manos de la Policía Judicial de Morelos, víctima (“daño colateral”) durante la detención de un ciudadano inocente en la terminal de autobuses Estrella Roja, el crimen desencadenó la protesta de los sacerdotes de Cuautla:
El 25 de abril de este año [1981], en Cuautla, Morelos –donde yo tengo la fortuna de residir-, tuvo lugar el siguiente hecho: Unos agentes de la Policía Judicial del estado irrumpieron en la terminal de autobuses Estrella Roja, al mediodía. A balazos impidieron que un hombre abordarse uno de los autobuses. Una de las balas hirió a la señora Isaura Soriano de Villanueva, quien falleció al día siguiente. Esto no importó mayormente a los judiciales, quienes arrastraron a puntapiés al hombre que habían detenido y a quien igualmente habían herido, y lo condujeron a la calle, donde, en su auto, se encontraba el superior de los agentes. Éste al ver al hombre sangrante que le llevaban, sólo dijo: -Ése no es, se equivocaron.
Una semana más tarde, los párrocos de Cuautla decidieron protestar ante este atropello y suspendieron los servicios religiosos de la localidad el domingo 2 de mayo. Solamente a las cinco de la tarde hubo un acto penitencial en el templo de Santo Domingo para dar a conocer la denuncia de las arbitrariedades de la Policía Judicial en Morelos.
Naturalmente, esta insólita huelga de curas no sólo ocurrió para protestar por el asesinato de la señora Soriano, sino que también vino a ser un apoyo concreto y oportuno para la decisión del obispo Méndez Arceo de excomulgar a todos aquellos que, directa o indirectamente, lleven a cabo torturas en la entidad.
Para quienes vivimos en el Estado de Morelos la decisión de Méndez Arceo y de los párrocos de Cuautla de ninguna manera es excesiva, ya que las fuerzas represivas han estado desatadas durante el sexenio del gobernador Bejarano, quien de ninguna manera se ha distinguido por su simpatía por los campesinos o los habitantes paupérrimos que hay en el estado.[15]
Los sacerdotes de Cuautla retomaron la idea de organizar una huelga de la misa dominical siguiendo las enseñanzas del Obispo Rojo y su conflicto con la CTM en 1972, de acuerdo al segundo volumen de Tragicomedia mexicana: “Fidel Velázquez le declaró la guerra a Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, quien a fines de 1971 había pedido luchar por un sindicalismo auténtico, y solidaridad con los conflictos obreros que en ese momento tenían lugar en Morelos y que abarcaban a Dina-Renault, Nissan, IACSA, Artemex, Textiles Morelos, Rivetex y Mosaicos Bizantinos. Velázquez ordenó que el IX congreso de la CTM se hiciera en Cuernavaca el domingo 9 de octubre de 1972, y que sus huestes fueran en plan de lucha. Temeroso de una provocación seria, Méndez Arceo suspendió los servicios religiosos en toda la ciudad, incluyendo su célebre homilía de la catedral”.[16]
El obispo de Cuernavaca era una autoridad moral, fue precursor del Concilio Vaticano II, fundó las Comunidades Eclesiásticas de Base, los periódicos Excélsior y El Correo del Sur publicaron sus homilías dominicales, participó en el Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo en Chile (1972), conversó con el cardenal Raúl Silva Henríquez y con monseñor Óscar Romero, ordenó que replicaran las campanas de la catedral en memoria de Salvador Allende (1973) y recibió a Hortensia Bussi de Allende en Cuernavaca (1974), el obispo condenó a las dictaduras sudamericanas y ayudó a los exiliados chilenos después del golpe de Estado de Pinochet, excomulgó a los torturadores de Latinoamérica (abril de 1981), defendió a Cuba (recibió la Orden de la Solidaridad del gobierno de Fidel Castro) y convocó a la unidad latinoamericana en el V Congreso de Teología (1975), recaudó dinero para los familiares de los presos políticos (organizaron conciertos de trova en el atrio de la catedral), escuchó a los comandantes del Frente Sandinista (viajó a Nicaragua) y albergó al Frente Farabundo Martí (los salvadoreños viajaron a México para firmar los tratados de paz), las guerrillas confiaban en Méndez Arceo: “La Asociación Cívica Guerrerense (ACG) secuestró a Jaime Castrejón Díez, rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, por quien se pidió la liberación de 9 presos políticos (entre los que se encontraba Mario Menéndez, director de la aguerrida revista Por Qué), más 2 millones de pesos. El dinero se pagó a través del obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo, un avión militar llevó a los presos a La Habana y Castrejón fue puesto en libertad”.[17]
La inmaculada trayectoria de Méndez Arceo tiene una mancha, cometió el error histórico de cerrarle las puertas a Rubén Jaramillo en El Correo del Sur (“nadie es profeta en su tierra”, un colaborador de la diócesis de Cuernavaca descalificó la lucha de Jaramillo). En cambio, José Agustín denunció el crimen de Estado ordenado por López Mateos: “En Morelos y los estados vecinos Rubén Jaramillo tenía fama de ser un auténtico defensor de las causas de los campesinos, en la más pura tradición zapatista […] Se le consideró un agitador comunista y un día de 1962 la tropa lo secuestró con su esposa y sus hijos; a todos los llevaron a Xochicalco. Allí los acribillaron sin piedad”.[18] Comparto la lectura de Lya Gutiérrez: “No me cabe duda que después del movimiento agrario de Emiliano Zapata, lo de don Sergio y su Catedral: la de aquí y la ‘amplia, sin techos ni muros’ que construyó para toda Latinoamérica, es lo más interesante que ha vivido la entidad. Méndez Arceo, Lemercier e Illich fueron tres grandes revolucionarios de la Iglesia que se atrevieron a romper fronteras a través de una pastoral profundamente evangélica y solidaria”.[19] En conclusión de José Agustín:
En enero de 1983, para desolación de la izquierda del país, Sergio Méndez Arceo, que ya había cumplido 75 años de edad, tuvo que dejar el obispado de Cuernavaca, lo cual motivó el regocijo de mucha gente que lo detestaba (la escritora Margarita Michelena, quien lo bautizó como El Obispo Rojo, a la cabeza del hate club). Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, que también adhería a la Teología de la Liberación, pasó a ocupar el influyente papel de don Sergio en la política nacional. Otros obispos afines eran Arturo Lona, de Tehuantepec; Hermenegildo Ramírez, de Huautla; Serafín Vázquez, de Ciudad Guzmán y Sergio Obeso, de Jalapa.[20]
El obispo Méndez Arceo sembró la sagrada palabra en el niño José Agustín Ramírez Gómez (hizo la primera comunión el 9 de mayo de 1953); al crecer, el escritor renovó su fe, comulgó con la teología de la liberación, en Morelos fue compatible el credo católico con la contracultura y el marxismo: “Los curas de la Teología de la Liberación, en México encabezados por Sergio Méndez Arceo, bajaron el volumen de sus prédicas ya que no se les había dejado de atacar con fuerza desde fines de la década anterior [1968-1978]; sin embargo, ya era real la existencia de un pequeño pero significativo sector de católicos izquierdistas o francamente marxistas”.[21] Amén.
*Capítulo del libro: José Agustín en Morelos (2ª. Edición). Descarga gratuita de la primera edición en la página:
https://libertadbajopalabraz.wordpress.com/portfolio/jose-agustin-en-morelos/
[1] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 1, Planeta, México, 1990.
[2] Ramírez, José Agustín. La contracultura en México, Grijalbo, México, 1996.
[3] Idem.
[4] Casasús, Mario. Entrevista al presbítero José Luis Álvarez, México, 12 de julio de 2020.
[5] Gutiérrez, Lya. Los volcanes de Cuernavaca, La Jornada Morelos, México, 2007.
[6] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 3, Planeta, México, 1998.
[7] Ramírez, José Agustín. “Cuautla y Emiliano Zapata”, en El Sol de Cuautla, México, 7 de abril de 1999.
[8] Casasús, Mario. Entrevista a Bertha Barreto Zamudio, México, 13 de julio de 2020.
[9] López-González Aranda, Valentín. “Los restos de Zapata, ¿Al Monumento a la Revolución”, en Diario de Morelos, México, 14 de abril de 2019.
[10] Ramírez, José Agustín. Feliz cumpleaños, Emiliano Zapata [cuento inédito, versión definitiva], México, 1979.
[11] Ferreyra, Carlos. “Crónicas de Zapata en el cine”, en Nexos, México, 1 de septiembre de 1979.
[12] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 2, Planeta, México, 1992.
[13] Ramírez, José Agustín. Feliz cumpleaños, Emiliano Zapata [cuento inédito, versión definitiva], México, 1979.
[14][14] Idem.
[15] Ramírez, José Agustín. “Los sacerdotes y la represión”, en Excélsior [s/f, manuscrito consultado en el archivo de José Agustín], México, 1981.
[16] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 2, Planeta, México, 1992.
[17] Idem.
[18] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 1, Planeta, México, 1990.
[19] Gutiérrez, Lya. Los volcanes de Cuernavaca, La Jornada Morelos, México, 2007.
[20] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 3, Planeta, México, 1998.
[21] Ramírez, José Agustín. Tragicomedia mexicana 2, Planeta, México, 1992.
Por Mario Casasús
Fuente: Rebelión