La democracia patronal chilena entre dos fuegos
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Desde el 9 de julio la democracia patronal chilena, como forma de gobierno de la burguesía, está sometida a una severa prueba de fuego. De un lado la clase dominante se encuentra dividida sobre la política económica para enfrentar la pandemia y la inminente depresión; del otro, la clase trabajadora comienza a volver a las calles a expresar políticamente su descontento, empujada a sus lugares de vivienda por el Estado de Emergencia y un brutal derrumbe del empleo como no se conocía en Chile desde la crisis del salitre, hace más de 100 años.
En vísperas de la revolución de 1905 Lenin decía, al definir una situación revolucionaria, que «los de abajo no quieren y los de arriba no pueden». Tal, a estas alturas aforismo, sintetiza un rasgo definitorio de la situación política chilena: una crisis que tiende a hacerse crónica sustentada en la incapacidad de las clases sociales en pugna, la minoría burguesa de un lado y la mayoría trabajadora del otro, para resolver esa inestabilidad. Así, mientras las masas mantienen en vilo la institucionalidad y en la medida que avanzan, van tomando conciencia de sus propias fuerzas, la burguesía sólo puede apelar a las virtudes conciliadoras, técnicas y racionales de la democracia representativa, es la hora de los abogados.
Las dos votaciones en la Cámara de Diputados, el 9 y luego ayer 15 de julio, han reproducido tal ambiente. La semana pasada decíamos que los 95 votos que aprobaron la idea de legislar -y que ayer aprobaron el retiro del 10% de los fondos previsionales- es la misma mayoría que concurrió a prestar su voluntad para celebrar el espúreo Acuerdo por la Paz que le permitió a Piñera seguir en La Moneda, a cambio de un itinerario constitucional amañado para redactar un texto constitucional que mantenga incólumes las bases del régimen.
Esta mayoría consistente, cuya virtud es incorporar a una fracción de la Derecha, llamémosla Ossandón-Desbordes, es la que se dispone a emerger como nuevo bloque de gobernante. Aunque aún resulta un arco difuso, no hay un «Gabriel Valdés» como lo tuvo la Alianza Democrática en 1983, es un incipiente pacto que ha logrado dar gobernabilidad y cuyo mayor mérito es hacerlo como telón de fondo a un Piñera que desde octubre del año pasado ha pasado a la clara condición de fusible. El diseño de la política de «pacificación» electoral de noviembre pasado y su bestial correlato represivo y de impunidad, le han permitido a este nuevo arco político presentarse como demócratas, mientras sustentan la brutal política represiva que significa que al día de hoy hay más de 3000 presos políticos y no se ha llevado a tribunales -menos a la cárcel- a ninguno de los represores del levantamiento popular de octubre.
Este mismo arco «democrático» que hoy pretende atribuirse el triunfo del 10% de retiro previsional, a pretexto de «escuchar» al pueblo, es igualmente el que estuvo detrás de todas y cada una de las medidas que adoptó Piñera desde el 18 de marzo: la declaración de Estado de Emergencia y la militarización del país; la suspensión masiva de relaciones laborales, con dos millones de nuevos cesantes; la utilización de los fondos del seguro de cesantía para un fin distinto al que corresponde con arreglo a Derecho. Este arco, por cierto, es el que logró disciplinar a la burocracia sindical y ponerla a tono con las necesidades del régimen, es Izkia Siches llamando a apoyar a las autoridades por razones sanitarias, es también la CUT saludando las «correctas» medidas económicas del plan piñerista, es finalmente, una muda Mesa de Unidad Social.
Piñera enfrenta una alternativa trágica. Si es derrotado en el Senado esta semana, su Gobierno queda en el aire y será sustentado exclusivamente por sus actuales opositores, los desleales y los que no. Si logra imponerse, profundizará el desgobierno y expondrá a la naciente mayoría opositora a contener un levantamiento popular
Que ahora se despeguen de Piñera y lo dejen caer de forma patética, es parte necesaria del diseño. Ayer en una transmisión de Facebook, Marco Kremerman -el brillante economista de la Fundación Sol- expresaba nítidamente este problema. Polemizando con la campaña de terror que ha montado la extrema derecha -la que ha anunciado el «fin del mundo» si se aprueba el proyecto de retiro del 10% previsional- se permitió afirmar que tal caos no era real. Que de verdad el retiro se puede efectuar de forma responsable, con los resguardos técnicos y auditorías internacionales que impidan que el retiro de los fondos afecte la rentabilidad del sistema en su conjunto. Señaló que el retiro debe ser equilibrado. Gatopardismo al 100%, que todo cambie para que nada cambie. Nos lo están diciendo a la cara, que nadie después reclame engaños.
¿Qué es lo que quieren entonces? nos dirán algunos compañeros entusiasmados con el vértigo comunicacional de la espléndida derrota de Piñera. Levantarán los brazos para reclamar una actitud unitaria, reprocharán nuestra incapacidad para aprovechar las contradicciones entre los distintos bandos burgueses. Otros simplemente cerrarán los ojos y llamarán a luchar, a lo que salga, que la lucha de clases se haga cargo ¿no que era la partera de la historia?
Sí y no.
Piñera enfrenta una alternativa trágica. Si es derrotado en el Senado esta semana, su Gobierno queda en el aire y será sustentado exclusivamente por sus actuales opositores, los desleales y los que no. Si logra imponerse, profundizará el desgobierno y expondrá a la naciente mayoría opositora a contener un levantamiento popular, que ya se ha anticipado con dos grandes jornadas de protestas el 2 y 3 de julio y el masivo cacerolazo, con barricadas y saqueos del martes 14. Ni hablar si después de derrotado en el Congreso pretende llevar este asunto a sus amigos del Tribunal Constitucional.
En este escenario los trabajadores tenemos nuestra propia voz, la voz de las organizaciones de resistencia, de aquellas que han venido sustentando la lucha aún en las penosas condiciones de la pandemia y del Estado de Emergencia. Si Piñera ha sido puesto al borde del abismo, como lo está, ello no se debe a la muñeca de los parlamentarios ni a las alegres «miradas»de los amarillos de siempre. Piñera está donde está, porque la movilización de los explotados ha conseguido arrancar una medida de emergencia para paliar el hambre y es tal medida -las cosas son lo que son- pugna frontalmente con los intereses del gran capital.
Arrancar el 10% de los fondos previsionales usurpados a los trabajadores por el capital financiero, ha de ser el inicio de un plan mayor de movilización y el aliciente para la autoorganización y recuperación para las bases de las organizaciones sindicales y de clase. Porque para sortear la depresión económica y la pandemia es necesaria la recuperación del 100% de los fondos previsionales y la construcción de un auténtico sistema previsional, bajo control de los trabajadores.
Los «racionales y responsables» nos imputarán falta de sentido «político». Que sigan ellos siendo siervos del gran capital. La clase trabajadora se pone en marcha, suenan las campanas en la estación. Cada vez se hace más nítida y es tarea del activismo que se reclama de los trabajadores y el Socialismo, poner en alto la necesidad de que gobierne la clase trabajadora y lo haga sobre las cenizas de su orden social. Para ello, la cuestión de primer orden es la independencia de clase, la ruptura con este nuevo acuerdo, con esta nueva mayoría ampliada desde un sector de la Derecha y hasta el Frente Amplio. La discusión entonces, como tantas otras veces, se reduce a qué clase social conduce, los patrones o los trabajadores.